8 de marzo de 2025
IX Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 4, 1-13
El evangelista Lucas sitúa el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto inmediatamente después del pasaje de la genealogía (Lc 3,23-38). Y, a diferencia de Mateo, en su relato de las generaciones anteriores al nacimiento de Jesús, se remonta no sólo hasta Abraham, sino incluso hasta el primer hombre, Adán.
Por eso, el capítulo 3 termina así: «...hijo de Adán, hijo de Dios» (Lc 3,38).
Inmediatamente después comienza el relato de las tentaciones (Lc 4,1-13), y para el lector del Evangelio la conexión es clara e inmediata: Adán, hijo de Dios, no sólo es el primer hombre, sino también el primer hombre tentado. La serpiente le sugiere una palabra distinta de la que le había dicho el Creador, y Adán, junto con su esposa Eva, le hace caso. La condición humana, desde el principio, está llamada a afrontar la tentación y el pecado, la libertad de elegir o no el bien y la vida.
La tentación, por tanto, es la posibilidad concreta de vivir la propia humanidad no según el plan original de Dios, sino según la propia voluntad, siguiendo un camino distinto del indicado por el Creador e inscrito en el corazón mismo del hombre.
Es Dios mismo quien deja al hombre esta libertad: no le obliga a obedecer, sino que le pone siempre ante dos caminos, para que el hombre pueda elegir conscientemente amar al Señor. El relato del Génesis 3 nos dice que este camino alternativo no conduce a la vida, sino a la muerte, y así advierte al hombre en todos los tiempos,a verificar si está o no siguiendo un camino de vida.
Jesús no escapa a este drama común a todos los hombres de todos los tiempos: también Él sufre la sugestión que le sugiere otros caminos, alternativos a los de Dios Padre.
«Llevado por el Espíritu al desierto» (Lc 4,1), experimenta sus propios limites y sus propias necesidades, y es allí donde se presenta la tentación («Durante cuarenta días fue tentado por el diablo. No comió nada durante esos días, pero cuando terminaron, tuvo hambre» - Lc 4,2).
¿De qué manera? ¿Qué se interpone entre el hombre y la posibilidad de realizar plenamente su humanidad?
No nos detenemos tanto en las tentaciones como en las respuestas de Jesús a Satanás, porque Jesús no hace otra cosa que volver a situar al hombre en el lugar que le corresponde dentro del plan original de Dios, corrigiendo la imagen distorsionada que el diablo trata de insinuar.
El hombre es, ante todo, aquel que escucha la Palabra de Dios y vive de ella («Jesús le respondió: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre» - Lc 4,4).
La evidencia dice que el hombre necesita alimento, pan, para vivir. Pero esta necesidad no basta para decir quién es el hombre, que está habitado por un hambre más profunda. Y el hambre de pan es precisamente signo y referencia de esta hambre más profunda: si nos detenemos en el principio, nuestra vida no madura hasta su plenitud.
La tentación sugiere que estas dos necesidades son antagónicas entre sí, y que el Padre no dará pan suficiente: tendremos que conseguirlo nosotros mismos.
Jesús, por el contrario, confía y acepta ser alimentado por Aquel que se preocupa de nuestra vida.
En segundo lugar, el hombre sólo se convierte en rey y señor de su propia vida cuando no se postra ante nadie más que ante el Dios que lo ha creado. Si cree que ganará gloria y honor postrándose ante el poder, en realidad se convierte en su esclavo y se pierde a sí mismo ("Si te postras ante mí, todo será tuyo". Jesús le contestó: «Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás: y solo a él darás culto» - Lc 4, 7-8).
La tentación sugiere que el poder es más importante que la libertad. Jesús, por el contrario, no negocia con nadie la gloria de Dios, que es el hombre libre y vivo.
Por último, el hombre no llega a ser él mismo si actúa como Dios, si desafía los límites, si va más allá de sus propias posibilidades.
No mejora haciendo cosas excepcionales, y no llega a ninguna parte si busca la mirada, la admiración y la aprobación de los demás. No encontrará a Dios así, sino en la obediencia humilde y cotidiana a una ley que protege al hombre de sí mismo, que le hace capaz de relaciones verdaderas, de situarse en su lugar en el mundo.
La tentación sugiere que si Dios es bueno, protegerá al hombre a cualquier precio ("Si eres el Hijo de Dios, desde aquí abajo"... Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor tu Dios» (Lc 4,9-12).
Jesús, por el contrario, protege a Dios de cualquier falsa imagen que el hombre pueda hacerse de Él; y porque ama al Padre, confía en Él sin pedirle pruebas de su bondad; y le deja libertad para amar como Dios sabe amar, porque es este amor, y no otra cosa, lo que hace grande al hombre.
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino