9 de febrero de 2025
V Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 5, 1-11
El relato de la llamada de los primeros discípulos se entrelaza en la narración del Evangelio de Lucas con el de la pesca milagrosa (Lc 5,1-11).
También en Marcos y Mateo vemos que Pedro y sus compañeros, cuando Jesús los llama, están recogiendo las redes y las barcas después de una noche de pesca. Pero sólo Lucas nos dice que esta pesca fue infructuosa, y que Jesús les pide que vuelvan a salir, que vuelvan a intentarlo de nuevo. Sólo Lucas nos dice que esta segunda pesca, realizada a plena luz del día, llena las redes de peces (Lc 5,5-7).
No sólo llena las redes de peces. También llena de temor a Pedro, y llena de asombro todos los presentes (Lc 5,9-10).
Entramos en la dinámica de este pasaje a través de una palabra, que encontramos en el versículo 8, donde Pedro, al ver la abundante e inexplicable pesca, pide a Jesús que se aparte («Al ver esto, Simón Pedro se arrojó de rodillas ante Jesús, diciendo: 'Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador'» - Lc 5,8).
Detrás de la petición de Pedro hay una manera precisa de pensar sobre Dios y su relación con nosotros.
Un modo de pensar según el cual la santidad de Dios y el pecado del hombre no pueden estar «cerca»: uno excluye al otro. Así, donde hay Dios no puede haber hombre pecador, y donde hay hombre pecador no puede haber Dios. En todo caso, el hombre debe convertirse primero, y entonces podrá encontrarse con Dios.
Este pasaje, sin embargo, capta bien el drama del hombre, porque el hombre, por sí solo, no es capaz de estar a la altura de la relación con Dios. Es incapaz de convertirse, de purificarse, de prepararse solo con sus propias fuerzas para el encuentro con el Señor. Las redes vacías, después de una noche de pesca, están ahí para decir esto: tanto esfuerzo, sin ningún resultado («Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada» - Lc 5,5).
Jesús ve este gran esfuerzo del hombre, y quiere liberarlo de este esfuerzo, porque no es sólo un esfuerzo estéril, es también un esfuerzo inútil.
En el Evangelio de Mateo (Mt 11,28-30) escuchamos a Jesús llamar a todos los cansados y oprimidos y ofrecerles descanso, refrigerio. No se trata entonces de alejarse de Él, sino, al contrario, de acercarse.
La presencia de Jesús ofrece a Pedro la posibilidad de reconocerse como lo que es: un pecador, incapaz de convertirse y de acercarse a Dios (Lc 5,8). Pero esta toma de conciencia no se convierte en motivo de desesperación, al contrario: es el primer paso para abrirse al don de Dios, que precede siempre, como la pesca milagrosa precede a la vocación de Pedro y de sus discípulos. Es el primer paso para poder escuchar de verdaderamente la Palabra.
Nadie, por tanto, debe alejarse más.
Este verbo, alejarse, se repite muchas veces en el Evangelio de Lucas. Jesús nunca se aleja de nadie, salvo después de haberlo curado y salvado. Y cuando se aleja, es para ir a buscar a otras personas, a otras personas cansadas, como Pedro, de la larga noche estéril de la que nadie, hasta entonces, había sido capaz de liberarle.
En el principio, pues, está el don de Dios, su Palabra de misericordia.
Veremos, a medida que avancemos en la lectura del Evangelio, que este don no tiene precio, pero sí una condición, y la condición es saber compartirlo. Dios nunca pide que se le devuelva, sino que se comparta entre los hermanos.
En el Evangelio de hoy, estos «hermanos» aparecen inmediatamente, y en dos ocasiones.
La primera es cuando Pedro sale a pescar, pero solo no puede traer todos los peces, el don es demasiado grande para él solo, y sólo podrá aceptarlo compartiéndolo («Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron las dos barcas hasta el punto que casi se hundían» - Lc 5,7).
La segunda está en las palabras de Jesús, que después de haber tranquilizado a Pedro, lo abre a un horizonte de vida más grande, enviándolo a compartir con todos la esperanza de vida que le ha salido al encuentro en esta mañana, a orillas del mar de Galilea, transformando por completo su modo de pensar sobre Dios y, por tanto, toda su vida. «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5,10).
+Pierbattista
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en italiano e inglés – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino