Meditación de S.B. Cardenal Pierbattista Pizzaballa
Epifanía del Señor
6 de enero de 2024
Cada niño nace para alguien: para una familia que lo espera, para una comunidad que lo acoge, que lo verá crecer, que crecerá con él y gracias a él.
Jesús también nació para alguien: pero no solo para alguien en particular, porque Jesús nació para todos.
Los pasajes evangélicos que narran su nacimiento nos dicen precisamente esto, que este niño no pertenece sólo a su familia, ni sólo a su clan, sino que todos, cercanos y lejanos, están llamados a participar en el acontecimiento de su nacimiento, en la alegría y en la gracia de su venida al mundo.
Jesús vino por todos, y quien se deja tocar por el don de su presencia está llamado, como vimos el domingo pasado, a ponerse en camino, a hacer un camino.
Una constante que se puede encontrar en todas las historias de mujeres y hombres de fe es precisamente esta: ponerse en camino, porque la fe misma es un camino, es una búsqueda constante, un punto de partida siempre nuevo.
Así fue también para los Reyes Magos.
Comenzamos el Adviento con una invitación a estar vigilantes para no dejar pasar en vano el kairos, el momento favorable, el tiempo de gracia (Mc 13,33-37).
Podríamos decir que los Reyes Magos son ante todo personas que han aceptado esta invitación, que no han perdido la oportunidad de su vida: han visto una señal, han comprendido que esta señal era para ellos, que les llama a partir y se han puesto en camino.
La estrella que vieron los Reyes Magos, como todas las estrellas, no se detiene en el cielo, sino que recorre un camino: Mateo dice que la estrella precedió a los Magos, hasta que llegó al lugar donde estaba el niño, y allí se detuvo (Mt 2,9).
Esto significa que, si la estrella se mueve, si quieres seguir viéndola, tienes que moverte con ella, tienes que seguirla, emprender un viaje. Si te quedas quieto, la estrella desaparece, porque la estrella no puede detenerse.
Los Reyes Magos vieron una estrella en el cielo, y solo deseaban no perder esa luz, seguir dejándose iluminar. Y por esta razón dejaron su tierra y se hicieron peregrinos, sin saber desde el principio a dónde llegarían.
Para emprender el camino, hay que confiar.
Pero, ¿cómo se les presentó esta oportunidad?
La ocasión, el kairos, les llegó a través de una estrella, lo que significa que los Reyes Magos son personas que han levantado la mirada hacia arriba, que se han abierto a un horizonte infinito.
Estar vigilante significa también levantar la mirada, observar el cielo.
Su mirada no ha permanecido prisionera de sus fronteras, de su mundo; no se conformaron, no se detuvieron.
Todo camino nace de una mirada, de una visión que lleva más allá.
Luego vienen a Jerusalén, y llegan allí como humildes buscadores.
Muchas veces, Jerusalén, ha sido alcanzada por extranjeros, que han venido a combatir, a saquear, a apoderarse de su belleza y de sus tesoros.
Los Reyes Magos vienen a buscar, a compartir una inquietud en un lugar y con personas que tienen como vocación la búsqueda y la espera, como sentido de la vida.
Tienen una pregunta en sus corazones, y esta es su verdadera riqueza: "¿Dónde está el que ha nacido, el Rey de los judíos?" (Mt 2,2). Son sabios, pero también buscan mayor sabiduría, saben que no lo saben todo.
Es esta carencia la que les permite emprender el camino, hacer preguntas, confiar.
Los Reyes Magos saben que ha nacido un Rey, pero no saben dónde, porque la estrella aún no se ha posado en ninguna parte.
Dónde nace el Rey y Señor, dónde encontrarlo, esta es la gran pregunta de todo hombre, el gran deseo.
Y el deseo de los Reyes Magos se cumple cuando su camino se encuentra con la Revelación, cuando sus pasos se detienen para escuchar la Palabra, porque la Palabra es la epifanía de Dios. Será la Palabra la que los conducirá a Belén, donde encontrarán la estrella esperándolos, porque todo allí se resume.
Finalmente, el camino tiene un último paso necesario, y es el que lleva a los Reyes Magos a postrarse ante ese niño: quizás, de todo el camino, este sea el paso más difícil.
Porque nos pide que reconozcamos que él es el Rey, no nosotros. Él es el Señor de la historia, y no nosotros.
Este es el paso que Herodes no puede dar, porque le exigiría el coraje y la humildad de quitarse la corona de su propia cabeza y colocarla sobre la cabeza de aquel humilde niño recién nacido.
Y, sin embargo, Jesús, nacido para todos, nació para esto: para liberarnos de la ilusión del poder, de la violencia, de todo lo que no da vida.
La verdadera vida consiste en reconocer la grandeza del signo de un niño pequeño, que vino al mundo para decir que el deseo de Dios es caminar con nosotros.
+Pierbattista