2 de marzo de 2025
VIII Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 6, 39-42
En su «Sermón de la Llanura», el evangelista Lucas inserta estas palabras de Jesús sobre los guías ciegos (Lc 6, 39-42) que Mateo sitúa en otra sección de su Evangelio, y no en el paralelo Sermón de la Montaña.
Intentemos reconstruir el discurso de Jesús.
Al principio colocó las Bienaventuranzas (Lc 6,20-25), es decir, el anuncio de un mundo nuevo, donde ya no están los que dominan y los que sufren, los que mandan y los que aguantan; ya no están los primeros y los últimos. Es el anuncio de un mundo donde desaparecen las categorías tradicionales que quieren el mundo dividido en dos, un mundo donde alguien es considerado grande y alguien es considerado pequeño.
El discurso continúa anunciando una nueva forma de relación entre las personas, que sólo puede ser la del amor mutuo, el perdón, la misericordia: «Amad a vuestros enemigos.... Sed misericordiosos... no juzguéis...» (Lc 6,27-38). Sólo el amor, en efecto, es capaz de abolir las categorías, de poner a todos al mismo nivel: todo hombre, por igual, es digno de amor y digno de estima.
La sección de hoy continúa en esta dirección, y ofrece un ejemplo concreto de lo que Jesús ha dicho hasta ahora.
De hecho, una manera de situarse por encima de los demás, de confirmar las categorías que dividen a las personas en dos mundos separados, es dividir el mundo en justos y pecadores, en personas que tienen razón y personas que están equivocadas.
Jesús cuenta una parábola («También les contó una parábola: '¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? '» - Lc 6,39) en la que vemos a un ciego que se ofrece a guiar a otro ciego. Se trata de dos personas, unidas por el mismo problema: s
Una, sin embargo, no reconoce su propio problema, y se distancia del otro, hace una distinción: se coloca de alguna manera por encima, y decide actuar como guía, como compañero, mientras que él mismo necesitaría ser guiado.
Lo mismo ocurre con el que se atribuye el derecho de corregir a los demás, de señalar sus defectos: se coloca del lado del que no se equivoca, y divide el mundo en dos. Se coloca por encima del otro.
Que cada uno de nosotros pueda ser luz para sus hermanos y hermanas en dificultades, con una condición. La condición es reconocerse solidario dentro del límite, igualmente necesitado de salvación.
Y es que sólo quien experimentó primero la misericordia del Padre sobre sí mismo puede amar verdaderamente a los demás sin presunción y sin autosuficiencia, en verdad. Sólo quien sufrió primero el dolor de su propio pecado tendrá el cuidado y la ternura de no juzgar, de no encerrar a sus hermanos en la categoría de los equivocados y de los perdedores.
Un mundo nuevo, en el que superemos distinciones y barreras y vivamos como hermanos, exige una nueva mirada y nuevas palabras.
Esto es exactamente lo que dice Jesús al final del pasaje de hoy: las palabras brotan de dentro, del corazón, y expresan el mundo interior que alimentamos dentro de nosotros («Cómo puedes decir a tu hermano: ¿Hermano, déjame que te saque la mota que tienes en el ojo cuando tú mismo no ves la viga del tuyo?... Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás claro para quitar la mota del ojo de tu hermano» - Lc 6,42)
Un buen corazón no es un corazón que no se equivoca nunca, sino que, al contrario, es un corazón que acepta ser salvado continuamente, que siempre vuelve a empezar a construir el mundo de las bienaventuranzas, donde se trata de no caer en la tentación de los que se sienten diferentes y mejores.
Finalmente, la buena noticia de hoy a este respecto está en el versículo 40, donde Jesús dice que «todo el que» esté bien preparado puede ser guía y luz para los demás: «El discípulo no es más que el maestro; pero todo el que esté bien preparado será como su maestro.»
«Todos» es ya una palabra que va más allá de categorías, distinciones y discriminaciones: la posibilidad de ser luz se da a todos. Sólo se trata de estar «bien preparado», lo que no significa ser alguien que ha aprendido algo como se aprende una lección en la escuela. Está bien preparado quien acepta seguir siendo discípulo (Lc 6,40): sólo así, permaneciendo discípulo, se llega a ser maestro.
El que permanece discípulo es como un hombre que, al construir su casa, cavó profundamente en la roca (Lc 6,48).
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino