20 de julio de 2025
XVI Domingo del Tiempo Ordinario, C
Lc 10, 38-42
En la Historia de la salvación, cada vez que el Señor entra en la casa y en la vida de alguien, algo nuevo sucede.
Puede suceder que un hombre o una mujer cualquiera se conviertan en líderes (como Moisés, por ejemplo), que una mujer estéril quede embarazada (como Sara), que un muerto resucite (como Lázaro), que la historia, en resumen, tome un rumbo completamente diferente...
Cuando esto sucede, por lo general, se encuentran en los límites de la desesperación: un pueblo esclavizado y exhausto durante mucho tiempo, una pareja estéril sin esperanza, enemigos que humillan y no dejan escapatoria. Sucede así para que quede claro que es Dios quien obra la salvación. Y también para que quede claro que Dios interviene gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Elige a un pueblo, una familia, una persona precisamente por su pobreza, por su necesidad de salvación, porque los ama.
Nunca es un paso fácil, inmediato o evidente: por lo general pasa por una crisis, porque implica dejar atrás algo viejo y abrirse a algo nuevo; porque se trata, sobre todo, de creer, como nos enseña Abrahán.
Hoy vemos todo esto en la casa de dos hermanas, Marta y María (Lc 10,38-42).
Jesús entra en su casa, porque así lo hace el Señor: viene, entra, se hace huésped. No pide nada, a diferencia de todos los grandes hombres de la tierra. Viene por amistad. No solo no pide nada, sino que, al llegar, da algo que solo Él puede ofrecer, Su Palabra, a Sí mismo.
Ahora sucede que María lo acoge así, dejando que el Señor sea acogido y que el Señor dé Su Palabra.
María lo acoge escuchándolo, porque no hay otra manera de acoger al Señor ("Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra" - Lc 10,39).
Marta, en cambio, se agota haciendo algo para acoger y ser acogida ("Marta, en cambio, estaba distraída por los muchos quehaceres" - Lc 10,40). Hace algo que nadie le ha pedido, que no tiene urgencia. Cuando el Señor entra en la vida de una persona, cambia el orden de las prioridades, y la primera de todas, lo que todos necesitan, es conocerlo y encontrarlo, todo lo demás viene después.
Si, por el contrario, se anteponen otras cosas por hacer, y nos justificamos por el hecho de que son necesarias, entonces solo se derivan males. El evangelista Lucas enumera algunos.
El primero es que Marta está "distraída" (Lc 10,40), es decir, preocupada por otras cosas. No es Marta quien decide qué hacer, sino que son las cosas por hacer las que deciden por ella. Y es precisamente lo opuesto al verbo usado para María, que en cambio "elige" ("María ha elegido la mejor parte" - Lc 10,42), es decir, es libre de permanecer en lo que cree que es lo mejor para ella.
El segundo es la soledad: Marta se lamenta de haber sido dejada sola, y tiene la sensación de que, a nadie, ni siquiera al Señor, se preocupe de verdad por ella ("Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir?" - Lc 10,40). Cuando se pierde de vista lo esencial, se pierde la comunión, el otro, incluso el propio hermano, se percibe como un enemigo que nos quita algo.
María, en cambio, no le quita nada a Marta, porque la Palabra del Señor es una fuente inagotable, suficiente para todos.
Finalmente, Marta toma el lugar del Maestro: no solo no escucha, sino que le dice qué decir, cómo hablar: "Dile, pues, que me ayude" (Lc 10,40).
Marta, sin embargo, aunque distraída y desorientada, tiene el valor de dirigirse al Señor, de pedir ayuda. Su grandeza es hacer esta pregunta directamente a Jesús. Es un primer paso para ser curados, para que nuestros vínculos sean evangelizados.
De hecho, cada vínculo fraterno, entre hermanos, entre clanes, entre etnias, entre pueblos y entre naciones, necesita ser evangelizado, de lo contrario vive solo del miedo al otro. Evangelizar un vínculo significa devolverlo a lo esencial, a lo que María eligió.
María simplemente eligió creer, al igual que Abrahán en la primera lectura. Creer que cuando Dios entra en una casa, es decir, en la vida de las personas, trae nueva vida, una nueva mirada.
La vida que Dios da es suficiente para todos, y no puede ser quitada ("María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" - Lc 10,42).
En conclusión, el Señor, no sustituye a Marta en la resolución del conflicto familiar, sino que le muestra el camino a través del cual en todo conflicto y todo fracaso recupera la paz, y abre el camino a la vida de crecimiento. Un camino donde renacer.
No se trata entonces de dividir equitativamente los trabajos a realizar, sino de elegir lo esencial, de escuchar atentamente Su Palabra, de maravillarse juntos por un pasaje, en su propia casa, del Señor que viene a dar una vida plena.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino