En medio de las guerras y las injusticias que actualmente ensombrecen al mundo, la Iglesia y su clero continúan instando a los fieles a aumentar su tiempo de oración. Algunos se preguntarán: ¿La oración realmente marca la diferencia? ¿Puede tener un impacto?
La oración sirve como un puente que conecta a la humanidad con Dios y ha sido comparada con la escalera de Jacob que une el cielo y la tierra (Genesis 28,12). Es algo más que palabras; es un medio para mantener una conexión profunda con Dios, involucrando tanto el corazón como la mente. Encarna una profunda confianza en el poder de Dios para intervenir y transformar las circunstancias.
La oración no solo fortalece nuestra fe, sino que también nos recuerda la presencia de Dios en nuestras vidas, reconociendo que solo Él concede la gracia necesaria para vencer el mal y las dificultades. De hecho, no debemos subestimar el poder de la oración, como enfatizó Santiago en su epístola (Santiago 5, 16-18): "La oración ferviente del justo es muy poderosa". El Profeta Elías era un hombre con debilidades humanas como las nuestras, sin embargo, debido a su oración, no llovió durante tres años y medio. Entonces volvió a orar, y los cielos dieron lluvia, y la tierra dio fruto.
Cristo también nos enseñó que con una fe tan pequeña como un grano de mostaza, nada sería imposible (Mateo 17,20). Recurrió a la oración durante su hora más oscura, en el Huerto de Getsemaní, y pidió al Padre fuerza para afrontar el dolor de la cruz.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, la fuente del mal se analiza a menudo en relación con el libre albedrío y la existencia del pecado. Una cita clave que aborda esto es: "Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, permite la existencia del mal en el mundo, que surge del mal uso de la libertad humana y de la rebelión contra la voluntad de Dios". (Catecismo de la Iglesia Católica, 309). Además, el Catecismo señala que el mal a menudo está influenciado por fuerzas espirituales, incluido el diablo, que se opone a Dios y busca alejar a la humanidad de la verdad divina. Por lo tanto, las armas espirituales son esenciales para superarlo. Como dice el apóstol Pablo en su carta a los Efesios: "Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis resistir las asechanzas del diablo" (Efesios 6,11). La oración es una parte central de esta armadura espiritual porque nuestra batalla no es contra carne y sangre, sino contra fuerzas espirituales en los reinos celestiales (Efesios 6,12).
En su discurso sobre el "Año de la Oración", en preparación al Jubileo de la Esperanza de 2025, Su Santidad el Papa Francisco destacó la importancia de la humildad y de dejar espacio para la oración inspirada por el Espíritu Santo: "El Espíritu nos guía, poniendo las palabras justas en nuestro corazón y en nuestros labios para elevar nuestras oraciones al Padre".
Junto con la oración individual, la oración comunitaria es particularmente poderosa para combatir el mal. Jesús dijo: "Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo entre ellos" (Mateo 18,20). Orar juntos fomenta la unidad espiritual entre los creyentes y los fortalece contra las dificultades. Cuando los creyentes se unen en oración, buscan la fuerza y la gracia de Dios como un solo cuerpo, lo que les permite vencer el mal y animarse unos a otros.
Las apariciones de la Virgen María en Fátima en 1917 también subrayaron la importancia de la oración, especialmente del Santo Rosario, como una forma de proteger a la humanidad del mal y la guerra. Nuestra Señora nos invitó a arrepentirnos y orar por la paz. Innumerables relatos bíblicos e históricos ilustran cómo la oración, el arrepentimiento y el volverse a Dios pueden frenar el mal e invocar la misericordia divina. Como está escrito en la Escritura: "Si, pues, mi pueblo, sobre el cual ha sido pronunciado mi nombre, se humilla y ora, y busca mi rostro y se aparta de sus malos caminos, yo los escucharé desde el cielo, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra". (2 Crónicas 7,14).
Esto pone de relieve el papel crucial que desempeñan la oración y el arrepentimiento para obtener la respuesta de Dios a las súplicas de la humanidad en tiempos difíciles, mostrando que, a través de la oración, invitamos a la misericordia, la guía y la intervención de Dios en las situaciones difíciles de nuestro mundo.
Unámonos en oración, ayuno y penitencia el 7 de octubre, respondiendo a la llamada de Su Beatitud el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, para que sigamos llevando este anhelo de justicia de Dios a lo largo de todos los días de nuestra vida.