12 de mayo de 2024
VII Domingo de Pascua, año B
Juan 17, 11b-19
Nos encontramos en los últimos días de este tiempo pascual, y se acerca la fiesta de Pentecostés, en la que se completa el plan de salvación del Padre, el que se cumplió en la Pascua del Señor Jesús.
Toda la historia de la salvación está orientada a este momento, a este acontecimiento: todo está orientado a este día, siempre preparado y llevado adelante con infinita paciencia por la Providencia del Padre.
Dentro de esta historia, hay un término que se repite a menudo, y que habla de una experiencia que tiene una conexión profunda con la salvación, una gran armonía.
La salvación, para el Pueblo de Dios, está siempre ligada a un salir, a salir fuera.
Israel está esclavizado en Egipto, y Dios interviene con mano poderosa para sacar a su pueblo de una tierra de esclavitud.
Israel es deportado a Babilonia, y Dios interviene de nuevo para sacar a los deportados de la tierra de la deportación, para traerlos de vuelta a la tierra de la libertad. En efecto, no es posible que el pueblo de Dios sea un pueblo de esclavos.
El profeta Ezequiel dice que "hacer salir" es exactamente el nombre de la obra de Dios, aquella por la que puede ser reconocido, distinguido de todos los demás dioses: «Sabréis que yo soy el Señor, cuando abra vuestros sepulcros y os haga salir, pueblo mío» (Ez 37, 13). Dios salva porque abre, porque libera. Un ídolo nunca puede hacer esto, pero Dios lo hace, Dios abre los sepulcros y hace salir, hace pasar de la muerte a la vida.
Todo esto también regresa en el Nuevo Testamento, con una evidencia aún mayor.
Con la manifestación de Jesús, los cielos se abren, y podremos seguir viendo durante mucho tiempo cómo la presencia de Jesús entre los hombres representa una gran posibilidad de apertura y, por tanto, de salvación: la Pascua se abre a la vida.
El Evangelio de hoy (Jn 17,11b-19), sin embargo, nos dice a dónde quiere llevarnos este camino, dónde puede y debe llegar.
Salimos de nuestra soledad y de nuestra esclavitud fundamentalmente para ser uno entre nosotros (Jn 17,11): esta es la meta.
Así como el Padre y Jesús son uno, unidos en un solo amor, así también nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros y a convertirnos en un solo cuerpo. Pero esto sólo es posible sobre la base de un movimiento de salida: sólo los que se abandonan, sólo los que renuncian a pensarse a sí mismos a partir de sí mismos, sólo los que parten para un éxodo que no tiene fin, sólo quienes se encuentran con su herma y se convierten en uno con él.
Y esta es precisamente la verdad del hombre, de la que habla Jesús (Jn 17,17), que nos revela con su Palabra: nuestra verdad no es sólo lo que se ve de nosotros, lo que somos, sino también lo que estamos llamados a ser, es decir, personas de comunión, capaces de acoger a los demás en nosotros mismos.
Quien "sale" y se pone en camino, quien se abre al don de Dios, está consagrado en la verdad (Jn 17,17), es decir, pertenece a Cristo, ha asumido su estilo, los rasgos de su rostro: su vida es verdadera como lo es la del Señor, de esa verdad que no es otra cosa que comunión.
El Señor nos advierte: no es un camino inevitable. El riesgo es el de perderse, es decir, de no llegar a estar unido a la verdad, de no consagrarse en la verdad. El ejemplo de esta perdición es Judas (Jn 17,12), a quien Jesús no llama por su nombre, sino que lo define exactamente así, como aquel que se perdió, que no se hizo verdadero, que no se hizo uno con sus hermanos.
Quien no sale, quien no vive diariamente el camino del éxodo, está perdido; no alcanza la meta de la verdad para la cual fue creado y llamado.
Sin embargo, quien permanece en esta verdad de sí mismo, en esta fidelidad a la llamada al amor, puede entonces dar testimonio al mundo de lo que es una vida verdadera, una vida plena.
No lo anuncia con palabras, porque la verdad no es una idea o un concepto, sino una forma de vivir la vida en el amor. Lo proclama haciéndose uno con los que nos rodean, en la paciencia y la misericordia, en el silencio y en la oración humilde que invoca al Espíritu de amor para todos.
+Pierbattista