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Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa: XV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa: XV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

XV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Mt 13,1-23

El pasaje evangélico de este decimoquinto domingo (Mt 13,1-23) es el comienzo del tercer discurso de Jesús relatado por el evangelista Mateo. Es el discurso que Jesús pronuncia contando una serie de parábolas, de las que hoy escuchamos la primera, la del Sembrador.

Es un pasaje complejo, que se estructura en tres partes, precedidas de una introducción (Mt 13,1-3): en la primera parte (Mt 13,3-9) Jesús cuenta la parábola; en la segunda (Mt 13,10-17) los discípulos se le acercan y le preguntan por qué habla a la gente en parábolas; en la tercera (Mt 13,18-22) Jesús explica la parábola a los discípulos.

Quisiera detenerme primero en una aparente extrañeza: Jesús cuenta la parábola a todos; luego parece decir que sólo los discípulos pueden entenderla. Finalmente, explica la parábola precisamente a los discípulos, que parecían ser los únicos que la entendían.

Ahora bien, me parece un detalle importante: Jesús cuenta la parábola a todos, como el sembrador que siembra su semilla en todos los campos: no elige sólo a algunos, no hace distinciones, no escatima su don. Acepta el riesgo de que su don se pierda, porque ésta es la lógica del amor. La parábola destaca los distintos tipos de escucha, de acogida del anuncio de Jesús.

La parábola, pues, es como una semilla, que no revela inmediatamente su misterio, que no da inmediatamente su fruto: depende de quién la acoge, de cómo se la acoge. Algunos la entienden, otros no; algunos endurecen su corazón, otros lo abren; algunos escuchan sin entender, otros en cambio escuchan y entienden, y dan fruto.

Encontramos la diferencia entre estas distintas actitudes en el versículo 10: "Entonces se le acercaron los discípulos y le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?»"

Lo que permite que la Palabra descienda profundamente, que dé fruto, es la actitud de los discípulos que tienen el valor, después de escuchar sin entender -como todos-, de acercarse a Jesús y hacerle preguntas. Los discípulos no son mejores, no tienen algo más que los demás. Simplemente se mantienen en una relación con la sencillez de quien admite que no ha comprendido, de quien acepta que no sabe, pero no huye, no cierra su corazón.

Jesús sigue siendo un misterio que supera la posibilidad de conocimiento de cualquier hombre, pero la reacción de quienes lo encuentran y le escuchan es distinta, como distinta es la tierra en la que cae la semilla.

Los discípulos se acercan a Jesús, expresión que recuerda la que escuchamos el domingo pasado, cuando Jesús invitaba a todos los que estaban cansados y fatigados a venir a Él (Mt 11,28) para conocer al Padre y encontrar descanso: y acercarse dice de un movimiento, una decisión del corazón, una búsqueda, una voluntad de no detenerse ante lo que se nos escapa, un deseo de conocer y de abrirse a la fuerza del amor del Padre, que, como una semilla, hace florecer la vida. Esto es lo que hacen los discípulos en el Evangelio de hoy, se acercan.

En los Evangelios, a menudo es Jesús quien se acerca: es el movimiento de quien no abandona al otro en su dolor. Hoy se nos dice que acercarnos es también nuestra Palabra, nuestra identidad: nos acercamos a Aquel que se ha acercado.

La parábola parece querer decir que el conocimiento del Padre, el conocimiento que Jesús propuso el domingo pasado a todos los que están cansados y oprimidos, no es cosa de un momento, sino que es un proceso que requiere acercarse, que requiere largos tiempos de paciencia: se trata, en efecto, de dejar que la semilla descienda profundamente. Lo cual es extremadamente difícil, sobre todo en nuestros tiempos, y sin embargo tan necesario.

El lugar donde brota la vida es, por tanto, la interioridad del hombre: para quien vive en la superficie de sí mismo, el peligro de la dispersión y la distracción está a las puertas.

En cambio, la parábola del sembrador nos dice que necesitamos profundidad, y que sólo la escucha de la Palabra puede llevarnos a la profundidad de nuestra vida.

¿Qué sucede en esta profundidad del corazón?

Entendiendo que, en cierto sentido, Dios habla siempre en parábolas, o para ser más claros, que nuestra vida gira en torno a la Palabra del Padre, que pide ser acogida, custodiada, meditada.

Y para ello, se nos pide que nos acerquemos.

+Pierbattista