Bendito Padre,
En estos dos días conoció las diferentes y hermosas realidades de Chipre, la vida de la sociedad civil, la vida de nuestra Iglesia; experimentó la cálida bienvenida de la Iglesia Ortodoxa y muchas otras iniciativas notables. Esta mañana conoció a la alegre comunidad católica presente en la isla.
Fue justo y oportuno, antes de terminar su peregrinaje, volver también la mirada hacia esa dolorosa y difícil realidad que existe en esta isla, en la que se presentan simbólicamente los dramas que el Mediterráneo vive cada día. En primer lugar el de las miles de familias de refugiados y migrantes, procedentes de diferentes partes del mundo, especialmente del atormentado Oriente Medio, al que se enfrenta nuestra isla. Chipre, de hecho, primero, entre las islas del Mediterráneo, vive la tragedia de miles de migrantes que huyen de la guerra y la miseria y que se detienen aquí, sin salida, sin perspectivas claras de futuro. Pronto escucharéis algunos testimonios, que podrán presentar esta realidad de una forma ciertamente más eficaz, porque es directa, personal, vivida en la propia carne.
Es una realidad de la que no se habla, salvo en algún momento particularmente dramático; está oculto a los ojos de la mayoría de la población. Pero por mucho que quieras guardar silencio al respecto, salta, sin embargo, a los ojos de cualquiera que esté atento a lo que sucede a su alrededor. De hecho, son miles de personas las que no pueden permanecer invisibles.
El drama de estas personas nos recuerda que el fenómeno de la migración no es un fenómeno local, no concierne por separado a Chipre, Oriente Medio, África del Norte, Grecia, Turquía, Italia, Polonia o cualquier otra nación del mundo. Es un fenómeno global, presente en todas partes, que requiere respuestas globales, y sobre el que la comunidad internacional no puede dejar de cuestionarse. La historia nos enseña que erigir barreras nunca es la solución, porque las barreras representan miedo y anulan cualquier promesa de futuro, resaltan nuestra falta de visión. Y esto, por otro lado, lo necesitamos con urgencia, aquí y en el resto del mundo. Los países del primer mundo no pueden ignorar que su futuro también depende de la respuesta a este grave problema; que el futuro de Europa se decide en el Mediterráneo, por donde pasan no solo las fuentes de energía y riqueza, sino también los recursos humanos, personas y poblaciones, que tendremos que afrontar y sin los cuales no habrá desarrollo, ni futuro.
Como ha afirmado acertada y repetidamente, nuestros modelos sociales, económicos y de desarrollo necesariamente requieren un replanteamiento. Producen riqueza para algunos y pobreza para muchos, contaminación cada vez más problemática y migración de miles -quizá millones- de personas, detrás de cada una de las cuales hay enormes dramas familiares y personales, que no son noticia, pero que dejan una profunda huella en el su vida.
Nuestra Iglesia, obviamente, no puede influir en estos enormes procesos, pero puede escuchar la voz de estas personas, darles un rostro y un nombre. Esta es nuestra misión: devolver la dignidad y la identidad a personas que quizás muchos preferirían no ver ni conocer, pero que existen, son reales y esperan nuestra respuesta. Porque es el mismo Señor, a través de ellos, quien llama a nuestra puerta, quien vuelve su mirada hacia nosotros, quien cuestiona nuestra conciencia. No podemos ignorar. No podemos quedarnos callados.
Aquí quiero expresar nuestro agradecimiento a los muchos voluntarios, laicos y religiosos, chipriotas y de diferentes partes del mundo, que pasan aquí para acoger y apoyar a los migrantes que vienen aquí y que, gracias a ellos, encuentran aquí escucha y apoyo.
Santidad,
Gracias por haber querido volver a estar con nosotros, gracias por lo que nos habéis dicho y por vuestro testimonio de escucha y paz. Le deseamos una fructífera continuación de su peregrinaje a la periferia del Mediterráneo.
La acompañamos con oración, con agradecimiento por esta breve pero intensa visita, por las palabras que nos ha dado y por el camino que nos ha mostrado.
†Pierbattista Pizzaballa
Latin Patriarch of Jerusalem