19 mayo 2024
Pentecostés, Ciclo B
Jn 15, 26-27; 16, 12-15
En el pasaje evangélico de este domingo de Pentecostés (Jn 15,26-27; 16,12-15), Jesús nos habla de la obra del Espíritu Santo, de cómo el Espíritu actúa en nosotros y por nosotros.
Jesús llama al Espíritu con el término "Paráclito" (Jn 15,26), y es importante entender bien el significado de este término.
Paráclito significa "el que se llama cercano", y es un término jurídico, el de una figura que, en la antigüedad, aparecía en los juicios y tenía un papel importante a favor del acusado. En los juicios antiguos, de hecho, el acusado no podía tener a nadie que hablara en su lugar, que lo defendiera, como ocurre hoy. El acusado tenía que defenderse así mismo.
Pero podía tener a alguien, un paráclito, alguien en quien confiar, a quien llamar cerca de él, que le sugiriera las palabras que debía decir, que lo apoyara, que lo acompañara.
No hacía cosas por él, pero estaba allí con él.
Pues bien, Jesús habla del Espíritu como un paráclito, alguien que se acerca y nos habla.
No nos dice cosas triviales, sino palabras que tienen que ver con nuestra salvación.
Y, de hecho, todo lo demás en el Evangelio de hoy gira en torno a este hecho, el hecho de que el Espíritu nos habla y lo que quiere decirnos.
Lo primero es que el Paráclito no habla de sí mismo (Jn 15,26) y no habla desde sí mismo (Jn 16,13): ambos aspectos son fundamentales.
Cuando amas a alguien, de hecho, hablas de la persona que amas, y no de ti mismo.
Y cuando tenemos estima por alguien, hacemos nuestras sus palabras, las tomamos y las usamos, porque las sentimos nuestras, porque nos parecen verdaderas y hermosas, porque nos parece importante que los demás también las escuchen.
Esto es precisamente lo que hace el Espíritu: nos habla de Jesús, y lo hace repitiéndonos las palabras de Jesús, las que Él mismo escuchó por primera vez.
No inventa nada, no improvisa, no cree tener algo más importante que decir: sabe que Jesús es la última y definitiva Palabra, que necesitamos para ser salvados, y simplemente nos la recuerda, nos la dice allí, en ese contexto a veces fatigoso y difícil en el que vivimos y en el que corremos el riesgo de olvidarla.
Por eso, porque no dice lo suyo, sino lo que Él mismo ha oído, es el Espíritu de la verdad (Jn 16,13).
El Paráclito, por tanto, hace esto con nosotros: nos sugiere continuamente, nos repite una y otra vez la verdad de nuestra vida, que es la Pascua, o Jesús, o el amor infinito y eterno de Dios por nosotros.
Pero debemos tener cuidado, porque para Jesús, la verdad no es algo que hay que conocer, sino una forma de vida, una vida nueva. En el versículo 13, de hecho, Jesús les dice a sus discípulos que el Espíritu los guiará no tanto a la verdad, sino a toda la verdad.
Puede parecer un matiz insignificante, pero no lo es.
No se trata de saber algo más, de comprender algo que antes no podíamos entender. Si antes no éramos capaces de soportar su carga (Jn 16,12), no es solo porque era algo que excedía nuestra capacidad de comprensión, sino porque era otra forma de vivir, de pensar, de amar.
Hablándonos de Cristo, dando testimonio de Él en nosotros, el Espíritu nos lo da, lo forma en nosotros: nos lo comunica, es decir, nos lo ofrece como posibilidad de vida, lo hace vivir en nosotros.
El segundo énfasis que Jesús da a las palabras del Espíritu es que él anunciará cosas futuras (Jn 16,13). ¿Qué significa esto? ¿Nos hace saber el Espíritu de antemano cómo van las cosas, para que podemos adivinar el futuro?
Evidentemente no.
Conocer las cosas futuras significa tener una comprensión profunda de la vida, una sabiduría que nace de la fe, y que conoce el sentido de la historia y la dirección que la historia ha tomado con la Pascua de Cristo.
Las cosas futuras, hacia las que caminamos cuando nos dejamos guiar por el Espíritu, son la victoria plena y definitiva de Cristo sobre lo que amarga la vida del hombre. Aunque a veces no lo parezca, aunque a menudo no lo parezca, estamos caminando hacia este futuro, que de alguna manera ya está presente entre nosotros.
Y está aún más presente si también nosotros damos testimonio de Jesús (Jn 15,26), como lo hace el Espíritu en nosotros y por nosotros: en Pentecostés, por tanto, nace la Iglesia, comunidad de hermanos que son testigos unos de otros del Señor Jesús, crucificado y resucitado.
+Pierbattista