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Meditación de S. B. Cardenal Pierbattista Pizzaballa: III Domingo de Adviento

Meditación de S. B. Cardenal Pierbattista Pizzaballa: III Domingo de Adviento

17 de diciembre de 2023

III Domingo de Adviento, año B

Jn 1,6-8.19-28

Este tercer domingo de Adviento también nos ofrece la figura de Juan el Bautista.

Es el Evangelista Juan quien nos lo presenta hoy, hablando del Bautista desde el principio, dentro del gran prólogo con el que abre su Evangelio (Jn 1, 6-8), y continúa su presentación en los versículos inmediatamente siguientes (Jn 1, 19-28).

¿Quién es Juan y cuál es su misión?

Tenemos una primera respuesta en los versículos 6-8, y otra en los versículos 19-28.

La primera respuesta es la del Evangelista, que nos dice tres cosas esenciales: Juan es un hombre enviado por Dios; fue enviado para ser testigo, para dar testimonio de la luz; y finalmente, el Evangelista nos dice que el propósito de su testimonio es que todos puedan creer.

El Evangelista precisa: el Bautista no es la luz, porque en el Evangelio de Juan está claro que la luz es Jesús, y solo Él. El mismo Jesús dirá de sí mismo que es la luz del mundo (Jn 8,12), mientras que el Bautista vino a dar testimonio de la luz.

Los versículos que siguen al prólogo, sin embargo, nos muestran cómo se desarrolla este testimonio, qué significa que Juan da testimonio de la luz.

En Jerusalén hay una cierta perplejidad entre los líderes sobre el Bautista: no todos, de hecho, podían comenzar a bautizar al pueblo, por lo que la perplejidad de los líderes es legítima. Los gobernantes, por lo tanto, envían algunos sacerdotes y levitas al Jordán para interrogarlo acerca de su identidad, y así el Bautista da testimonio.

Las preguntas que se le dirigen son básicamente dos: la primera se refiere a la identidad de Juan, la segunda a su misión.

A decir verdad, Juan no responde o, mejor dicho, no dice nada de sí mismo, porque Juan no es su propio testigo, no vino a hablar de sí mismo ni siquiera a hacer que la gente hablara de él. La respuesta del Bautista es una referencia continua, total y radical a Cristo.

Juan habla de sí mismo a través de una negación, que repite varias veces: Yo no soy (Jn 1,20.21). Yo no soy el Cristo, yo no soy Elías, yo no soy el Profeta.

Su vida no tiene más sentido que en relación con Cristo: Juan no es el esposo, sino el amigo del esposo (Jn 3,29). No es la luz, sino el testimonio de la luz; no es la Palabra, sino la voz a través de la cual la Palabra puede hablar; y es precisamente a través de este estar solo en relación con Cristo que Juan vive su vida en plenitud, cumpliendo su misión hasta el final.

Juan, en definitiva, no responde. Como si dijera: no importa quién soy. La verdadera pregunta no es sobre mí, sino sobre aquel que está entre vosotros y a quien no conocéis (Jn 1,26).

El testimonio del Bautista nos ayuda a ponernos en el lugar correcto. La de los que no saben, no conocen.

Todo el Evangelio de Juan está impregnado de esta experiencia: la de no saber, no conocer, no reconocer. Es la experiencia de Nicodemo (Jn 3,10), de la samaritana (Jn 4,29), del ciego de nacimiento (Jn 9,36). Pero es también la experiencia de todos los discípulos después de la muerte y resurrección de Jesús, empezando por María Magdalena, que no reconoce al Señor (Jn 20,14), hasta los discípulos en el lago de Tiberíades (Jn 21,4).

Juan nos dice que la forma correcta de presentarnos ante el Señor que viene es admitir que no lo conocemos; de esta actitud humilde surge la pregunta, el deseo, la búsqueda, la fe, como en todos los personajes mencionados anteriormente, que partieron de la oscuridad de la ceguera de su corazón y se abrieron a la luz, es decir, a una relación de confianza y de amor con el Señor Jesús. Es el camino de la fe.

El Bautista, nos dice el Evangelista Juan, vino precisamente para esto: para que todos crean (Jn 1,7).

+Pierbattista