Hermanos y hermanas,
¡Que el Señor os dé la paz!
Como cada año, con ocasión de esta solemne celebración eucarística y de la proclamación del Evangelio de la Anunciación, nos reunimos aquí, en la casa de la Virgen María, para contemplar una vez más el misterio de la Encarnación.
El pasaje evangélico proclamado anuncia una gran esperanza: "Y he aquí que concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande... y su reino no tendrá fin". (Lucas 1,31-33)
El nombre Jesús significa "Dios salva". Según el ángel Gabriel, Jesús será un Salvador, será grande y su Reino será eterno.
Es una afirmación importante y esperanzadora, pero parece muy alejada de nuestra experiencia. Parece difícil creer, cuando miramos lo que ocurre a nuestro alrededor, que Jesús gobierna este mundo nuestro, que el mundo ha sido salvado.
Si observamos nuestra realidad en Tierra Santa, parece que no sólo Cristo no gobierna, sino que además es objeto de burla y rechazo. Lo hemos visto repetidamente en Jerusalén durante las últimas semanas. Lo vemos incluso en algunos de los proyectos de ley que, sabiendo que no serán aprobados, muestran un rechazo flagrante del Reino de Cristo y del cristianismo.
Incluso si salimos de nuestro contexto cristiano, si miramos al mundo en general, vemos múltiples guerras y divisiones, que no dejan de aumentar, no sólo en Tierra Santa o en Ucrania.
Como he dicho muchas veces, las divisiones no se limitan a la política. En las escuelas, las familias y las comunidades, las desavenencias también parecen ser cada vez más frecuentes y generalizadas. La lista de conflictos y tensiones en distintos ámbitos de la vida es larga. Los enumero porque, mientras por un lado el ángel Gabriel anuncia el comienzo de un nuevo reino de salvación, por otro vemos tanta desolación a nuestro alrededor que es fácil creer que el mundo no está realmente salvado después de todo, que el reino de Cristo no ha florecido realmente en la vida de las personas.
¿Dónde está el Reino? ¿Cómo podemos creer las palabras del ángel: "Y su reino no tendrá fin" ¿Dónde está la intervención de Dios, dónde vemos su acción en el mundo?
´Seamos realistas, ya no creemos, o no creemos lo suficiente, en la acción de Dios en la historia, en nuestras vidas. Los acontecimientos que hemos vivido y que vivimos hoy, ya sean personales o sociales, y quizá incluso algún pensamiento teológico, nos hablan de un Dios que respeta la libertad, que se "encoge" para dejar espacio al hombre, que sufre con sus criaturas, que comparte su dolor, que camina por las sendas del amor y no por las del poder. Todo esto es cierto, muy cierto. Pero estas consideraciones corren el riesgo de detenerse en un aspecto y reducir el amor de Dios a un simple sentimiento de cercanía, que lo comparte todo pero no salva nada.
Hoy, aquí en Nazaret, se nos revela que, en Jesús, "Dios salva". Su amor, su compasión, su misericordia son activos, verdaderos, fuertes. Hoy se nos dice que su amor no es un sentimiento, sino una decisión. Una decisión que abre nuevos caminos, que interviene, que pregunta, que propone, que crea un camino. La Anunciación nos hace contemplar la actividad creadora y redentora de Dios. El pasaje evangélico proclamado hoy no es una quimera, ni un engaño; es el anuncio de la vida verdadera, de una realidad que todavía hoy podemos experimentar. Es el anuncio del amor de Dios que se hace carne y que podemos tocar, que nos alcanza en lo más profundo de nuestras soledades, que sólo espera nuestra respuesta libre y activa.
A Dios que quiere salvar, corresponde María que quiere ser madre. Quizá también nosotros lo olvidamos. La obediencia de María no es pasividad. Estamos tan acostumbrados a hablar y contemplar el "sí" de la Virgen, que a veces se nos hace creer que ella se contentó con aceptar la voluntad de Dios, con convertirse de algún modo en simple ejecutora de la misma.
Pero no es así. María entró en el plan de Dios y lo hizo suyo, compartiéndolo, “esposándose” con él, como muestra su visita a Isabel. Tras el anuncio del ángel, se pone inmediatamente en marcha para cumplir lo que el ángel le ha dicho, para participar en el plan de salvación de Dios, que ahora también ha pasado a ser suyo, y al que ella contribuirá, a su manera y en su tiempo.
Por lo tanto, el "sí" de María debe entenderse, no sólo como una aceptación del plan de Dios, sino también como un deseo positivo de contribuir a la salvación del mundo.
Hoy nos corresponde a todos, preguntarnos hasta qué punto es activa nuestra fe. ¿Hemos dejado en manos de otros el deseo y el compromiso de cambiar y salvar el mundo? ¿No corremos a veces el riesgo de hacer de la fe una compañía sentimental o, en el mejor de los casos, una mera interpretación de la realidad?
La fe es una fuerza de cambio. No sólo queremos amar este mundo, queremos salvarlo. Para un cristiano, amar significa salvar, incluso a costa de la propia vida. Los cristianos no se encierran en una especie de devoción sofisticada, no temen las divisiones, los rechazos, las persecuciones. Su fe no se debilita por la presencia del mal en el mundo. Al contrario, están abiertos a la vida del mundo, quieren transformarlo y convertirse en constructores activos del Reino. Así es como Cristo reina sobre el mundo, según las palabras del ángel: a través de la pasión y el amor de los creyentes, a través de la Iglesia que, a pesar de todo, es todavía hoy la que sigue anunciando y ofreciendo la salvación a la humanidad.
Esta misión es ante todo la nuestra, la de la Iglesia de Tierra Santa, la Iglesia Madre. No nos perdamos en el análisis de la dramática situación que vivimos. Sabemos que nos esperan tiempos difíciles, pero no tengamos miedo. Nadie puede separarnos del amor de Cristo (cf. Rm 8, 35), nadie puede apagar nuestro deseo de cambiar y salvar el mundo, nadie puede privarnos del sueño de otro modo de vida, nadie puede sofocar en nosotros la certeza de la salvación que nos ha llegado y que es más fuerte que cualquier realidad contraria.
Hoy, también nosotros, la Iglesia de Tierra Santa, hemos venido aquí, a Nazaret, a la casa de la Virgen María, para reafirmar nuestro "sí" al plan de salvación de Dios para esta Tierra, y para reafirmar nuestro compromiso con ese cambio y esa salvación, sabiendo que, como dijo el ángel Gabriel a María, "nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 37).