17 de noviembre de 2024
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Mc 13, 24-32
El evangelista Marcos tiene una manera muy particular de comunicar el relato de Jesús sobre el final de los tiempos.
En el discurso escatológico, que encontramos en el capítulo 13 de su Evangelio, no hay sombra de un posible juicio final, al que estarían sometidos pueblos e individuos.
El tiempo del fin no se concibe como un tiempo de juicio por parte de Dios que, como un juez, se sentaría en un trono para sopesar y evaluar nuestros defectos y nuestras buenas obras. La vida no es para vivirla con miedo al juicio, y lo que nos mueve a actuar no puede ser el miedo a cometer errores y a ser juzgados.
Pero entonces, ¿qué puede motivar nuestra existencia y cómo puede iluminar nuestros días el pensamiento del fin?
El pasaje que leemos en la Liturgia de hoy (Mc 13,24-32), tomado precisamente de este discurso escatológico, nos dice algo sobre el tiempo del fin que, en todo caso, llegará.
La primera noticia es precisamente ésta: habrá un final.
Los tres Evangelios sinópticos tienen una visión apocalíptica de la historia. Anuncian que nada, salvo la presencia de Dios en medio de nosotros, tiene un valor eterno.
Jesús lo dice con unas imágenes que hablan de una gran conmoción: el sol, la luna, las estrellas, o más bien, toda la creación, sufrirán de alguna manera una conmoción («El sol se oscurecerá, la luna ya no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las potencias que hay en los cielos se tambalearán» - Mc 13,24-25).
Nada es eterno, sino que todo pasa (Mc 13,31): el cielo, la tierra, la vida de los hombres y mujeres de este mundo, todo pasa. Vivir sabiendo que nuestra vida tiene un límite es un gran don: si no lo supiéramos, aplazaríamos siempre para mañana la elección de nuestra conversión y, pudiendo vivir siempre, acabaríamos por no vivir nunca.
En toda esta convulsión, sin embargo, hay también algo que no pasa: Jesús dice, en efecto, que mientras todo pasa, su Palabra permanece siempre: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).
En cualquier momento de la historia es posible escuchar al Señor: no hay tiempo ni espacio en que su Palabra deje de resonar. Pero no sólo eso: la Palabra del Señor es siempre una palabra creativa, que al ser pronunciada crea algo nuevo. Así, podríamos decir que en lo más profundo de este tiempo, limitado y destinado a terminar, se siembra la Palabra de Dios, capaz de generar vida nueva siempre y en todas partes.
Este mismo tiempo nuestro, con todas las conmociones dramáticas a las que asistimos y que a menudo nos dejan desorientados, si se abre a la escucha, se convierte en seno de vida nueva.
El Evangelio de hoy nos dice que la vida nueva, la vida eterna, es un encuentro, un encuentro hacia el que caminamos, un encuentro que es posible porque el Señor viene (Mc 13,26).
«Venir» es un verbo significativo: el Señor es precisamente Aquel que viene, que siempre viene, que nunca deja de venir a nuestras vidas. Él ha plantado su tienda entre nosotros y sigue siendo fiel a esta humanidad, viniendo siempre, sin abandonarnos nunca, sin dejarnos solos.
Y el encuentro final con Él, como hemos dicho, no tendrá forma de juicio: no tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho, sino ver si somos capaces de reconocer al Señor que viene.
Pero sólo le reconoceremos al final si hemos aprendido a reconocerle cuando venga en el tiempo de la vida, en el tiempo que pasa. En este
tiempo, el Señor no viene en la gloria, sino que viene en los sacramentos de la Iglesia, en los pobres y en los que sufren, viene en los que gritan su dolor y en los que buscan misericordia, como Bartimeo en el camino de Jericó.
Quien haya escuchado, quien se haya detenido ante el Señor que viene humillado, sabrá reconocerlo incluso cuando venga del cielo sobre una nube, con gran poder y gloria (Mc 13,27).
Y no debe tener miedo de este encuentro: los cristianos, como todos los demás, experimentan el dolor y el sufrimiento, participan en los dramas de la historia, pero saben que todo esto tendrá un final. Y mientras esperan el final del dolor, esperan también el final de la historia, Aquel que viene ya ahora y no deja de venir.
+Pierbattista
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en italiano en inglés – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino