24 de noviembre de 2024
Solemnidad de Cristo Rey del Universo
Jn 18, 33-37
El libro del Éxodo está impregnado por una pregunta, que acompañará al Israel bíblico a lo largo de la historia de la revelación: ¿quién es el verdadero rey? ¿El que me da de comer, pero me oprime y me quita la libertad, como el faraón en Egipto, o el que me libera y me salva, como el Señor Dios?
Esta pregunta, sobre quién es el rey de nuestra vida, sobre qué rey queremos, es básicamente una pregunta que todos estamos llamados a plantearnos.
A pesar de que las diversas celebraciones litúrgicas tienen en su centro precisamente la liberación del faraón, a lo largo de la historia el Israel bíblico olvidará a menudo su liberación de Egipto: olvidará que sólo Dios es su Rey, sólo Dios es el único libertador. Y por esta razón querrá su propio rey, como el rey de todos los demás pueblos.
Es decir, no puede evitar caer en la tentación de tener como guía a un hombre fuerte y poderoso, un hombre valiente, que pueda garantizarle riqueza y seguridad, que lo alimente como lo hizo el Faraón.
Pero la historia demostrará que esta tentación a menudo resulta ser una ilusión: salvo algunas raras excepciones, esos reyes no podrán ofrecer al pueblo lo que el pueblo espera de ellos. De hecho, la historia demostrará lo contrario: los reyes, llamados a cuidar del pueblo como los pastores hacen con su rebaño, tan pronto como lleguen al poder se convertirán a menudo en mercenarios, que velan por sus propios intereses, incapaces de garantizar la paz y la seguridad, incapaces de cuidar a los pobres y necesitados, incapaces de resolver las numerosas injusticias presentes entre sus pueblos.
De ahí la expectativa de un rey diferente: ¿llegaría algún día el momento en que un rey realmente cuidara de su pueblo?
El Evangelio de Juan se plantea esta pregunta, y el pasaje que leemos hoy (Jn 18,33-37) pone esta misma pregunta en boca de Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18,33).
El contexto es el del juicio que llevará a Jesús a la sentencia de muerte.
Pilato tiene un solo modelo de realeza, solo conoce la realeza fuerte y poderosa del emperador romano.
No sabe que puede existir una realeza diferente.
Y ahora tiene ante sí a un hombre que se proclama rey, pero parece todo, menos un rey.
Los reyes matan y usurpan, Jesús se deja capturar y crucificar.
Los reyes tienen vestiduras suntuosas, Jesús será despojado de sus vestiduras.
Los reyes juzgan, Jesús es juzgado.
Un rey que no lleva los símbolos del poder, la riqueza, la dominación.
Pero Jesús ni siquiera parece ser un malhechor, un revolucionario, alguien a quien temer.
¿Quién es, pues, este hombre que le es entregado para ser crucificado precisamente porque se proclama rey (Jn 18,35)?Jesús no parece muy interesado en el tema de la realeza, y responde a Pilato con una contrapregunta, que pone de relieve cómo la acusación de haberse proclamado rey no proviene tanto de Pilato, sino de los sacerdotes y de los líderes del pueblo («¿Dices esto por ti mismo, o te han hablado otros de mí?» - Jn 18,34). Por lo tanto, también Pilato está llamado a hacerse la pregunta fundamental: quién es el rey de la vida.
Jesús no parece interesado en el tema de la verdad, o más bien, por el sentido de su propia misión: ¿por qué ha venido al mundo? («Tu lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» - Jn 18, 37)
No para establecer un reino terrenal: su reino no es de este mundo ni para este mundo (Jn 18,36): si lo fuera, se adheriría a su lógica, a sus fines, a sus medios («si mi reino fuera de este mundo, mis siervos habrían luchado para que yo no fuera entregado» - Jn 18,36).
En cambio, el Reino de Dios es diferente, y una de las diferencias más significativas es que no coincide con un solo pueblo y no tiene fronteras que defender o expandir. Por lo tanto, Jesús puede decir que todo el que vive en la verdad pertenece a este Reino, es decir, el que vive la vida de sus hijos, de los que confían en el Padre y esperan de Él la vida. («Todos los que son de la verdad escuchan mi voz» - Jn 18,37).
Jesús vino a proclamar esta verdad, y todos los que lo escuchan y creen pertenecen a este Reino.
Un Reino que, por lo tanto, no excluye a nadie: cualquiera puede pertenecer a él, siempre que sea capaz de mantener siempre viva en sí mismo la cuestión de a qué rey seguir y qué verdad elegir.
+Pierbattista