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Meditación de S. B. Card. Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén: XXX Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Meditación de S. B. Card. Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén: XXX Domingo del Tiempo Ordinario, año A

XXX Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Mateo 22, 34-40

Estamos en la última de las tres polémicas suscitadas por los adversarios de Jesús con el objetivo de ponerlo en dificultades, de desacreditar entre la multitud esa fama de profeta que, poco a poco, se había ido extendiendo gracias a sus gestos y palabras.

La primera (Mt 22,15-21) la escuchamos el domingo pasado, la relativa al tributo que se debe dar o no al emperador: Jesús había respondido cambiando el nivel del problema e invitando a sus interlocutores a mirar más profundamente, a ver la imagen que todo lleva en sí mismo, a distinguir lo que lleva la imagen de Dios y a Él debe ser devuelto, y lo que, en cambio, lleva la impronta del hombre, y debe ser tratada como tal.

La segunda (Mt 22,23-33) se refería a la resurrección de los muertos: también aquí Jesús cambia la perspectiva, y recuerda a los saduceos que le interrogan que Dios es fiel a la vida del hombre, y que esta fidelidad llena de amor es el fundamento de la esperanza en la resurrección.

Hoy (Mt 22,34-40), la pregunta planteada por un escriba se refiere a la Ley, y pregunta a Jesús cuál es el gran mandamiento.

En primer lugar, me gustaría hacer dos observaciones.

La primera es que la pregunta es muy importante, al igual que lo fue, el domingo pasado, poder ver bien y poder distinguir la imagen grabada en la moneda del César.

Saber cuál es el mandamiento más importante es haber entendido el camino hacia una vida buena, hacia una vida bella. No se trata tanto de cumplir con un deber, de adquirir un comportamiento correcto, sino de saber elegir el camino de la vida.

La segunda es que el camino de la vida tiene que ver con el amor.

La respuesta de Jesús, de hecho, dice que, para tener una buena vida, hay que saber amar.

Dios, por su parte, ama la vida del hombre, como Jesús subrayó en la controversia sobre la resurrección.

Y Dios, ante todo, pide ser correspondido en el amor, pide ser amado: no ser servido, no ser honrado, no ser adorado. Dios pide una relación de amor.

Finalmente, centrémonos en algunos términos.

El escriba pregunta cuál es el gran mandamiento (Mt 22,36).

Jesús responde citando un pasaje del libro del Deuteronomio (6,4-8), pero también corrige la pregunta: éste, dice, no es sólo el gran mandamiento, sino también el primero.

El grande dice algo importante, más importante que todo lo demás, que es más pequeño.

El primero, sin embargo, dice algo que está en la base, de lo que deriva todo, algo que no está solo. Si hay un primero, significa que luego hay otros.

Y Jesús, de hecho, cita inmediatamente el segundo, algo que el escriba no le había preguntado: si el primer mandamiento es amar a Dios, el segundo es amar al prójimo, y añade que estos dos mandamientos, el primero y el segundo, juntos, son el fundamento de todo, de la Ley, de los Profetas, de la vida.

Para comprenderlo, puede ayudarnos la Palabra de los profetas que han acompañado la Historia de la salvación: el gran engaño siempre ha sido pensar que podemos amar a Dios sin tener que amar a nuestros hermanos.

Los grandes profetas fueron enviados para recordarnos que esto era absolutamente imposible: Dios no podía soportar un culto, una devoción hecha a Él que luego dejara a los pobres en la puerta; no admitió que alguien le amara a Él y siguiera por el camino de la injusticia y la iniquidad.

Y la pregunta del escriba, que pregunta cuál es el gran mandamiento, es tal vez un eco de este engaño: una secuela de esta ilusión, de esta pretensión.

La ley para una vida buena no puede dejar de mantener unidos estos dos mandamientos: no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos.

De hecho, Jesús va un paso más allá. Si queremos amar a Dios, el único camino es amar a nuestro hermano, como veremos dentro de algunos domingos, al final del año litúrgico: con la escena del juicio (Mt 25,31-46), Jesús nos dirá que, al final, estos dos mandamientos coinciden, y cualquier gesto de amor hecho a un hermano en gratuidad se considerará como hecho a Dios.

Juntos, amar a Dios y amar al hermano, son el primer mandamiento, un único mandamiento, el fundamento del que todo deriva.

+Pierbattista