3 de agosto de 2025
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, C
Lc 12, 13-21
Hay elementos en el pasaje evangélico de hoy (Lc 12, 13-21) que nos devuelven al episodio de Marta y María, que escuchamos hace dos domingos.
Había un par de hermanas, aquí hay un par de hermanos.
Allí, había surgido un desacuerdo entre las hermanas; aquí, hay un problema de herencia.
En ambos pasajes uno de los dos se acerca a Jesús pidiéndole que le diga algo al otro, para resolver el problema.
Y en ambos casos Jesús sale del problema concreto, va más allá, y devuelve al interlocutor a lo esencial, a lo que realmente falta.
En el pasaje de hoy, la invitación de Jesús se presenta con una expresión muy contundente: «Tened cuidado» (Lc 12,15), que significa protegerse de algo verdaderamente perjudicial para la vida, un grave peligro.
Pero no solo debemos tener cuidado, sino también «Mantenernos alejados» (Lc 12,15).
De lo único que debemos alejarnos, según Jesús, es de la codicia.
Es interesante, porque Jesús no dice que nos mantengamos alejados del dinero, sino de la codicia, o, mejor dicho, de toda codicia, es decir, de toda idolatría, de todo apego del corazón, de la ilusión de que la posesión de cosas puede ser fuente de vida.
Y para explicar esto, Jesús cuenta una parábola (Lc 12, 16-20).
La parábola comienza diciendo que el campo de un hombre rico había dado una cosecha abundante («El campo de un hombre rico había dado
una cosecha abundante» - Lc 12, 16). Por lo tanto, había mucho que agradecer a Dios y mucho que compartir con sus hermanos.
Pero nada de esto sucede.
Lo que se posee no se recibe como un don, no genera gratitud ni comunión. Al contrario.
El hombre habla, pero habla consigo mismo y no tiene otros interlocutores más que él mismo. La parábola destaca este monólogo dos veces (Lc 12,17.19), para describir a un hombre totalmente absorto y encerrado en sus propios pensamientos
¿Y de qué está hablando consigo mismo?
Habla de sí mismo, o más bien de lo que posee, de sus cosas: sus cosechas, sus graneros, sus bienes, su alma. Habla de sus planes y de cómo proteger lo que es suyo ("Alma mía, tienes muchos bienes a tu disposición, durante muchos años; ¡descansa, come, bebe y diviértete! ..."- Lc 12,19)
En este punto, sin embargo, algo sucede.
Sucede que Dios le habla, que entra en su monólogo, que le dice algo distinto de lo que siempre se ha dicho a sí mismo. Algo impactante.
Le dice que lo que es suyo, en realidad no lo es: «¿De quién será lo que has preparado?» (Lc 12,20).
Todo lo que él pensaba que definitivamente era suyo, pasará a otros, y después a otros más. Todo lo que había acumulado no es un bien que aguante la prueba de la muerte, que dé vida eterna, que pueda llevarse consigo.
La parábola concluye con una referencia a una riqueza diferente, una que puede alcanzar delante de Dios («Así es para los que acumulan tesoros para sí mismos y no es rico ante Dios» - Lc 12,21).
Jesús no dice cuál es esta riqueza, así como no le dijo a Marta cuál era la parte buena que no le será quitada (Lc 10,42).
La oración, la vida, no es más que una búsqueda constante de lo esencial, de lo que realmente necesitamos, de lo que nos enriquece ante Dios.
Por lo tanto, para sanar las relaciones fraternales, no basta con repartir equitativamente la herencia, sino descubrir la verdadera riqueza, que es precisamente ese hermano, esa hermana que tienes delante y por la que simplemente tienes que decir: gracias.
"Gracias" es la palabra que solo un corazón curado de codicia puede pronunciar.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino