Logo
Donar ahora

Patriarch Pierbattista Pizzaballa sends greetings to Jerusalem Diocese

Queridos Hermanos,

Hace cuatro años, mientras concluía mi mandato como Custodio de la Tierra Santa, el Santo Padre quiso nombrarme Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén.

Quise interpretar aquella designación, que todavía no termina de sorprenderme y de turbarme, a la luz del verbo “retornar”: al igual que los discípulos de Emaús, prontos a dejar Jerusalén después de lo sucedido en la Pascua, yo también me sentí invitado a volver a Jerusalén, para retomar el camino, reencontrar la comunidad, e intensificar el compromiso. Y, de hecho, junto a ustedes, han sido años de recuperación, de cosecha, de un compromiso intenso, no siempre fáciles, sino a veces fatigosos. Juntos hemos intentado resolver algunos problemas de la Diócesis, para que su testimonio y su misión puedan ser mas ágiles y transparentes.

Y cuando pensaba que mi mandato en Jerusalén había terminado, me llegó una nueva invitación del Papa Francisco que me quiere como Patriarca. De esta forma, esta vez se me pide “quedarme”.

No puedo escapar a la sugestión y al “peso” de este verbo. Es el verbo de la paciencia madura, de la espera vigilante, de la fidelidad cotidiana y seria, no sentimental ni pasajera.

Es sobretodo, esa invitación del Señor a sus apóstoles antes de la Ascensión: a ellos que aún estaban desorientados y perplejos, con la tentación de seguir sus propios caminos, o de resolver todo y rápido, y de casi forzar los tiempos de Dios. A ellos Jesús les dice: “Quedaos en la ciudad, hasta que seáis revestidos del poder de lo alto” (Lc 24,49). Y ellos permanecieron, aprendiendo que el cumplimiento del Reino no estaba en sus manos, que este viene de lo alto, invocado y esperado en la paciencia de la fe y de la esperanza.

Y entonces me quedo también, para caminar entre vosotros y con vosotros, en la fe y en la esperanza, esperando la fuerza que viene de lo alto. Quisiera caminar sobretodo con los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los diáconos y los seminaristas: con ellos me quedo al servicio de todos, para dar testimonio y para aprender el primado de Dios y de sus tiempos, la paciencia de la siembra, la espera colma de esperanza y cierta de frutos del Espíritu.

“Quedarse”, “permanecer”, como en el evangelio de Juan, es también el verbo del amor, del verdadero, ese que se aprende en el Cenáculo y en el Getsemaní. Es para mí el significado más difícil. En este tiempo caracterizado cada vez más por la evasión y la fuga, por la velocidad y la búsqueda de emociones cada vez más fuertes, parece casi una invitación superada, antigua e imposible.

De hecho, nos afligen problemas antiguos y nuevos: la política miope que es incapaz de visión y de animo, una vida social siempre mas fragmentada y dividida, una economía que nos empobrece cada vez más, y por último esta pandemia, con su imposición de ritmos lentos y contrarios a la vida a la que estábamos acostumbrados. Pero también pienso en nuestras escuelas en dificultad creciente, a nuestras comunidades eclesiales a veces tan frágiles y, en resumen, en los muchos problemas dentro y fuera de nosotros que ya conocemos. Todo esto nos enseña dolorosamente, y espero, efectivamente, que otros deben ser los pasos y ritmos del hombre, si quiere salvarse a sí mismo y al mundo.

No debemos desanimarnos. He experimentado en estos cuatro años que, junto a los muchos problemas, también tenemos los recursos, el deseo y la fuerza para mirar hacia adelante con confianza, capaces de vivir la ambigüedad de este tiempo con esperanza cristiana.

Y también por esta razón siento dirigida a mí y a nuestra Iglesia, la invitación a "permanecer" no tanto en un lugar, sino ante todo en una disposición del alma, en una disponibilidad vital: permanecer fiel al don de Cristo y de nosotros mismos para la salvación del mundo.

Sé que nos esperan tiempos difíciles y decisiones complejas, pero estoy seguro de que juntos podremos mirar al mañana con confianza, como ha sido hasta ahora.

Por lo tanto, aseguro a todos mi voluntad de servir a cada uno, a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia, para amarla lo más posible con ese mismo amor del Cenáculo y del Getsemaní, poniendo a vuestra disposición lo que soy y lo que tengo. Y os pido de permanecer conmigo en la misma disponibilidad, en la misma decisión.

El palio, que marcará, en los momentos más solemnes, mi nuevo ministerio entre vosotros, nos recuerda que hemos elegido en el Bautismo llevar sobre nosotros el yugo de Cristo, el peso y la gloria de la Cruz, que es el amor dado hasta la muerte y más allá...

El Espíritu nos invita a mirar el futuro de Dios que vendrá "en no muchos días", que está de hecho entre nosotros. Dejémonos guiar por el Espíritu en este nuevo comienzo para nuestra amada Iglesia en Jerusalén. Y que nuestra patrona, la Reina de Palestina, interceda por todos nosotros.

Desde mi corazón os abrazo y os bendigo en el nombre del Señor.

+ Pierbattista Pizzaballa
Patriarca Latino de Jerusalén

Attachments

Patriarch Pierbattista Pizzaballa sends greetings to Jerusalem Diocese-pdf.pdf