Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que tiene del Padre como Hijo unico, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,14)
Nosotros, los Patriarcas y Jefes de las Iglesias en Jerusalén, extendemos nuestro saludo a los cristianos de todo el mundo con el mismo espíritu de asombro y maravilla experimentado por los presentes en Belén en la Natividad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Como San Juan Evangelista proclamaría más tarde, el nacimiento de Cristo fue la manifestación gloriosa de Dios Encarnado, el Verbo hecho Carne, lleno de gracia y de verdad. Reveló a la humanidad el amor profundo y duradero de Dios para todo su pueblo: que el Todopoderoso se digne nacer entre ellos, plenamente humano y totalmente divino.
En este acto de compasión, Cristo se unió al sufrimiento del mundo, soportando con la Sagrada Familia las muchas luchas de la vida bajo la ocupación. Estas incluyeron amenazas de violencia, registros forzados, desplazamientos familiares y la existencia como refugiados en tierra extranjera.
Dolores y tribulaciones similares continúan afligiendo al mundo en nuestro tiempo, ya sea en Ucrania, Armenia, Siria, o en toda la Tierra Santa misma, por nombrar solo algunos. En este sentido, expresamos nuestra especial preocupación por aquellos fieles que permanecen como remanente cristiano en la tierra del nacimiento de nuestro Señor, ya que están bajo nuestro propio cuidado pastoral.
En los últimos años, estos cristianos se han enfrentado cada vez más a ataques a su libre ejercicio de su religión, incluyendo ataques contra sus personas, difamación de sus iglesias y cementerios, injustificadas restricciones contra su asistencia al culto y amenazas legales contra su posesión y administración de las propiedades de la iglesia.
Una atmósfera tan descorazonadora ha llevado a la falta de esperanza, especialmente entre nuestra juventud cristiana, que cada vez más se sienten mal recibidos en la tierra donde han habitado sus antepasados desde incluso antes del nacimiento de la Iglesia de Pentecostés (Hechos 2,11). Como resultado, muchos abandonan la región por lugares de mayor oportunidad, disminuyendo, aún más, la presencia cristiana por debajo de la pequeña minoría del dos por ciento de la población general.
A estos jóvenes, ofrecemos el mensaje de la encarnación del nacimiento de Cristo como un faro de esperanza, recordándonos a todos que nuestro Señor sigue sufriendo con nosotros y por nosotros, llevándonos a una vida nueva a la luz de la Gloria del Resucitado. Además, con el Cuerpo más grande de Cristo formando los brazos y las piernas de nuestro Salvador en el mundo, las iglesias continúan ofreciendo lugares de consuelo, fortaleza y apoyo a través de sus servicios de adoración, sus ministerios de educación y salud, sus centros de peregrinación y oportunidades para una participación significativa de empleo.
En este sentido, estamos agradecidos de que los cristianos de todo el mundo estén ahora regresando en peregrinación a Tierra Santa en cantidades cada vez mayores. Los alentamos a que no solo visiten con reverencia las piedras benditas de los Santos Lugares, sino también para comprometer y apoyar las “piedras vivas” de la presencia cristiana local, cuyas familias han ayudado a construir y cuidar esos sitios venerables a lo largo de los siglos, hasta el día de hoy.
Del mismo modo, invitamos a los cristianos de todo el mundo a apoyar la adhesión al Status Quo religioso y a continuar trabajando y orando por una paz justa y duradera en la tierra del nacimiento de nuestro Señor, así como en muchas regiones del mundo devastadas por la guerra, que el bendito mensaje de esperanza proclamado por primera vez por el ángel a los pastores alrededor de Belén se realice cada vez más en toda la tierra: “No temáis; os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.” (Lucas 2,10-11).
—Los Patriarcas y Jefes de las Iglesias en Jerusalén