MEDITACIÓN DE S.B. CARDENAL PIERBATTISTA PIZZABALLA
29 de diciembre de 2024
Festa de la Sagrada Familia, C
Lc 2, 41-52
El Evangelio de hoy (Lc 2,41-52) describe el viaje de Jesús a Jerusalén, junto con su familia, para la celebración de la fiesta de Pascua.
El primer elemento que observamos es que todo el pasaje está atravesado por una tensión.
Por una parte, encontramos elementos de la tradición, con todos los ritos y costumbres que el pueblo de Dios estaba llamado a observar: el evangelista Lucas repite que los padres de Jesús subían a Jerusalén todos los años (2,41), y que también ese año subieron según la costumbre (2,42). Y sugiere que permanecieron allí los días necesarios para participar en los ritos de la fiesta.
No sólo eso, sino que entendemos que esta peregrinación es un rito familiar, que indica pertenencia cercana a un clan, a una familia extensa: salen de Jerusalén seguros de que Jesús está en el grupo y, al no encontrarlo, lo buscan entre parientes y conocidos (Lc 2,44).
Lucas utiliza muchos versículos para enmarcar este elemento, que dice la fuerte pertenencia de Jesús a su familia: un elemento muy importante.
Por otra parte, dentro de este clima tan tradicional, marcado por las costumbres establecidas, hay como un elemento de ruptura, de discontinuidad: sucede algo que rompe las tradiciones, que se sale de las convenciones.
Jesús sube a Jerusalén con los suyos, pero luego no vuelve a casa con ellos (Lc 2,43).
Sin que nadie lo sepa, decide quedarse allí.
No vuelve a la vida ordinaria de Nazaret, sino que se detiene en el templo, para dialogar con los maestros de la fe: los escucha y los interroga (Lc 2,46).
¿Por qué lo hace?
Podríamos decir que en torno a este acontecimiento gravitan dos búsquedas.
Está la búsqueda de José y María, que regresan, angustiados, para encontrar al hijo que han perdido.
Es la imagen de la búsqueda de todo hombre, que nunca puede decir que ha encontrado al Señor, definitivamente, y cada día, desde el principio, vuelve sobre sus pasos, detrás de Él, para encontrar su presencia en su vida.
No sólo eso, sino que antes de esta búsqueda está también la de Jesús, que se detiene en el templo para buscar a su Padre, para conocerlo, para encontrarlo (Lc 2,48).
Jesús se pierde para encontrar al Padre, y esto es lo que hará a lo largo de su vida: buscar al Padre, estar en relación con Él, vivir su vida como hijo en obediencia total a su voluntad.
Y de esta obediencia habla Jesús, utilizando un verbo que volverá varias veces a lo largo del Evangelio: «es necesario» (Lc 2,49). Es necesario que Jesús atienda a las cosas del Padre.
Lo que esto significa, María y José no lo entienden (Lc 2,50), del mismo modo que, a lo largo del Evangelio, los discípulos no entenderán el significado de las palabras con las que Jesús anunciará que es necesario que entregue su vida en manos de los hombres, que le harán morir de una muerte ignominiosa.
Después de todo, al final del episodio María y José no encuentran a Jesús.
O, mejor dicho, lo encuentran de un modo nuevo, como un hijo que pertenece a un proyecto mayor, que lleva en sí un misterio que los supera.
Finalmente, Jesús regresa a Nazaret, junto con sus padres, y Lucas precisa que permaneció sumiso a ellos (Lc 2,51).
Jesús permanece sumiso a estos padres que acogen su misterio, que lo dejan libre para buscar al Padre y obedecerle, que no lo comprenden del todo pero que, como dice Lucas de María (Lc 2,51), también guardan en su corazón incluso aquello que es más grande que ellos.
Jesús sigue buscando al Padre, para vivir con Él: no tanto en el templo de Jerusalén, sino en la humilde vida ordinaria de una familia normal, donde nos obedecemos unos a otros para abrirnos, juntos, a la voluntad del Padre, aquella según la cual debemos darnos la vida unos a otros.
+Pierbattista