2 de febrero de 2025
Presentación de Jesús en el Templo
Lc 2, 22-40
Detengámonos inmediatamente en una primera anomalía, una primera particularidad del pasaje evangélico (Lc 2,22-40) que la liturgia nos hace leer en este domingo de la Presentación de Jesús en el Templo.
Estamos en el lugar más sagrado de la Jerusalén de aquel tiempo, donde Jesús es presentado para cumplir la Ley.
El evangelista subraya la obediencia de María y José a las prescripciones relativas al nacimiento del primogénito, que debía ser redimido mediante la ofrenda de un animal para el sacrificio.
Esperaríamos, pues, la descripción de la ofrenda, del sacrificio, esperaríamos el relato de lo que nos llevó a este punto. Pero lo extraño es que el evangelista omite por completo la narración del rito. No aparecen sacerdotes, no hay sacrificios. Ni siquiera hay la lectura de los pasajes de la Ley, no hay nada de lo que cabría esperar. Incluso el templo, de alguna manera, desaparece.
Este acontecimiento, de hecho, ordinario y natural para toda familia de aquel tiempo, se abre a un significado mayor, gracias a la presencia de dos personas que se encuentran con Jesús y sus padres.
Hemos dicho que en el pasaje no aparecen sacerdotes. En su lugar, sin embargo, encontramos a dos profetas.
Con respecto a Ana, es el propio evangelista quien utiliza el término «profetisa» («Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser» - Lc 2,36). Para Simeón, Lucas no utiliza este término, pero su descripción no deja lugar a dudas: «el Espíritu Santo estaba sobre él» (Lc 2,26), y le había anunciado que vería al Mesías (Lc 2,26). Ese día acude al templo movido por el Espíritu (Lc 2,28) y reconoce en aquel
niño la salvación que esperaba (Lc 2,29-32). Simeón, además, no se limita a reconocer al Mesías en este niño, sino que también describe su misión, utilizando una serie de imágenes que remiten a la misión del Siervo.
Este niño, en efecto, es la luz para revelar a Dios a las naciones y la gloria de su pueblo. La misión a la que está destinado este niño comenzará con la revelación al antiguo pueblo de la Alianza, para extenderse después a todos los pueblos.
Cómo sucederá esto, lo dice Simeón un poco más adelante, utilizando, esta vez, imágenes y términos más dramáticos: caída y resurrección, signo de contradicción (Lc 2,34), para llegar, finalmente, a la espada que atravesará el alma de María («Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten y será como un signo de contradicción - y a ti misma una espada atravesará tu alma - para que se revelen los pensamientos de muchos corazones» -Lc 2,34-35).
La razón por la que el evangelista no se detiene en el ritual del templo, los sacrificios y los diversos ritos está toda aquí: es la luz de la Pascua la que ilumina este encuentro, que tiene lugar en el templo de Jerusalén. La misión de este niño será ser Él mismo ese sacrificio que Lucas omite describir. Él mismo será el sacerdote que ofrece su propia vida al Padre, como don de amor y obediencia perfecta.
Este don de salvación será para todos. Pero para nadie será indoloro. La misión de Jesús será signo de contradicción, tiempo de gran purificación. Su entrada en la historia «revelará» (Lc 2,35) los pensamientos de muchos corazones.
En el relato de los Evangelios está claro que no se puede encontrar a Jesús y seguir siendo el mismo: el encuentro con Él desencadena un cambio profundo, un nuevo nacimiento. Pues bien, el modo en que cada persona acoja o rechace este nuevo comienzo revelará los pensamientos de su corazón, revelará qué tipo de persona es, en quién quiere convertirse, qué es lo que le importa.
El rechazo conducirá a la muerte, marcará una vida vacía de esperanza y expectativas.
La acogida llevará a la salvación de una vida resucitada, como la de Simeón y Ana, que habitaron el tiempo de la vida no deteniéndose en sus propios pensamientos, sino dejándose moldear la mente y el corazón por el pensamiento de la fe, nutriéndose de la Escritura, dejándose guiar por el Espíritu, convirtiéndose así en humildes y tenaces profetas del Señor.
+Pierbattista