Homilía Ordenaciones Sacerdotales en CTS
Salvador, Jerusalén, 29 de junio de 2025
Hch 12, 1-11; 2Tm 4,6-8.17-18; Mt 16, 13-19
Queridísimos hermanos en Cristo y en San Francisco,
Querido Padre Custodio,
¡Que el Señor os dé la paz!
El evangelio que leemos cada año para esta ocasión sigue presentándonos nuevas sugerencias. Incluso hoy captamos una. Me refiero al conocimiento de Dios según la carne y la sangre, por un lado, o según la inspiración del mismo Dios, por otro. Se trata de dos formas diferentes de estar frente a Dios y ante la realidad de la vida y del mundo. También pueden convertirse en dos formas de posicionarse en la vida de la Iglesia, como veremos.
Para hablar de Jesús, la multitud y los discípulos hacen referencia a los grandes profetas del pasado ("Unos dicen Juan el Bautista, otros Elías, otros Jeremías o alguno de los profetas" - Mt 16,14): es decir, comprenden que Jesús es una persona grande y especial, pero no diferente de otros que ya han formado parte de la historia bíblica. No perciben nada nuevo, no van más allá, y ven en Él los mismos gestos, las mismas actitudes, la misma Palabra transmitida por los otros enviados de Dios del pasado. El pensamiento de la multitud, su conocimiento de Jesús es solo humano, proviene de "carne y sangre" (cf. Mt 16,17: «porque ni carne ni sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos»), fruto de su reflexión, de su razonamiento. Incluso hoy la tentación es la misma de siempre: reducir a Jesús a un personaje que pueda ser encerrado totalmente dentro de nuestra comprensión humana, nuestra carne y nuestra sangre. Fascinante, interesante, pero al final siempre uno de nosotros y nada más.
La respuesta de Pedro, sin embargo, va más allá. Lo que falta al pensamiento de la multitud sobre Jesús, lo que ellos no logran ver, le es dado a Pedro gracias a una inspiración del Padre que está en los cielos (Mt 16,17). No proviene de carne ni sangre, no nace de la observación de Pedro, de su pensamiento, de su experiencia. No se detiene en algo ya conocido y familiar, sino que se abre a una revelación, a una luz que Pedro y los otros discípulos no pueden darse por sí solos.
Porque hay algo nuevo y escandaloso en la persona de Jesús que la carne y la sangre por sí solas no pueden comprender. Se trata de la conversión a la revelación de un Dios que se ha revelado plenamente en la carne y en la vida de un ser humano como nosotros. Y esta comprensión no proviene de un esfuerzo intelectual, sino de dejarse atraer por el Padre; proviene del asombro.
Ya estáis consagrados a Dios mediante la profesión religiosa, y ahora, con la ordenación sacerdotal os convertís también en ministros de Dios. En otras palabras, vuestra vida está llamada a ser un reflejo integral de la obra de Dios en vosotros y en las comunidades a las que seréis destinados. Estáis llamados, en resumen, a anunciar a Jesús con las mismas palabras de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo" (Mt 16,16). Y, naturalmente, se trata de hacerlo con la vida, a través de vuestro testimonio. Un sacerdote pone en el centro de su vida no a sí mismo, sino su relación con Cristo. Y esto significa dejar espacio a la oración, ante todo, personal y eclesial. Requiere celebrar con dignidad y respeto los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Los sacramentos, de hecho, la Eucaristía, no son de vuestra propiedad y prerrogativa, son de Cristo y de la Iglesia.
Por lo tanto, dejad que la persona de Cristo, la belleza de la Iglesia, brille, en vuestro ministerio y no hagáis de vosotros mismos los protagonistas del ministerio sacerdotal, de los sacramentos que administraréis, de la palabra que anunciaréis. Sed, en cambio, humildes instrumentos de salvación, que sólo está en Cristo. No dejéis, en resumen, que la carne y la sangre prevalezcan en vuestro servicio sacerdotal, sino dejaros siempre inspirar y guiar por la obra del Espíritu, que mantiene viva en vosotros la presencia de Cristo, corazón y centro de la vida de todo sacerdote.
La Iglesia, que nace precisamente aquí en Jerusalén el día de Pentecostés, necesita a Pedro, la roca sobre la cual se construye la comunidad («Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» - Mt 16,18), pero también necesita a los sacerdotes, que sean los rocas alrededor de las cuales la Iglesia debe tomar forma, la forma de Cristo. Vuestras comunidades tomarán la forma de Cristo, sólo si vosotros sois imagen de Cristo. Serán edificadas sobre la roca de Pedro, si vosotros estáis unidos y fieles a esa roca. No hay otros caminos. Todo lo demás os será dado por añadidura. Y cualquier otra referencia en vuestro ministerio sacerdotal, que no tenga a Cristo en el centro, será sólo vanidad, y permanecerá estéril.
Y hay una manera de entender si seréis realmente imagen de Cristo y si vuestras comunidades serán edificadas en Cristo, como piedra angular. Si los poderes del infierno intentarán prevalecer sobre vosotros (cfr. Mt 16,18). Es decir, si el mundo, sin entenderos, intentará llevaros a pensar y actuar según "carne y sangre" y no según la revelación de Dios Padre. Si caeréis en la tentación de reducir vuestro servicio a un acompañamiento meramente humano, aunque importante, renunciando así a convertiros ante todo en instrumentos de salvación. El mundo de hoy no quiere oír hablar de salvación eterna. Quiere salvarse por sí mismo, sólo aquí y ahora, en el tiempo presente, sin ninguna mirada trascendente. Mientras que, por el contrario, vuestro ministerio debe remitir a la eternidad, que ya ha comenzado en vosotros, y hacia la cual estáis llamados a guiar a vuestros fieles.
Se os pedirá que respondáis a las muchas necesidades de las personas que se os han confiado, que muy a menudo no tendrán otra referencia más que vosotros. Y serán muchas esas necesidades. Los pobres siempre estarán con vosotros. Y, lamentablemente, cada vez aumentan más. Pero hay de vosotros si, con el pretexto de cuidar las almas de los fieles, descuidarais sus necesidades materiales. Pero, también, hay de vosotros si reducís vuestro ministerio a las solas necesidades materiales. El mundo os presentará muchas demandas: injusticias, sufrimiento y soledad, hambre y pobreza. Y serán voces que debéis escuchar y haceros vuestras. Ese sufrimiento también debe ser vuestro. Pero deberéis llevar dentro de esas realidades, además de la respuesta humana, hecha de carne y sangre, la respuesta que viene de Dios, la única que puede traer también dentro de esas situaciones tan dramáticas la esperanza y el consuelo, Jesucristo. Os dedicareis a muchas actividades sociales, pastorales y educativas, que serán fructíferas y crearán comunidad, sólo en la medida en que no se concentren en vosotros mismos, sino en el amor a Cristo y a la Iglesia.
Habrá días en los que este ministerio que hoy estáis a punto de comenzar y que ahora os llena de alegría, se convertirá en una carga pesada, en los que la soledad y el cansancio se harán particularmente pesados. También para vosotros, en resumen, llegará el tiempo de la Pascua. Inmediatamente después de la confesión de Pedro, como sabemos, Jesús habla de su pasión ("Desde entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir mucho" - Mt 16,21). También vosotros tendréis un ascenso a Jerusalén que cumplir. Pero se convertirá en un camino de salvación, si permanecéis siempre inspirados no por la carne y la sangre, sino por Dios, si dejáis espacio a Su Palabra de vida, si los sacramentos que celebrareis os alimentaran a vosotros, antes que a vuestras comunidades, si construís vuestra vida sacerdotal sobre la relación fiel con Jesús. Entonces también ustedes, como Jesús, estarán dispuestos a atravesar su Pascua con confianza, a vivir su Getsemaní con la certeza de la resurrección. Entonces seréis verdaderamente instrumentos de salvación, testigos de vida eterna y de esperanza que no defrauda (Rm 5,5).
¿Seréis capaces de vivir así? Lo deseo de corazón. Realmente necesitamos testigos así. Que la Virgen Inmaculada os acompañe en vuestro ministerio sacerdotal y allí donde seáis llamados a servir, no os olvidéis de rezar también por esta pequeña Iglesia de Jerusalén, para que pueda seguir dando testimonio de nuestra esperanza en Cristo, el Hijo del Dios vivo. Amén.
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino