6 de julio de 2025
XIV Domingo del Tiempo Ordinario, C
Lc 10, 1-12.17-20
El contexto del pasaje del Evangelio que leemos hoy (Lc 10,1-12.17-20) es el del camino de Jesús hacia Jerusalén.
Pocos versículos antes, de hecho, el evangelista Lucas relata que Jesús toma la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén (Lc 9,51) e inmediatamente envía a sus discípulos delante de sí, para preparar su llegada de pueblo en pueblo (Lc 9,52). Siempre en el capítulo 9, Lucas ya había contado una primera misión de los Doce (Lc 9,1-6), por lo que se piensa que se trata, para el evangelista, de algo particularmente importante.
Centrémonos primero en el versículo inicial, donde leemos que el "Señor designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de el a cada pueblo y lugar adonde él mismo se dirigía" (Lc 10,1).
En el texto, Jesús dice expresamente que sus discípulos debían ir a anunciar su llegada (delante de sí a todo pueblo y lugar). La misión de los setenta y dos, por lo tanto, no tiene otro propósito que anunciar la venida del Señor. Este es el contenido del anuncio, aquello que alcanza a todos con la buena noticia de que el Señor está a punto de venir.
Este es el elemento central del pasaje de hoy. La misión de la Iglesia es necesaria, pero no porque produzca algo, no porque tenga algo que ofrecer, no porque pueda resolver los problemas de la humanidad. Es fundamental simplemente porque está llamada a ir a todas partes a anunciar que allí, justo allí, está viniendo el Señor. Y este anuncio deberá hacerse de una manera muy particular, porque solo así la Iglesia será un signo, un anticipo de lo que está por suceder. Por lo tanto, no será tan importante lo que haga. El contenido será siempre el mismo: la venida de Cristo al mundo, su presencia. Lo que Jesús prioriza y es importante, es cómo se hará este anuncio. Es en lo que se centrará Jesús.
De esta manera, de este estilo, solo captamos algunos rasgos.
La primera actitud con la que los discípulos anunciarán la venida del Señor es la mansedumbre: los discípulos son enviados como corderos en medio de los lobos («Os envío como corderos en medio de lobos» - Lc 10,3). Los discípulos están libres de la ilusión de que el mal se vence con la fuerza y con la violencia.
Los discípulos también están libres de cualquier de poder y no imponen nada, ni siquiera la paz («En cualquier casa que entréis, decid primero: ¡Paz a esta casa!» - Lc 10,5).
La ofrecen a todos, pero si la paz no es recibida, los discípulos no juzgan, no acusan, no hacen la guerra. Custodian la paz dentro de sí («Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» - Lc 10,6) para que no se pierda, y para poderla ofrecer de nuevo, en la próxima casa a la que entren.
Pues bien, los discípulos son enviados de dos en dos («los envió de dos en dos» - Lc 10,1). La misión no es un evento solitario, sino siempre un evento fraterno. Y esto, por el hecho de que la salvación, que el Señor quiere hacer llegar a todos, es ante todo una liberación del propio egoísmo, de la propia soledad. Partimos junto a un hermano porque la salvación para cada uno pasa a través de la relación, el encuentro, la amistad. Es en la fraternidad donde se aprende a no vivir más a partir de nosotros mismos.
Finalmente, la misión de los discípulos está marcada por la alegría ("Los setenta y dos volvieron llenos de alegría" - Lc 10,17). Una alegría muy especial, porque no depende de los resultados de la misión.
De hecho, los discípulos, regresan felices, porque han visto con sus propios ojos la victoria del bien sobre el mal ("Señor, incluso los demonios se nos someten en tu nombre" - Lc 10,17).
Jesús confirma este "éxito" de la misión de sus discípulos, pero también los lleva más allá. Su alegría no puede depender del bien que hayan hecho. Porque al hacerlo se apropiarían de la obra que el Espíritu ha hecho a través de ellos ("se nos someten en tu nombre"). La alegría de los discípulos -dice Jesús- debe ser fruto del don de un amor que han experimentado personalmente, como personal es el nombre de cada uno («alegraos más bien porque vuestros nombres están escritos en el cielo» - Lc 10,20). Un amor que permanece, como permanece lo que está escrito en el cielo, junto a Dios. Un amor estable, fiel y eterno, como estable y fiel es el Padre que está en los cielos. Pues bien, la misión de los discípulos debe convertirse en el testimonio de una alegría diferente.
Protagonistas de esta misión, por lo tanto, no son los discípulos. Protagonista es la gracia, el amor de Dios, que es un don gratuito y libre. La Iglesia, por lo tanto, sólo deberá hacer esto: anunciar la presencia de Jesús, su venida, y deberá hacerlo libre de ataduras y criterios humanos, porque con la misma libertad pueda ser acogida por los hombres de todos los tiempos.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino