Jueves 29 de mayo de 2025
Ascensión del Señor, C
Lc 24, 46-53
El Evangelio de Lucas relee la historia terrena de Jesús pensándola como un único gran viaje, que tiene un destino preciso, o sea, Jerusalén.
Es un destino físico, pero sobre todo un destino espiritual y teológico: Jerusalén es el lugar al que se sube para rendir culto a Dios; y Jesús, en Jerusalén, ofrecerá al Padre el culto verdadero, su propia vida, ofrecida como don de amor para la salvación de todos.
Por el pecado del hombre, esta ofrenda será sangrienta, y asumirá las características de una muerte dolorosa en la cruz. El camino de Jesús hacia Jerusalén lo conduce a este paso, del cual Jesús es bien consciente y para afrontarlo endurece el rostro, tomando la firme decisión de llegar hasta el final (Lc 9,51).
El pasaje de hoy (Lc 24,46-53), solemnidad de la Ascensión, nos dice, sin embargo, que, para Jesús, en efecto, Jerusalén no representa el destino último y definitivo, sino más bien la puerta que le permite ir más allá, volver al Padre, ascender al cielo: su camino, por tanto, no concluye en Jerusalén, porque el verdadero destino del camino de Jesús es el Padre. De Él viene, y a Él retorna (cf. Jn 13,3).
El evangelista Lucas cuenta que Jesús está con los suyos, en el cenáculo, donde está pronunciando las últimas palabras para instruir a los discípulos. Pero la ascensión no ocurre allí, en Jerusalén.
Lucas precisa que «Jesús los condujo fuera, hasta cerca de Betania» (Lc 24,50). El acento de esta frase no está tanto en Betania, que permanece en el fondo del relato, sino en el hecho de que Jesús conduce a los suyos fuera de Jerusalén. No importa si el destino de su itinerario está muy cerca de la ciudad, lo importante es que sea fuera.
¿Por qué esta precisión?
Porque a partir de este momento el camino de Jesús hacia Jerusalén continúa en sus discípulos. También ellos deberán ponerse en camino, endurecer el rostro y elegir caminar, como Jesús y junto a Él, hacia el lugar donde dar la vida.
De hecho, en el Evangelio de hoy, Jerusalén sigue siendo la protagonista, y vuelve tres veces. Cada una de estos tres tiempos está vinculado a un movimiento de los discípulos. Jerusalén es el lugar al que regresan los discípulos ("Regresaron a Jerusalén con gran alegría" - Lc 24,52).
Es el lugar donde los discípulos se quedan («Pero quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder que viene de lo alto» - Lucas 24,49). Es el lugar desde donde los discípulos deben partir («comenzando desde Jerusalén» - Lc 24,47).
Regresan a Jerusalén para volver a extraer vida del misterio de la Pascua. Se quedan en Jerusalén a la espera del don del Padre, el Espíritu Santo, que hace vivir la Pascua en ellos y entre ellos.
Parten de Jerusalén para llevar este don a todos, tal como lo han recibido.
El viaje de Jesús, por lo tanto, no ha terminado. Continúa hacia el Padre, pero ni siquiera entonces puede decirse que haya terminado.
Terminará cuando cada hombre esté en camino hacia el Padre, donde Él nos espera.
Pero para que esto pueda suceder, es necesario que también sus discípulos se pongan en camino.
A todos los pueblos, sin excepción, los discípulos tendrán que anunciar, con la palabra y con la vida, la gran novedad del Señor resucitado ("Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén" - Lc 24,46-47), que hará posible para todos, el camino de regreso al Padre, con la conversión y el perdón de los pecados.
Para los discípulos, todo lugar será Jerusalén, será el lugar donde, como su maestro, estarán llamados a dar la vida. Y, como su maestro, experimentarán que también para ellos Jerusalén será una puerta, la puerta abierta a través de la cual volver al Padre.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino