Logo
Donar ahora

Homilía del Patriarca Pizzaballa en la fiesta de la Anunciación 2022

Homilía del Patriarca Pizzaballa en la fiesta de la Anunciación 2022

Homilía del Patriarca Pizzaballa en la fiesta de la Anunciación 

Nazaret, 25 de marzo de 2022 

Is 7,10-14; 8.10; Eb 10, 4-10; Lc 1, 26-38 

  

Queridos hermanos y hermanas, 

¡Que el Señor les dé paz! 

De nuevo este año somos muchos los que nos reunimos aquí a los pies de la Virgen de Nazaret, en su casa y en su ciudad. Este año nuevamente nos dirigimos a ella en la oración y en la escucha de la Palabra. Y a través de esta Palabra, le pedimos nuevamente a ella, la madre de Jesús, que nos ilumine para que podamos vivir estos tiempos, nuevamente llenos de violencia y dolor, con el espíritu correcto. 

Al final de esta celebración, nos uniremos al Santo Padre, el Papa Francisco, en la consagración de los pueblos de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María. Dos pueblos hermanos, en guerra entre sí, uno el agresor y el otro el agredido, con profundas tragedias humanas que dejan tras de sí enormes ruinas materiales y espirituales. Aquí en Tierra Santa sabemos lo que es la guerra; sabemos cómo penetra en el corazón de las personas, se convierte en una forma de pensar, crea profundas divisiones y frustraciones, erige muros físicos y humanos, destruye perspectivas de confianza, visión y paz. Precisamente por eso - porque sabemos lo que significa y lo hemos experimentado de manera física y directa - oraremos por estos pueblos, por sus líderes y, sobre todo, por los pequeños del Evangelio, las madres, los niños y los ancianos desamparados, solos, a merced de una violencia incomprensible, dictada por cálculos humanos miopes y sin perspectiva. Que la Virgen de Nazaret, que en este lugar se convierte en Madre de Jesús, interceda por ellos y por tantas personas en el mundo que padecen estas mismas situaciones. 

Todos los años leemos el Evangelio de Nazaret, el anuncio del Ángel. Y cada año, este pasaje nos desafía como si fuera la primera vez que lo escuchamos. 

Nuestra Iglesia está comprometida con un camino sinodal, del cual la escucha es uno de los temas centrales. Y me gustaría detenerme en esto hoy. Esta es una de las primeras lecciones de lo que el Papa Pablo VI llamó “la escuela de Nazaret”, una lección de escucha. 

La Virgen María escuchó la voz del Ángel, hizo suya la petición que le venía del Cielo. Después de ella, fue José quien también aceptó lo que le fue comunicado desde arriba a través de un sueño. Son peticiones inéditas, difíciles de entender, que van en contra de todas las costumbres de la época, de la forma de pensar, de todo razonamiento humano. Son desconcertantes. Sin embargo, Nuestra Señora no dudó en decir su “sí”. Aceptó formar parte de un proyecto del que no sabía nada y cuyas perspectivas de futuro desconocía. Después de María, fue también la experiencia de muchas personas que apostaron por el Señor, que aceptaron ser parte de algo que no conocían del todo. Pero confiaron, supieron dejarse conquistar por la palabra hablada, sin hacer demasiados cálculos humanos. 

Escuchar es más que oír. Escuchar es abrirse al otro, hacerle lugar en uno mismo, en la manera de pensar, en las cosas por hacer, en las perspectivas por dar. Es algo que requiere una actitud de confianza, libertad y gratuidad. En cierto sentido, es como ser llamada a ser madre, es decir, a acoger en nosotros la vida de otro. 

Muchas de las crisis que atravesamos, en todos los niveles de la vida social, dependen precisamente de esto, de esta dificultad que tenemos para escucharnos: en política nos gritamos, y cuando gritamos no se escucha Este es el caso en todo el mundo. Los medios de comunicación nos muestran esto hoy en Rusia y Ucrania, pero sabemos que también está sucediendo en África, Asia y muchos otros países. Incluso en Tierra Santa, todavía queda un largo camino por recorrer para aprender a escucharse realmente unos a otros: entre árabes y judíos, por ejemplo, así como entre diferentes generaciones, entre las diversas comunidades religiosas que componen la sociedad. Incluso en nuestra Iglesia, necesitamos escucharnos más unos a otros; hemos hablado mucho de ello durante este camino sinodal. Escucharnos entre sacerdotes y laicos, entre instituciones religiosas y la comunidad cristiana en general, en el mundo de nuestras escuelas. El problema existe también dentro de nuestras familias: entre padres e hijos, entre cónyuges... Y podría seguir así un buen rato, enumerando las dificultades de la escucha en los diferentes ámbitos de nuestra vida. El tiempo en que vivimos es codicioso, absorbe toda nuestra energía. Todos estamos tan ocupados, atrapados con las cosas que tenemos que hacer, los deberes que tenemos cumplir y preocupaciones de todo tipo, que no encontramos tiempo ni espacio para los demás. A veces ni siquiera nos las arreglamos para encontrar tiempo y espacio para aquellos con quienes convivimos y que poco a poco corren el peligro de convertirse en extraños para nosotros. Hoy, la Virgen María nos recuerda que la escucha, es decir, dar cabida al otro, tratando de comprender sus razones, no es el tiempo robado a lo que nos toca hacer, sino la primera opción que da sentido y contenido a nuestra vida cotidiana, que da proporciones reales a nuestros contextos vitales, que nos enriquece con relaciones verdaderas, que construyen un futuro. ¡Cuántos malentendidos y soledades, en cambio, surgen cuando no nos acogemos y escuchamos unos a otros! 

Cuando amamos, escuchamos con confianza. La Virgen de Nazaret con confianza supo decir su “sí” al ángel porque su relación con Dios no le era ajena, porque su fe ya la sostenía. La pregunta del ángel no le vino de un mundo desconocido, sino que floreció en una relación ya existente, en una fe alimentada y vivida. Incluso antes de ser habitada físicamente por el Verbo, María ya estaba habitada por el amor a Dios Padre, que daba sentido y dirección a sus opciones. Nuestra Señora pudo acceder a participar en el plan de Dios, a insertarse en la Historia de la Salvación, porque ya lo sabía; ella ya era consciente de que esta increíble petición del Ángel podía realmente realizarse, porque ya sabía que “nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). La confianza fue entonces la respuesta de amor de Nuestra Señora, la aceptación de permanecer en la relación con Dios Padre, pero de una manera completamente nueva, extraordinaria, sin precedentes. 

Escuchar, es decir, ante todo decir “sí” a Dios, es ante todo un modo de ser en la vida. Dar cabida al otro es ante todo tener la disposición de amarlo. Y si te gusta, también puedes apostar por él, puedes arriesgarte, puedes confiar en él. La fe y la escucha se necesitan mutuamente. 

No podemos confiar en Dios y al mismo tiempo no confiar en el hombre. No podemos decir que tenemos fe en Dios y luego temer arriesgarnos en nuestras relaciones humanas: en la política, en la Iglesia, en la familia, en todas partes. 

En estos tiempos que son los nuestros, esto es quizás lo que nos asusta. Saber decir “sí” a la vida hasta el final, sin miedo, libremente. Hay tantas razones para no creer que esto sea posible. Son tantas las preguntas y los miedos que viven en nuestros corazones: “¿cómo podemos pensar en crear una nueva familia cuando vemos tantas crisis familiares a nuestro alrededor? ¿Cómo se puede apostar por la paz cuando hay tantas guerras en el mundo? ¿Cómo podemos trabajar por la justicia y la igualdad cuando hay tanta discriminación que parece no tener fin?”. Quién sabe cuántas y qué preguntas semejantes moran en el corazón de cada uno de nosotros. 

La escuela de Nazaret nos recuerda hoy que los miedos nunca construyen nada; por el contrario, destruyen. Nos enseña a recibir con confianza la vida del mundo, el plan de Dios que quiere nuestra salvación, pero que necesita de nuestro amor, de nuestro "sí" para realizarlo, como tuvo necesidad del "sí" de la Virgen. El mal no desaparecerá, eso lo sabemos, pero no tendrá poder sobre los que tienen fe en Dios. El mundo de hoy necesita hombres y mujeres que todavía tengan la valentía de apostar por Dios y por tanto de comprometerse en la vida del mundo, como María, José y tantos otros en la historia; de hombres y mujeres que no temen las asechanzas del mal y del pecado. Necesitamos a la Iglesia, que es el lugar de la presencia de la Palabra: que le dé al mundo amor, trabajando por la justicia, haciéndose la voz de los pobres, sabiendo escuchar el grito de los que, en Ucrania , en Rusia, en Tierra Santa y en el resto del mundo, esperan una palabra de verdad y gestos de justicia. En definitiva, una Iglesia que sepa defender los derechos de Dios, que son también los derechos del hombre. 

Que María de Nazaret interceda por todos nosotros, por nuestras familias, por los pueblos de Tierra Santa. En particular, rezamos y l confiamos nuevamente a los pueblos de Rusia y Ucrania, para que comiencen a escucharse de nuevo; que les ayude a reconstruir relaciones de confianza, sin las cuales no habrá futuro. Que consuele a los que ahora sufren y lloran, y de fuerza a todos los que, en estos países y en todo el mundo, trabajan por la justicia y la paz. Amén. 

† Pierbattista Pizzaballa 

Patriarca latino de Jerusalén 

Attachments

SP-omelia-annunciazione-2022-pdf (1).pdf