Estimadísimos hermanos y hermanas
Estimado Sr. Mahmoud Abbas, Presidente y representantes del Estado de Palestina,
Estimado Representante de Su Majestad el Rey Abdallah II de Jordania,
Señores Cónsules Generales y miembros del cuerpo diplomático,
¡Que el Señor les de la paz!
"El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en tierra de tinieblas brilló una luz. Has multiplicado su alegria, has hecho grande su gozo" (Is. 9,1-2).
Una vez más nos reunimos aquí en Belén, en este Lugar Santo, para dar gracias, alabar y celebrar el maravilloso acontecimiento del nacimiento del Salvador. Una vez más, con el profeta Isaías proclamamos al mundo entero que una gran luz ha aparecido ante nuestros ojos y una gran alegría ha llenado nuestros corazones, "se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres" (Tt 2,11): Jesucristo Redentor.
Hoy se nos invita, como cada año, a inclinarnos ante este gran misterio, que es también anuncio de salvación y de misericordia. De hecho, la Navidad no es sólo un tiempo, quizá un poco infantil, de alegría, de fiesta y luces, o de niños felices y regalos compartidos con los necesitados. Es ante todo, la celebración de la revelación de Dios en la historia, es la manifestación de la intención divina hacia la humanidad, que alcanza su punto culminante en Navidad. La Navidad es la mirada y el juicio de Dios sobre el mundo. Y es un juicio de salvación y misericordia, de compasión y no de condena.
"El pueblo que caminaba en tinieblas..." (Is 9,1). La vida del mundo estaba marcada por el pecado. El mundo de entonces estaba desgarrado, dividido y era tan violento como el de hoy, eso lo sabemos. Pero con la Navidad de Cristo, algo empieza a cambiar. Con el nacimiento del Niño de Belén, de hecho, surge una nueva oportunidad para las relaciones entre los hombres. No hubo cambios repentinos en la vida de aquel mundo violento, es cierto. Sin embargo, esa intención divina, ese deseo de Dios lleno de compasión, que en Navidad se hizo carne y se hizo visible en un Niño, poco a poco, desde este Lugar, comenzó a extenderse por todo el mundo. Y trajo una nuevo estilo de vida, basada en la dignidad de cada hombre y mujer, en una justicia que nunca se separa de la misericordia, en el deseo de que todos se salven. Desde entonces, esa intención divina sigue irradiando, llevando su luz a quienes habitan en una tierra tenebrosa.
Sin embargo, ese juicio y esa mirada de misericordia y de salvación esperan una respuesta: son también una invitación dirigida a todo hombre para que entre en esa nueva forma de vida, modelada sobre el mismo deseo de Dios. Es una llamada poderosa y solemne a vivir en esa nueva luz. "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4-5). Celebrar la Navidad, por tanto, también implica una decisión. Se puede, en efecto, elegir no responder a esa invitación: "Vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1,10-11).
Desde entonces hasta hoy, esa mirada y ese juicio de Dios se hacen presentes en el mundo a través de la Iglesia. Porque el cristianismo es, ante todo, el estilo de vida de quienes han decidido aceptar la invitación a ser testigos creíbles del plan de salvación de Dios para todos. Ser Iglesia significa dar cuerpo a ese deseo divino de misericordia, que la Navidad de Cristo hizo posible y tangible. La comunidad cristiana está llamada, en definitiva, a hacer vivo y presente, en nuestro mundo, el Corazón compasivo de Dios, y a mirar a la humanidad con ojos iluminados por su luz radiante. Se tiene una visión más verdadera de los acontecimientos mundiales si también se mira con el corazón y no sólo con los ojos.
¿Y qué vemos hoy, aquí, en este mundo nuestro? ¿Qué contempla nuestra Iglesia de Jerusalén, qué trae la luz de Dios a los ojos de nuestra mente y nuestro corazón, aquí en esta Tierra Santa?
Con nuestros ojos vemos que la violencia parece haberse convertido en nuestro lenguaje principal, nuestra forma de comunicarnos. Hay una violencia creciente sobre todo en el lenguaje de la política. Ya hemos expresado nuestra preocupación por el rumbo que está tomando la política en Israel, donde hay el riesgo de romper el ya frágil equilibrio entre las distintas comunidades religiosas y étnicas que componen nuestra sociedad. Es tarea de la política de servir al país y a sus habitantes, de trabajar por la harmonía entre las distintas comunidades sociales y religiosas del país y traducirlas en acciones concretas y positivas sobre el territorio, y no fomentar, por el contrario, las divisiones o, peor aún, el odio y la discriminación.
Este año, además, hemos asistido a tanta violencia en las calles y plazas palestinas, con un número de muertos que nos hace retroceder décadas. Es un signo del preocupante aumento de la tensión política y del creciente malestar, especialmente entre nuestros jóvenes, ante la cada vez más lejana solución del conflicto en curso. Desafortunadamente, la cuestión palestina, por desgracia, ya no parece ser el centro de atención del mundo. También ésta es una forma de violencia, que hiere la conciencia de millones de palestinos, cada vez más solos y que desde hace demasiadas generaciones han estado esperando una respuesta a su legítimo deseo de dignidad y libertad.
Desafortunadamente, la violencia no sólo está en la política. Lo vemos en las relaciones sociales, en los medios de comunicación, en los juegos, en el mundo escolar, en las familias y, a veces, incluso en nuestras propias comunidades. Todo ello se deriva de la creciente falta de confianza cada vez más profunda que caracteriza nuestro tiempo. No confiamos en que el cambio sea posible, ya no confiamos unos en otros. Y así, la violencia se convierte en la única forma de hablar entre nosotros. La falta de confianza es la raíz de todos los conflictos, aquí en Tierra Santa, o en Ucrania y en tantas otras partes del mundo.
En contextos tan desgarrados y heridos, por tanto, la primera y más importante vocación de nuestra Iglesia es ayudar a mirar el mundo también con el corazón, y recordar que la vida sólo tiene sentido si está abierta al amor. Para nosotros, comunidad de creyentes en Cristo, celebrar la Navidad significa crear, promover y ser ocasión de misericordia, compasión y perdón. Significa traer a la vida de nuestro contexto herido ese Deseo lleno de compasión, que Dios nos manifestó con el nacimiento de Jesús. Significa tener el valor de realizar gestos que generen confianza. La fe en Dios, en efecto, debe sostener nuestra confianza en el hombre, dar fundamento a nuestra esperanza y traducirse en gestos de amor gratuito y sincero.
La paz, que todos anhelamos, no surge por sí sola. Espera a hombres y mujeres que sepan traducir el estilo de Dios en acciones concretas y tangibles, en las pequeñas y grandes cosas de cada día. Personas, es decir, que no teman encarnarse en la vida del mundo y que, con gestos de amor gratuito, sepan despertar el deseo de bondad que habita en el corazón de todo hombre, que sólo espera ser liberado de las ataduras del egoísmo. Jesús, el Salvador nacido aquí en Belén, dijo Bienaventurados los pacificadores; Él mismo dio su vida en la cruz y con su amor venció a la muerte. Él nos enseñó que el Amor vence a la muerte.
No es imposible. El testimonio de tantos hombres y mujeres aquí, en nuestra Tierra Santa y en muchas otras partes del mundo, nos dice que ese estilo, esa forma de celebrar la Navidad, sigue siendo posible hoy, a pesar de todo.
Mi deseo, pues, es que también el Niño Jesús despierte en nosotros, una vez más, el deseo del bien cada uno, fortalezca nuestra confianza en cada hombre y sostenga nuestra acción por la paz, la misericordia y la justicia en Tierra Santa y en el Mundo.
¡Feliz Navidad!
Belén, 24 de diciembre de 2022
†Pierbattista Pizzaballa
Patriarca Latino de Jerusalén