27 de julio de 2025
XVII Domingo del Tiempo Ordinario, C
Lc 11, 1-13
Cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar ("Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos" - Lc 11,1), Jesús no responde simplemente entregándoles la oración del Padrenuestro. La suya es una respuesta articulada, como un camino, que se desarrolla en tres etapas.
Y esto nos ofrece el primer elemento a conservar de este pasaje del Evangelio de hoy (Lc 11,1-13). Porque la oración no es simplemente una fórmula, sino un camino, un recorrido.
Es un recorrido exigente y complejo: la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8), así como las palabras que la siguen (Lc 11,9-13), son palabras de no fácil comprensión, precisamente para decir que la oración no es algo automático, sino un camino que requiere ser recorrido con paciencia.
En el centro del pasaje se encuentra la parábola. Lo que conecta la parábola con la anterior oración del Padrenuestro, es el pan.
La petición del pan en el Padrenuestro es la petición central («Danos en el día de hoy nuestro pan de cada día» - Lc 11,3). La pregunta por el pan es también central en la parábola, donde todo comienza porque alguien va a un amigo suyo a pedirle tres panes ("Si alguno de vosotros tiene un amigo y a medianoche va a él y le dice: 'Amigo, préstame tres panes... ' - Lc 11,5).
En primer lugar, hay un amigo que recibe la visita de un amigo suyo en plena noche, pero no tiene pan que ofrecerle. La parábola requiere atención a las sutilezas que se esconden en ella. Sería razonable que el primer amigo, que no tiene pan que ofrecer, dado que es de noche, posponga la búsqueda de pan al día siguiente. Pero la parábola también nos dice que ese primer amigo no tiene pan, pero tiene otro amigo. Un amigo tan confiable, que podemos estar seguros de que,
sin duda, tendrá pan y se lo dará a quien lo pida. Es un amigo tan cercano que no tiene miedo de molestarlo incluso si es plena noche.
Entonces la oración es esto.
La oración es un amigo que entra en tu casa de manera inesperada y en un momento inoportuno, y que te pide hospitalidad. La oración es abrirle la puerta y dejar que te incomode, tal como hizo el Samaritano en la parábola que escuchamos el domingo pasado. La oración es experimentar que no tenemos lo que el otro nos pide, no tenemos el pan de vida que puede saciar su hambre. Por eso debemos pedírselo al Padre, con la oración que Jesús nos enseñó.
Pero la oración también es no detenerse, no enviar de vuelta a casa al amigo, no despedirlo justificándote con tu propia falta de pan. La oración, de hecho, es ante todo tener un Padre, a quien acudir de noche para contarle la falta de pan para sí mismo y para sus amigos.
Podemos mantener abierta la puerta con los amigos que entran en nuestra casa a cualquier hora, porque tenemos un Padre a quien acudir.
El Señor verdaderamente tiene el pan que pedimos, pero no nos lo da de inmediato.
Lo da solo a quien insiste, a quien no se echa atrás, a quien confía hasta el final ("Os aseguro que, aunque no se levantará a dárselos porque es su amigo, al menos por su impertinencia se levantará a darle todo lo que necesite" - Lc 11,8).
Es decir, a quien cree profundamente en la amistad con el Padre, a quien sabe esperar, a quien sabe que Dios no defrauda.
De ahí la invitación a pedir, a buscar y a llamar («Pedid, y se os dará; buscad, y hallareis; llamad, y se os abrirá» - Lc 11,9), pero con la confianza de quien cree que Dios es un Padre que, mucho más que un padre terrenal, dará cosas buenas a sus hijos, con la valentía de quien sabe pedir todo lo que Él puede dar («Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!» - Lc 11,13).
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino