El sábado 1 y el domingo 2 de febrero de 2025, Su Beatitud el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, presidió las celebraciones litúrgicas de la Fiesta de la Presentación del Señor en el templo y de la Jornada de la Vida Consagrada.
Las celebraciones litúrgicas comenzaron el sábado por la tarde en la Iglesia de Santa Catalina de Belén, donde Su Beatitud presidió las solemnes Primeras Vísperas en preparación de esta fiesta, que nos recuerda la luz que ha brillado sobre el mundo. Varios obispos participaron en la oración, junto con el P. Rami Asakrieh, párroco de Belén, así como diversas órdenes religiosas y movimientos apostólicos laicos dedicados al servicio de la Iglesia de Jerusalén.
El domingo 2 de febrero por la tarde, Su Beatitud el Cardenal presidió la Misa solemne en la Pro-Catedral del Patriarcado Latino en Jerusalén. Concelebraron numerosos obispos y sacerdotes, en presencia de diversas órdenes religiosas de Tierra Santa. Asistieron al servicio litúrgico seminaristas del Seminario del Patriarcado Latino de Beit Jala.
La celebración comenzó en el patio del Patriarcado, donde el Cardenal bendijo las velas, y siguió con una solemne procesión hasta la Iglesia.
En su homilía, el Cardenal Pizzaballa destacó el papel especial que desempeña la vida consagrada en el testimonio de la fe cristiana en Tierra Santa, afirmando:
«En este día dedicado a la vida religiosa, quiero subrayar el otro rostro de nuestra vida cristiana en Tierra Santa. El rostro de quienes, a pesar de todo, con vuestra presencia seguís siendo “lámparas que brillan en la noche” y “semillas de bondad en una tierra desgarrada por los conflictos”, como nos decía el Santo Padre hace unos meses. Es vuestra presencia la que, sobre todo, hace visible el estilo de vida cristiana en esta Tierra Santa. Un estilo abierto que se pone al servicio de todos los hombres y mujeres de este país. Y quiero darles las gracias por ello».
Su Beatitud exhortó a las comunidades religiosas a vivir su vocación con el espíritu de los dos ancianos del templo, guiando a los fieles en el discernimiento de la presencia y la obra de Dios en el mundo a través de su «humilde y sencillo testimonio de entrega».
Tras la homilía, un grupo de consagrados y consagradas renovaron sus votos religiosos.
Al final de la Misa, Su Beatitud concedió una bendición especial y un regalo conmemorativo a los que celebraban su jubileo. Entre ellos, siete habían alcanzado hitos que iban de los 10 a los 50 años de consagración, mientras que otros siete celebraban más de 50 años, y algunos hasta 80 años de devoto servicio a Dios y a Su pueblo.