XXII Domingo del Tiempo Ordinario, año A
Mt 16,21-27
La palabra de hoy es una palabra dura.
Nos hemos acostumbrado, en los últimos domingos, a escuchar palabras de consuelo, confirmación y aliento, y esperaríamos que Dios hablara siempre así, con palabras que allanan el camino.
En el pasaje del Evangelio de hoy (Mt 16,21-27), que sigue inmediatamente al del domingo pasado, resuenan palabras nuevas y diferentes, no fáciles de aceptar, como sufrimiento y muerte. Jesús, además, reprende a Pedro lo que para Él es un escándalo, y le dice que hay que ser capaz de negarse a sí mismo y perder la vida.
La Palabra del Señor, a veces, tiene un sabor amargo.
El primero al que le cuesta aceptar esta Palabra es el propio Pedro: el domingo pasado lo vimos escuchando al Padre (Mt 16,17), que le susurraba palabras verdaderas en su corazón cuando Jesús interrogaba a los discípulos sobre su identidad.
Hoy Pedro, no escucha a nadie más que a esa misma carne y sangre de la que Jesús le había hablado el domingo pasado ("Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te han revelado esto" - Mt 16,17): carne y sangre que no conocen la lógica del amor y del don, que rechazan.
La lógica del amor no es algo que el hombre conozca espontáneamente, algo que nos llegue fácil y automáticamente: es una lógica que hay que aprender con humildad, día tras día. Vamos a Jesús para aprender esta lógica, y no es posible seguirle y al mismo tiempo permanecer dentro del esquema mental que nos hace preferir el éxito, el poder, la autoafirmación. Son dos realidades incompatibles.
Pero, ¿cómo aprender esta lógica?
Podríamos decir que todo el camino recorrido los domingos pasados, en los que el tema de la Palabra y de la escucha ha vuelto a ser central, ha querido conducirnos justo aquí, a la Palabra de este domingo: la Palabra del Señor excava en el corazón la capacidad de perder la vida. De hecho, sólo quien escucha se abre a una manera distinta de vivir, acoge una lógica distinta, que es ante todo una manera nueva de conocer a Dios.
En el pensamiento de Pedro, no es posible un Dios que acepte el sufrimiento y la debilidad, que acoja el fracaso y la falta de energía moral. En el pensamiento de Pedro, Dios sólo puede ser un Dios fuerte y victorioso.
Según Jesús, esto no corresponde a lo que Dios realmente quiere, y llega a llamar a Pedro Satanás. ¿Quién es Satanás? Es el tropiezo, el escándalo, lo que impide el camino.
Es entonces cuando comprendemos mejor lo que significa negar la propia vida, tomar la cruz: tal vez solo se trata de negar, de decir no a una determinada manera de pensar la vida, de seguir, de concebir a Dios mismo.
No se trata de negar lo que hay de bello y de bueno en nosotros, sino lo que hay de escandaloso en nosotros, es decir, lo que nos impide entrar en la lógica de la entrega.
Y esto sólo es posible en un contexto de amistad y de gran confianza: sólo quien confía en la Palabra, quien cree que la Palabra salva como salvó a los discípulos en la tempestad, como salvó a la hija de la mujer extranjera, entonces se libera de su propia lógica de muerte y se encuentra perdiéndose en el amor: esto es la Pascua, esto es la séquela.
Sólo quien cree que todo lo que se da no se pierde, sino que se vive plenamente, puede darlo todo.
Y sólo quien sigue a alguien, quien elige salir de su propia soledad para amar y pertenecer al amado, no experimentará el don de sí mismo como una pérdida, sino como una plenitud de vida: sólo perdiéndonos en el amor nos encontramos como personas nuevas, libres ante todo de sí mismas, abiertas a la vida.
+Pierbattista