Declaración de apertura de Su Beatitud el Cardenal Pierbattista Pizzaballa
Patriarca Latino de Jerusalén
en la Conferencia de Prensa Conjunta
Centro Nuestra Señora de Jerusalén
22 de julio de 2025
"Estamos tristes, pero siempre alegres; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada y sin embargo poseyéndolo todo."
(2 Corintios 6,10)
Queridos hermanos y hermanas,
El Patriarca Teófilo III y yo mismo hemos regresado de Gaza con el corazón destrozado. Pero también alentados por el testimonio de muchas personas que conocimos.
Entramos en un lugar de devastación, pero también de una humanidad maravillosa. Caminamos entre el polvo de las ruinas, pasando junto a edificios derrumbados y tiendas de campaña por todas partes: en patios, callejones, en las calles y en la playa; tiendas que se han convertido en hogares para quienes lo han perdido todo. Nos detuvimos entre familias que han perdido la cuenta de los días de exilio porque no ven horizonte para un regreso. Los niños hablaban y jugaban sin pestañear, ya estaban acostumbrados al ruido de los bombardeos.
Y sin embargo, en medio de todo esto, encontramos algo más profundo que la destrucción: la dignidad del espíritu humano que se niega a ser extinguido. Conocimos a madres preparando comida para otros, enfermeras tratando heridas con delicadeza y personas de todas las creencias que aún rezan al Dios que ve y nunca olvida.
Cristo no está ausente de Gaza. Está allí, crucificado en los heridos, sepultado bajo los escombros y sin embargo presente en cada acto de misericordia, en cada vela en la oscuridad, en cada mano tendida a los que sufren.
No hemos venido como políticos o diplomáticos, sino como pastores. La Iglesia, toda la comunidad cristiana, nunca los abandonará.
Es importante destacar y reiterar que nuestra misión no es para un grupo específico, sino para todos. Nuestros hospitales, refugios, escuelas, parroquias - San Porfirio, la Sagrada Familia, el Hospital Árabe Al-Ahli, Cáritas - son lugares de encuentro y convivencia para todos: cristianos, musulmanes, creyentes, incrédulos, refugiados, niños.
La ayuda humanitaria no solo es necesaria, sino una cuestión de vida o muerte. Negarse a ella no es un retraso, sino una condena. Cada hora sin comida, agua, medicinas y refugio causa un daño profundo.
Lo hemos visto: hombres resistiendo al sol durante horas con la esperanza de una simple comida. Esta es una humillación difícil de soportar cuando lo ves con tus propios ojos. Es moralmente inaceptable e injustificable.
Por lo tanto, apoyamos la labor de todos los actores humanitarios - locales e internacionales, cristianos y musulmanes, religiosos y laicos - que lo arriesgan todo para llevar vida a este mar de devastación humana.
Y hoy alzamos nuestra voz en un llamamiento a los líderes de esta región y del mundo: no puede haber un futuro basado en el cautiverio, el desplazamiento de los palestinos ni la venganza. Debe haber una vía que restaure la vida, la dignidad y toda la humanidad perdida. Hacemos nuestras las palabras del Papa León XIV en el Ángelus del domingo pasado:
"Renuevo mi llamamiento a la comunidad internacional para que observe el derecho humanitario y respete la obligación de proteger a los civiles, así como la prohibición de los castigos colectivos, el uso indiscriminado de la fuerza y el desplazamiento forzoso de la población".
Es hora de poner fin a este sinsentido, poner fin a la guerra y priorizar el bien común de las personas.
Rezamos y pedimos por la liberación de todas las personas privadas de libertad, el regreso de los desaparecidos, los rehenes, y la curación de las familias que tanto han sufrido en ambos bandos.
Cuando esta guerra termine, tendremos un largo camino por delante para comenzar el proceso de curación y reconciliación entre el Pueblo Palestino y el Pueblo Israelí, de las demasiadas heridas que esta guerra ha causado en la vida de tantas personas: una reconciliación genuina, dolorosa y valiente. No olvidar, sino perdonar. No borrar las heridas, sino transformarlas en sabiduría. Sólo este camino puede hacer posible la paz, no sólo políticamente, sino también humanamente.
Como pastores de la Iglesia en Tierra Santa, renovamos nuestro compromiso con una paz justa, con la dignidad incondicional y con un amor que trascienda todas las fronteras.
No convirtamos la paz en un eslogan, mientras que la guerra sigue siendo el pan de cada día de los pobres.
*Traducido por la Oficina de Prensa del Patriarcado Latino