17 de agosto de 2025
XX Domingo del Tiempo Ordinario, C
Lc 12, 49-53
Son palabras fuertes las que Jesús pronuncia en el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 12, 49-53).
El pasaje se divide en dos partes, que aparentemente no tienen mucho en común.
En la primera parte (Lc 12,49-50), Jesús habla de sí mismo y de su propia misión, y para ello utiliza dos imágenes muy fuertes, la del fuego que ha venido a encender y la del bautismo en el que sabe que debe ser bautizado.
En la segunda (Lc 12,51-53), en cambio, Jesús habla de los discípulos, y de lo que les sucede si se dejan encender por ese mismo fuego que Jesús ha encendido, si se dejan sumergir en su propio bautismo.
Nos detenemos primero en la primera parte, porque es importante entender bien de qué fuego y de qué bautismo está hablando Jesús. La imagen del fuego ya ha sido utilizada dos veces por el evangelista Lucas.
La primera, en labios de Juan el Bautista, en el capítulo 3: "Yo os bautizo con agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego" (Lc 3,16).
Inmediatamente después, Juan precisa que el Mesías que está por llegar realizará un juicio: "Tiene el aventador en su mano para limpiar su era, y recoger el trigo en su granero; pero quemará la paja quemará con fuego que no se apaga" (Lc 3,17).
El fuego del que habla Juan es un fuego que purifica, que elimina las escorias, y está ligado al juicio de Dios, que recompensa a los buenos y castiga a los malvados. También en estos versículos reaparece la
misma imagen del bautismo: el Mesías bautizaría a todos con el Espíritu Santo y con el fuego.
La segunda vez está en los labios de los discípulos Santiago y Juan, que, ante el rechazo de un pueblo samaritano, proponen a Jesús hacer descender fuego del cielo para que los consuma ("Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" - Lc 9,54). Y Jesús se vuelve hacia ellos y los reprende (Lc 9,55).
Jesús, en efecto, no desea encender un fuego para destruir a los malvados, como muchos esperarían. No es el fuego que esperaba el Bautista, que será el primero en desconcertarse por el estilo apacible del Señor (cf Lc 7,19). Tampoco es el fuego que esperan los discípulos, un fuego que elimina el mal eliminando a los malvados. El fuego que Jesús trae se encenderá en el mismo momento en que reciba el bautismo que le espera: su fuego es, pues, el del amor, es el Espíritu Santo. Arde suavemente, con mansedumbre, sin destruir nada, sino calentando los corazones y abriéndolos a la vida verdadera.
A partir de ese momento, pues, comienza para los discípulos el tiempo de la elección y del juicio. No el juicio de Dios, sino su propio juicio sobre la vida, una nueva forma de ver las cosas, otros parámetros con los que leer la realidad, diferentes y nuevas prioridades.
Aquí está la conexión con la segunda parte del pasaje de hoy, que habla de la división: donde hay una familia, un grupo de personas, habrá división a través del fuego que haya encendido o no las vidas de los diversos miembros. Aquellos que son encendidos por él, aquellos que abrazan el estilo de vida del Señor, abandonan una antigua forma de vida, mueren a un estilo antiguo, ya no son los mismos de antes, y los suyos ya no los reconocen. No se trata de librar una guerra a toda costa, ni de imponer nada a nadie, sino de asumir las consecuencias de lo nuevo que nos ha llegado.
La vida cristiana comienza cuando se deja atrás al hombre viejo y nace el hombre nuevo. Hay un "a partir de ahora", un "de ahora en adelante" que marca un punto de inflexión, que provoca una división («De ahora en adelante, si hay una familia con cinco miembros, estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres» - Lc 12,52).
La imagen del fuego aparecerá varias veces más en el Evangelio de Lucas. Y la última vez en los labios de los discípulos de Emaús, que fueron bautizados en la Palabra del Señor resucitado y finalmente ya no ven la realidad basada en sus propios patrones de muerte, sino a la luz de la Pascua. Y así no tienen otra imagen para decir lo que les había sucedido en su encuentro con el Señor que la de algo que ardía en su interior, como un fuego que se había encendido dentro de ellos ("¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino?" - Lc 24,32).
El fuego se ha encendido, y no pude evitar extenderse por todas partes. Y aquellos que son encendidos por él, como los discípulos de Emaús, cambian sus caminos, encuentran nuevas palabras, vuelven a encontrar la esperanza.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino