Queridos Obispos, Sacerdotes, Rector, estimados estudiantes del Seminario,
Queridos Hermanos y Hermanas,
A pesar de las difíciles circunstancias que afligen a nuestra Tierra Santa, tanto en el norte como en el sur, esta tarde tenemos derecho a vivir un momento de esperanza. Esta esperanza deriva de dos razones: la fiesta de San José y la concesión del ministerio de lector a tres de nuestros seminaristas que se preparan para el sacerdocio.
Comencemos con el Ministerio del Lector. ¿Qué es un lector y cuál es su función? Un lector es alguien que cree firmemente que Dios está presente en su Palabra y se comunica con nosotros a través de ella, como un amigo habla con sus compañeros. Por lo tanto, queridos candidatos, estáis llamados a dedicaros diariamente, toda vuestra vida, a leer y meditar la Palabra de Dios. La Palabra es nuestra fuente de alimento espiritual, de alegría, de paz y de curación. San Basilio el Grande afirma que la Palabra de Dios es una farmacia espiritual que cura a la persona de sus dolencias espirituales, psicológicas y morales. Además, existe una conexión definitiva entre la salud del alma y la del cuerpo. Una persona que lleva una vida ordenada, basada en la alegría, la paz y la libertad interior, disfrutará también de un buen bienestar mental y físico. Al leer las Sagradas Escrituras, empezamos a dar los frutos del Espíritu Santo, que nos guían para vivir la vida de la mejor manera posible.
San Francisco de Asís destacó que las Sagradas Escrituras actúan como una escuela y una clínica divina, afirmando que a medida que recibimos y abrazamos la Palabra de Vida de Dios, más sanos nos volvemos espiritualmente. El lector, que tiene una profunda fe en el poder de la Palabra, se compromete a compartirla con los demás a través de las tareas que se le confían. Algunas de ellas son:
- Leer y estudiar las Sagradas Escrituras con entusiasmo.
- Proclamar las Escrituras y las oraciones de los fieles durante la Misa.
- Preparar a los lectores laicos de la Iglesia para proclamar la Palabra de Dios con claridad y reverencia.
- Colaborar con los grupos pastorales de la Iglesia (por ejemplo, jóvenes, scouts, monaguillos, cofradías, etc.).
- Preparar a los candidatos a la Primera Comunión, la Confirmación y el Sacramento de la Reconciliación.
- Fortalecer grupos de oración y vigilias evangélicas en los hogares.
Queridos hermanos y hermanas, podéis encontrar en San José un ejemplo de cómo comprometerse con la Palabra de Dios. Los Evangelios no recogen ninguna palabra pronunciada por José, ni tampoco predicó.
En cambio, lo describen como un hombre recto y justo que cumplió fielmente lo que exigía la Ley y obedeció los mandatos de Dios. Es notable que Dios le hablara a través de sueños, y José consideraba la Palabra de Dios como una meta noble y una fuente de salvación.
Reflexionemos sobre el primer sueño: el ángel del Señor se le apareció en sueños y le ayudó a resolver un grave dilema: "No temas recibir en tu casa a María como esposa, porque lo que en ella ha sido concebido viene del Espíritu Santo” (Mateo 1,20).
La respuesta de José fue inmediata y admirable. El Evangelio nos dice: "Al despertar José, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y tomó a su mujer en su casa" (Mateo 1,24).
Centrémonos en la frase: hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. José era un hombre de acción. Cuando Dios habla, no hay lugar para la discusión. La única respuesta es la acción inmediata.
A lo largo de su vida, José supo decir: "Hágase Tu voluntad". De la obediencia de José como cabeza de la Sagrada Familia, Jesús aprendió no sólo el arte de la carpintería, sino también a ser obediente a sus padres (cf. Lc 2,51).
Queridos hermanos y hermanas, la obediencia a Dios no disminuye nuestro valor, ni rebaja nuestra dignidad, ni debilita nuestra personalidad. Al contrario, Dios nos pide sólo lo que es para nuestro bien, nuestro crecimiento y nuestro beneficio. Por eso la obediencia es el camino de la alegría y de la perfección, y la perfección es otro nombre para la santidad.
José no era un hombre de sumisión pasiva; era valiente, fuerte y tenía sólidos valores morales.
Nosotros debemos tener la misma valentía moral que tuvo el carpintero de Nazaret, la valentía que siempre le permitió convertir los problemas en oportunidades, afrontándolos con plena confianza en la Divina Providencia.
De José, también aprendemos el valor de una vida vivida con humildad. Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas corrientes -a menudo olvidadas- que no aparecen en los periódicos ni en las revistas, ni en los grandes escenarios, pero que, sin duda, desempeñan un papel decisivo en la historia. ¿Cuántas personas ejercitan la paciencia y transmiten esperanza cada día? ¿Cuántos padres, madres, abuelos y maestros enseñan a nuestros hijos, con actos sencillos y cotidianos, cómo afrontar y superar las dificultades? ¿Cuántas personas rezan, ofrecen ayuda e interceden por el bien de todos?
"Cada uno de nosotros puede descubrir en José -el hombre que pasa desapercibido, una presencia cotidiana, discreta y oculta- un intercesor, un apoyo y un guía en los momentos difíciles. San José nos recuerda que aquellos que parecen ocultos o en la sombra pueden desempeñar un papel incomparable en la historia de la salvación." (Papa Francisco, Con corazón de Padre, en el 150 aniversario de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Universal).
José es el patrón de los padres que tienen dificultades para mantener a sus familias. Él experimentó tanto el trabajo como el desempleo en Egipto. Conoció la pobreza y la dependencia total de la gracia de Dios. Es el patrón de las madres que se encargan de los asuntos y las necesidades del hogar. Es el patrón de todos los que atraviesan cualquier tipo de crisis. Siempre dispuesto a interceder por nosotros, pues ha experimentado lo mismo que nosotros.
Queridos candidatos al ministerio de lector, en nombre de Su Beatitud, el Patriarca, y en el de todos los presentes, les extiendo mis más sinceras felicitaciones, así como al rector y a los sacerdotes del seminario, a vuestros profesores y mentores que os han proporcionado orientación y formación espiritual, y especialmente a vuestras familias, que os acompañan con su oración y su ejemplo. Os felicito por vuestra valentía al responder a la llamada del Señor. Seguid vuestro camino con perseverancia hasta el final, para que podáis alcanzar el sacerdocio. Lo que os espera es a la vez un gran honor y una enorme responsabilidad. Con la gracia de Dios y por intercesión de Nuestra Santísima Madre la Virgen María y de San José, el hombre justo, serán dignos de esta nueva misión. Amén.