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Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa: XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa: XIV Domingo del Tiempo Ordinario

XIV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Mt 11, 25-30

Para entrar en el pasaje evangélico de este domingo (Mt 11,25-30), quisiera dar un paso atrás, y volver al comienzo del "discurso misionero", donde vimos que Jesús se conmovía ante la multitud porque la veía cansada y agotada (Mt 9,36). Vimos que las personas estaban cansadas y agotadas porque les faltaba un punto de referencia, una guía, una relación que diera fundamento y seguridad a la vida.

También hoy encontramos términos que hablan de fatiga y cansancio: Jesús se dirige a todos los que están cansados y oprimidos (Mt 11,28), y parece querer decirnos que esta experiencia de debilidad y fatiga forma parte de la vida cotidiana, de la experiencia de todo ser humano.

De hecho, la palabra fatiga resuena en la Biblia desde las primeras páginas: después del pecado, Dios sale de nuevo al encuentro del hombre y le habla de fatiga y dolor (Gn 3,16-19), experiencias que entraron en el mundo en el preciso momento en que el hombre dejó de confiar en Dios; podríamos decir que la fatiga entró a formar parte de la experiencia humana en el momento en que el hombre dejó de conocer a Dios como Padre, como compañero, como presencia buena y fiable.

Y así es: si no conocemos a Dios como Padre, la vida se vuelve fatigosa, porque estamos solos y solos debemos construir nuestra vida; también nosotros estamos cansados y agotados como ovejas sin pastor.

A todas las personas, cansadas y oprimidas, Jesús les invita: venid a mí (Mt 11,28).

Su mensaje no se dirige principalmente a las que no tienen problemas, a las que pueden salir adelante; se dirige a todas las personas que experimentan la dureza de la vida.

¿Qué ofrece Jesús a estas personas? La palabra reposo aparece dos veces (Mt 11,28-29): pero de qué tipo de reposo estamos hablando ¿qué es, según Jesús, el verdadero descanso para el cuerpo y el alma?

Pues bien, podríamos decir que el único reposo que ofrece Jesús es el conocimiento del Padre, ese conocimiento perdido y olvidado, ahogado y perdido en medio de los miedos y errores de la vida.

¿Qué es lo que realmente nos da descanso? El conocimiento del Padre.

Y es Jesús, y sólo Él, quien puede ofrecernos ese descanso, porque sólo Él conoce al Padre (Mt 11,27) y sólo Él puede y quiere revelárnoslo.

Este pasaje, en el conjunto del Evangelio de Mateo, representa algo así como una pausa: hasta ahora, Jesús ha hablado, ha realizado curaciones y milagros, se ha encontrado con la gente, ha llamado a los discípulos; ahora, en este momento, Jesús se detiene y contempla la obra del Padre. Reconoce que todo lo que hace no es obra suya, sino del Padre. Jesús contempla esta obra y se detiene asombrado para admirar su estilo.  

Reconocer el estilo del Padre, conocer su plan de salvación para el mundo, ésta es la primera obra del Hijo, lo más importante que hace Jesús, lo que quiere compartir con nosotros.

¿Cuál es ese estilo?

La primera característica del estilo del Padre es que se lo ha dado todo al Hijo (Mt 11,27).

El Padre es alguien que lo da todo, que no se guarda nada para sí, que se pone enteramente en manos del Hijo. Si el pecado nos agota porque nos hace creer que el Padre no nos da todo lo que tiene, por el contrario, conocer al Padre nos descansa: la vida es su don, podemos confiar en Él.

Conocer al Padre se convierte entonces en una experiencia liberadora: por eso la carga es ligera (Mt 11,30).

Este conocimiento, sin embargo, no es para todos: mientras que el Padre encuentra aceptación plena en el Hijo, para algunos, Dios Padre es incomprensible. Los que no son mansos, los que no reconocen su fatiga y su debilidad, no pueden abrirse a la revelación de Jesús. Para ellos, Dios permanece oculto (Mt 11,25).

Pero entonces, ¿quién puede conocer al Padre?

Pueden conocerlo quienes, como Jesús, primero se dejan conocer por Él (Mt 11,27): Adán, después de pecar, se escondió, temeroso de dejarse encontrar y conocer por Dios, temeroso de abrirle su corazón, de mostrarle su error, de creer en su perdón. La carga ligera que Jesús nos ofrece es la de una integridad libre y humilde, que sabe estar ante el Padre como hijos que conocen su misericordia.

Estar ante el Padre sin miedo, con confianza, sin ocultarle nada, simplemente dejándonos amar, esta es la manera de conocer al Padre, de encontrar descanso.

Finalmente, quien es conocido por el Padre, quien poco a poco aprende  a conocerle y, por tanto, a confiar en Él, puede finalmente alabar y bendecir: "Os bendigo, Padre... porque os habéis complacido" (Mt 11, 25-26).

Quien aprende a poner su confianza en el Padre, aprenderá también a vivir en la confianza, sin esconderse, y así las cargas de la vida se harán de pronto "más ligeras y suaves".

+Pierbattista