Prot. N. 38 (3)/2024
Mensaje de la AOCTS a los fieles de Tierra Santa
La esperanza no defrauda
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia que vive «como peregrina y huésped» (1 Pe 2,11; Hb 11,13) en Tierra Santa
¡Que el Señor os dé la paz!
El Papa Francisco, siguiendo una tradición milenaria, ha proclamado el 2025 Año Santo, año de especial perdón y misericordia de Dios, y el pasado 24 de diciembre abrió la Puerta Santa en San Pedro de Roma, para dar comienzo a este Jubileo.
Como Ordinarios de Tierra Santa, también nosotros, el próximo 29 de diciembre, abriremos el Jubileo con una solemne celebración en la Basílica de la Anunciación de Nazaret, en el mismo lugar donde la Virgen María abrió su corazón al anuncio del ángel y su seno al Hijo de Dios para que se encarnara por obra del Espíritu Santo. Con este acto, tanto en Roma como en Jerusalén, se abrirán de par en par las puertas de la misericordia divina y de la reconciliación a todos los hombres y mujeres que deseen experimentar profundamente el perdón divino y sus efectos.
La esperanza no defrauda (Rom 5,5)
El tema elegido por el Papa Francisco es: Peregrinos de la esperanza. Para nosotros, católicos de Tierra Santa, la esperanza es particularmente necesaria en estos tiempos, y el Santo Padre nos ha recordado en la Bula que anuncia el Jubileo que la esperanza no defrauda. El verbo utilizado por el Apóstol Pablo indica que la esperanza cristiana tiene un fundamento sólido en el hecho de que Dios nos acogió y justificó entregando a su Hijo por nosotros, y derramó su amor en nuestros corazones, que es gratuidad absoluta e inmerecida, mediante el don del Espíritu Santo. Por ello nuestra esperanza cristiana no debe confundirse con el vago deseo de un futuro mejor arraigado en una visión optimista de la vida, sino que debe entenderse como el fruto de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y el don del Espíritu que el Resucitado nos ha dado. La esperanza que no defrauda es la que brota del sepulcro vacío, es decir, de la Pascua de Jesús, de su resurrección.
Esperanza contra toda esperanza (Rom 4,18)
La situación en la que se encuentra nuestra comunidad cristiana en Tierra Santa se parece, en muchos aspectos, a aquella en la que se encontró Abraham, que tuvo la experiencia de tener que «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), o a la del mismo San Pablo, que recuerda que «nos gloriamos incluso en la tribulación, sabiendo muy bien que la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada, y la virtud probada, esperanza» (Rm 5,3-4).
En las últimas décadas, y especialmente en los últimos años, también nosotros hemos atravesado un prolongado período de pruebas y tribulaciones: pensamos en las dificultades debidas a la incapacidad de dar una solución política a la cuestión palestina e la inestabilidad regional; pensamos en la pandemia y en la guerra que han añadido a las dificultades económicas las de la convivencia; pensamos de nuevo en la violencia endémica y creciente en la sociedad árabe israelí, pero también palestina, que produce el desaliento en muchos de nuestros fieles y la tentación de abandonar la tierra de sus padres; pensamos de nuevo en las dificultades de los numerosos emigrantes, desplazados y refugiados, presos políticos y rehenes de guerra.
Si miramos este tiempo de prueba y tribulación desde un punto de vista puramente humano, esto nos lleva inevitablemente al desánimo, a una visión cínica del presente y del futuro, a la pérdida misma de la fe y al consiguiente abandono de la Iglesia. Precisamente en este contexto, la Palabra de Dios y el mismo Año jubilar nos invitan a redescubrir la esperanza.
De hecho, la misma tradición bíblica presenta el año jubilar como un año especial en el que se libera a los presos, se cancelan las deudas, se experimenta la reconciliación con Dios y con el prójimo, se vive en paz con todos y se promueve la justicia, se devuelven las propiedades e incluso la tierra descansa, hay una renovación espiritual personal y comunitaria (Lev 25; Is 61,1-2). Al comienzo mismo de su ministerio público, precisamente en Nazaret, Jesús dirá que el verdadero Jubileo se realiza en el hoy del encuentro con Él y en la escucha de su palabra (Lc 4,18-19).
Signos de esperanza en Tierra Santa
El Papa Francisco, en la Bula de proclamación del Jubileo, nos recuerda lo importante que es reconocer los signos de esperanza que, sin embargo, están presentes en un período histórico y en un contexto de vida tan difícil.
El primero y más importante que se nos señala es el anhelo de paz. En nuestras comunidades, afectadas por conflictos endémicos y por el azote de la guerra, el anhelo de paz es profundo. Y es un signo de esperanza que los cristianos de la pequeña comunidad cristiana de Gaza no se hayan dejado contagiar por la lógica del odio y la enemistad, sino que hayan cultivado activamente, sobre todo a través de la oración, un corazón misericordioso y abierto a la reconciliación, sostenido por una fe de la que han dado testimonio al mundo entero.
Es un signo de esperanza que, incluso en tiempos económicos y sociales tan difíciles, tantas parejas jóvenes de nuestras comunidades hayan optado por formar una familia, casarse y quedarse en esta tierra nuestra.
Es un signo de esperanza que hayamos sabido acoger a los emigrantes, los desplazados y los refugiados, mostrando el rostro acogedor y solidario de la comunidad cristiana, que sabe superar los horizontes del nacionalismo religioso para vivir la apertura a la catolicidad, es decir, a la universalidad.
También hay que reconocer como signo de esperanza el testimonio de sacerdotes y religiosos que han compartido el sufrimiento de la gente, permaneciendo cerca de su pueblo.
También ha sido para nosotros un signo de esperanza la solidaridad que la Iglesia universal ha mostrado hacia la Iglesia que vive en Tierra Santa: con la oración y con gestos materiales concretos.
En la misma línea, hemos percibido como un signo de aliento a la esperanza la cercanía del Papa Francisco a todos los pueblos implicados en el conflicto y, en particular, a los cristianos de Tierra Santa, a través de numerosos gestos, entre ellos la carta que escribió el 27 de marzo de 2024 con motivo de la Semana Santa y la que envió el 7 de octubre, en la que comparaba a los católicos de Tierra Santa con una semilla de esperanza que, aunque cubierta por la tierra y envuelta en la oscuridad, da fruto.
También nos han sostenido en nuestra esperanza los numerosos llamamientos que tanto la Santa Sede como también las conferencias episcopales y las Iglesias hermanas han hecho constantemente para pedir el fin de las guerras y la resolución pacífica de los conflictos mediante la negociación y los instrumentos de la diplomacia.
Pensamos que cada uno de nosotros, mirando la realidad en la que vivimos con una mirada de fe, que sabe captar el bien a través del cual Dios se hace presente en nuestra historia, puede también reconocer y testimoniar muchos otros signos de esperanza presentes en nuestro contexto eclesial. Por eso, os invitamos a todos y cada uno de vosotros a tener esta mirada de fe y a reconocer estos signos en vuestras familias y comunidades, en vuestros ambientes de vida y a vuestro alrededor.
Una peregrinación de esperanza
Para vivir la experiencia del Jubileo en su plenitud, como experiencia de reconciliación y de indulgencia, es decir, como experiencia de una misericordia que nos cura no sólo de nuestros pecados (perdón de los pecados), sino también de las consecuencias que estos producen en nuestra vida en su perspectiva eterna (perdón de las penas), a los cristianos de Tierra Santa se nos ofrece una peregrinación a tres lugares especiales, que son los lugares de donde brota y se alimenta la esperanza de los cristianos de todo el mundo: Nazaret (Basílica de la Anunciación), Belén (Basílica de la Natividad) y Jerusalén (Basílica del Santo Sepulcro-Anástasis). A lo largo del año intentemos convertirnos en peregrinos a estos lugares, como comunidad, como familias y también de manera personal.
En Nazaret, Cristo, nuestra esperanza, se hizo carne en el seno de María, y María nos enseña que debemos creer que nada es imposible para Dios y a estar abiertos a la fecundidad del Espíritu Santo, para que Dios pueda obrar en nuestras vidas y en nuestra historia y transformarla en una historia de salvación.
En Belén, la esperanza tiene rostro de niño y nos recuerda que Dios no salva con armas y ejércitos, ni con medios poderosos, sino con la fuerza desarmada de un niño en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, un niño que es Emmanuel, es decir, Dios en nosotros, y es Jesús, es decir, Dios mismo que nos salva compartiendo nuestra vida.
En Jerusalén, en el Calvario, descubrimos la esperanza que surge de sentirnos amados gratuita e infinitamente, porque allí se nos revela que el Hijo de Dios nos ama de manera personal y se entrega por cada uno de nosotros. Allí descubrimos que es posible la reconciliación entre los pueblos, porque Jesús derribó el muro de la enemistad muriendo por nosotros en la cruz. Por último, al pasar por el sepulcro vacío descubrimos el contenido más profundo de nuestra esperanza, que es la promesa del Resucitado de llevarnos con Él a la gloria del Padre, de hacernos pasar por la experiencia de la muerte para participar en la vida misma del Dios uno y trino, comunión de vida y amor.
A ellos se añade también el lugar del Bautismo de Jesús, en Jordania, donde el próximo 10 de enero se consagrará la nueva Iglesia Latina. Es un lugar que, por su propia naturaleza, recuerda la invitación a la conversión de Juan Bautista para preparar el camino al encuentro con Jesús, para ser acogidos como el Cristo y como el Señor de nuestras vidas. La invitación a la conversión, según el Precursor, toca nuestra mentalidad, nuestros afectos, nuestras opciones de vida y nuestra vida cotidiana (cf. Lc 3,10-18).
Sin duda, forma parte de nuestra misión anunciar y ofrecer esperanza a todas las personas, pero especialmente a los más pequeños, a los más frágiles y a los más pobres, ya sean jóvenes que luchan por encontrar un trabajo, un hogar y formar una familia, o ancianos, solos, abandonados y marginados por la sociedad, o incluso trabajadores emigrantes, desplazados y refugiados que buscan un futuro mejor para ellos y sus familias: si es dando como recibimos, es verdad que al apoyar la esperanza de los demás, también se fortalece la nuestra.
Adjuntamos a este mensaje una breve hoja en la que se explica qué es la indulgencia jubilar, cuáles son las condiciones de la Iglesia para obtenerla y para quién puede ser invocada. Esto facilitará a los fieles la comprensión del significado de la indulgencia general vinculada al Jubileo. Una indulgencia que se obtiene mediante el arrepentimiento sincero de los pecados y un profundo compromiso de conversión, el sacramento de la reconciliación, la participación en la Eucaristía, la profesión de fe y la oración por el Romano Pontífice, con la adición de alguna obra de caridad, y que puede obtenerse para uno mismo, pero también para los seres queridos difuntos.
Danos, Señor, la capacidad de seguir esperando
Después de haber reflexionado brevemente sobre el significado de este Jubileo, que vuelve a abrir nuestros corazones a la esperanza que no confunde, no engaña y no defrauda, queremos invitaros a todos vosotros, hermanos y hermanas de Tierra Santa, a vivir intensamente este año jubilar, a participar en las iniciativas pastorales y espirituales que se propondrán en vuestras respectivas comunidades.
Pedimos al Señor la capacidad de seguir esperando, precisamente porque los tiempos que vivimos exigen un suplemento de esperanza para ser vividos en la fidelidad al Señor y en el amor a nuestros hermanos.
Os confiamos una oración muy querida por la tradición, el Acto de la esperanza. Es una oración antigua, pero su contenido es siempre nuevo y nos hace comprender que, habiendo obtenido la misericordia, podemos emprender la peregrinación terrena con la perspectiva de la felicidad eterna.
Señor mío y Dios mío
sólo por tu gracia y tu misericordia
espero obtener el perdón de todos mis pecados
y al final del peregrinaje de esta vida
espero recibir como don la felicidad eterna
porque tú mismo lo has prometido,
tú que eres infinitamente poderoso,
fiel, benigno y misericordioso.
Con esta esperanza quiero vivir y morir. Amén.
Jerusalén, 27 de diciembre 2024
†Pierbattista Card. Pizzaballa
Patriarca latino de Jerusalén
Presidente AOCTS
La Gracia De La Indulgencia
por Mons. Vincenzo Peroni
NB La indulgencia plenaria puede ser adquirida para uno mismo solo una vez al día y una segunda aplicable solo a los difuntos (Disposiciones para la adquisición de la indulgencia jubilar año 2025).
Para obtenerla es necesario:
- Realizar la obra a la que está asociada la indulgencia*
- Exclusión de cualquier afección por el pecado, incluso venial.
- Cumplir las tres condiciones:
- Confesión sacramental individual e íntegra **
- Comunión eucarística ***
- Oración según las intenciones del Sumo Pontífice para testimoniar la comunión con la Iglesia.
*La práctica a la que está asociada la indulgencia consiste a menudo en la visita a un lugar (Santuario, Iglesia, etc.). En este caso, los fieles deben realizar una devota visita a estos lugares sagrados, recitando en ellos la oración del Señor y el símbolo de la fe (es decir, el Padre Nuestro y el Credo).
**Los fieles pueden recibir o aplicar el don de la indulgencia plenaria durante un período de tiempo adecuado, incluso diariamente, sin tener que repetir la confesión (Disposiciones para la adquisición de la indulgencia jubilar del año 2000).
***La participación en la Eucaristía – necesaria para cada indulgencia – es conveniente que se realice el mismo día en que se cumplen las obras prescritas (Disposiciones para la adquisición de la indulgencia jubilar del año 2000).