Jueves 19 de junio de 2025
Solemnidad del Corpus Christi, C
Lc 9, 11-17
Para Jesús, la Eucaristía no es solo un evento ocurrido durante la última cena con sus discípulos, cuando tomó el pan y el vino y se los ofreció como signo de su vida entregada.
Para Jesús, la Eucaristía es un estilo, una elección diaria. Es su modo de ser, hasta el punto de que los discípulos de Emaús lo reconocen precisamente en el momento en que el Señor toma el pan y lo parte: allí se les abren los ojos y de ese gesto regresan a Él, a su identidad (Lc 24,31.35: "Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron… lo habían reconocido en la fracción del pan".)
Por lo tanto, para Jesús, la Eucaristía no es un evento ocasional, sino una historia, es su historia. Si quisiéramos decir en una sola palabra la historia de Jesús, podríamos usar esta: Eucaristía.
Jesús asume nuestra humanidad, toma entre sus manos su vida, su cuerpo. Lo reconoce como un don del Padre, no lo guarda para sí en ningún momento de su existencia, sino que siempre lo parte y lo dona, para que cada uno se sacie de esta vida ofrecida.
Por eso los evangelistas no narran la Eucaristía solo en el contexto de la última cena, sino que diseminan el Evangelio de gestos eucarísticos, y en esta solemnidad del Corpus Christi, el pasaje del Evangelio nos presenta uno de estos gestos.
Después del regreso de los apóstoles de su misión (Lc 9,10), Jesús se retira con los suyos a un lugar desierto, pero enseguida las multitudes, intuyendo su propósito, lo siguen. Jesús los acoge, habla con ellos del Reino de Dios y cura a sus enfermos ("Él los acogió (las multitudes) … y comenzó a curar a cuantos tenían necesidad de curación". - Lc 9,11). El pasaje subraya de manera muy clara la situación de pobreza y necesidad de la multitud: el lugar es desierto (Lc 9,12), la gente numerosa (Lc 9,13-14), los medios a disposición ampliamente insuficientes ("No tenemos más que cinco panes y dos peces" - Lc 9,13) y comienza a anochecer (Lc 9,12). Hay una falta de vida que el hombre, solo, no puede suplir.
La solución propuesta por los discípulos es enviar a la gente ("Despide a la multitud para que vayan a los pueblos y aldeas de los alrededores" - Lc 9,12).
El término utilizado por los apóstoles para invitar a Jesús a despedir a la multitud lleva en sí la raíz del verbo disolver, y es el que en la antigua ley se utilizaba por los maridos para repudiar a las esposas, para disolver el vínculo que los unía. Ante el hambre de estas personas, la única posibilidad parece ser disolver el vínculo, romper la alianza, constatar la propia incapacidad de dar vida a todos.
Jesús, por el contrario, no solo no disuelve el vínculo, sino que invita a todos a detenerse, a acomodarse, a permanecer («Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta». - Lc 9,14).
Para Él, el camino es otro, y está trazado por algunos términos que también encontraremos en la noche de la última cena (Lc 22,19): Jesús toma los panes y los peces, levanta los ojos para bendecir, luego parte el pan y se lo da a los discípulos.
Son cuatro términos que hay que tomar de dos en dos, porque hablan de dos movimientos, dos actitudes.
En primer lugar, Jesús toma y bendice.
Asume nuestra humanidad, se hace hombre hasta el final, vive todo lo que una vida humana le presenta. Toma su vida, o, mejor dicho, la acoge como un don, no se la da a sí mismo, la recibe.
Y luego bendice: encuentra buena esta vida, por lo que da gracias al Padre y habla bien de Él.
Luego están los otros dos términos.
Parte el pan, para poder llegar a todos, para que cada uno pueda recibir algo.
Parte para poder dar, porque si el pan no se parte, no sacia a nadie.
Pues bien, para celebrar la Eucaristía, estos dos pares de términos deben mantenerse unidos.
No basta solo tomar y bendecir: el don se quedaría entre nuestras manos y no llegaría a nadie.
Pero tampoco basta solo partir y dar: si todo depende de nuestras fuerzas, pronto el don se agotará, y el hambre aumentará, y la gente tendrá que ir a buscar en otro lugar.
En cambio, si la vida se toma y se bendice, luego se parte y se da, entonces el don no se agota, y queda una gran abundancia ("Todos comieron hasta saciarse y recogieron los trozos que les sobraron: doce cestas" - Lc 9,17), porque así es el amor, es algo que no se consume, que excede, que va más allá.
Todo lo que se toma, se bendice, se parte y se da, genera vida, retorna en plenitud, se multiplica.
Y regresa a manos de aquél que dio como un cien por uno que no le será tomado y que permanece para la vida eterna.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino