Homilía para la Solemnidad de la Anunciación
Nazaret, 25 de marzo de 2025
Is 7,10-14; 8,10; Heb 10,4-10; Lc 1,26-38
Queridos hermanos y hermanas,
¡Que el Señor os dé la paz!
También este año hemos llegado a los pies de la Virgen, Madre de Dios, Madre Nuestra y Madre de la Iglesia. Y como toda madre, traemos aquí nuestras expectativas, nuestros temores y nuestra necesidad de consuelo. Sabemos que Dios es la fuente del consuelo y que es a Él a quien debemos mirar, y sólo en Él podemos fundamentar nuestra confianza, especialmente en este tiempo tan duro para nosotros y para el mundo entero.
En lugar de avanzar hacia un contexto de encuentro, en lugar de buscar caminos y soluciones para una perspectiva de convivencia pacífica, vemos por todas partes barreras de miedo, desconfianza, odio y resentimiento. Y aquí, en nuestra Tierra Santa, debemos seguir llorando a nuestros muertos, las numerosas heridas que devastan nuestros corazones, nuestras familias y nuestras comunidades. Estamos cansados de tener que repetirlo una y otra vez. Pero es inevitable no pensar en lo que sucede a nuestro alrededor.
Hemos venido aquí, pues, para dejarnos guiar una vez más por la Virgen María. Para aprender de ella, una vez más, cómo estar dentro de estas situaciones.
Hoy María nos recuerda que aquí Dios cambió la historia del mundo. Que a través de su "Aquí Estoy", Dios ha habitado nuestra historia, nuestro tiempo, nuestra condición humana. Con su "Aquí estoy" se cumplen las profecías, se abren los cielos y renace la esperanza para todo hombre. Y creemos que Dios sigue guiando el tiempo y la historia incluso hoy. Lo hace con el mismo estilo, el de Nazaret, que es el estilo de la mansedumbre. Y así como su entrada en la historia pasó por el "sí" de la Virgen, hoy pasa por el "sí" de la Iglesia, nuestro "sí", nuestro consentimiento y nuestra acogida de su palabra de vida. Dios entra en la historia con discreción, buscando los corazones mansos, libres, humildes y abiertos. Dios necesita de nuestro "Aquí Estoy", de personas mansas que sepan decir y ser en el mundo una palabra diferente, de vida y de esperanza.
No debemos confundir la esperanza con la espera de tiempos mejores. Los deseamos, por supuesto. Deseamos tiempos mejores, de justicia y de vida serena. Pero también sabemos que ahora es tiempo de dolor y soledad. Tiempo de divisiones y violencia. Sabemos que tiempos mejores, por desgracia, no llegarán tan pronto.
Pero nuestra "esperanza no defraude" (Rom 5,5). No depende de las acciones del hombre, no depende de las decisiones de los poderosos, no es fruto del esfuerzo humano. "Maldito el hombre que confía en el hombre y pone en la carne su fortaleza, apartando su corazón del Señor" (Jr 17,5). Nuestra esperanza nace del encuentro con el Señor Jesús, a quien la Virgen María nos ha dado al aceptar libremente la voluntad de Dios. Es en el encuentro con Él donde se funda nuestra esperanza. Necesitamos volver a encontrarnos con Él, volver a empezar desde Cristo. Sólo así, con la firme compañía de Cristo podremos vivir este tiempo sin dejarnos arrastrar por sentimientos de odio, resentimiento y miedo. Y estamos hoy aquí para pedirle a la Virgen que nos conduzca a Él, una vez más, y que abra nuestros corazones a su Palabra de vida.
Pero también necesitamos encontrarlo en tantas personas que, con su vida, con su compromiso y con su testimonio, abren nuestro corazón a la confianza. Necesitamos hombres y mujeres llenos de vida, capaces por tanto de entregarse, de comprometerse con el prójimo, con la justicia, con la construcción de relaciones dignas y respetuosas. Hay personas así, y son muchas, y están entre nosotros. Mientras haya personas que, en este tiempo oscuro, en este mar de dolor y violencia, sepan entregarse, habrá esperanza. El Diablo no tiene poder sobre aquellos que se entregan por amor. Levantemos, pues, nuestra mirada más allá del dolor, dejémonos guiar por la Virgen y acojamos con confianza la Palabra de esperanza que Dios ha sembrado en nosotros.
En este tiempo donde se construyen narrativas de violencia y poder, donde la historia hecha por los grandes parece ser la de la guerra y la opresión, queremos ser aquellos que, con su estilo, en sus encuentros, con sus palabras y con sus vidas, construyan una narrativa diferente, escriban otra historia. Con mansedumbre, pero también con la fuerza de la palabra y del testimonio, queremos decir nuestro "sí" a Dios, y ser constructores de una ciudad diferente, llena de luz y de vida.
"No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios" (Lc 1,30). No temas. No tengas miedo. No tengamos miedo, pues. El miedo es la palabra del Diablo, que cierra el corazón del hombre. Siguiendo a la Virgen María, queremos, en cambio, seguir la Palabra de Dios, que crea futuro, abre al encuentro y genera vida.
Queremos, por tanto, volver a partir de Nazaret fortalecidos por la mirada maternal de María, que nos pide que levantemos la mirada, no ceder a los miedos que nos paralizan, y ver la obra que Dios sigue haciendo a través de tantos hombres y mujeres que dan concreción a nuestra esperanza. Más aún, queremos estar entre ellos.
Que María de Nazaret interceda por todos nosotros, por nuestras familias, por nuestros pueblos de Tierra Santa. Que consuele a los que ahora sufren y lloran, y dé fuerza a los que trabajan por la justicia y la paz. Amén.
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino