26 de enero de 2025
III Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 1,1-4; 4,14-21
El pasaje del Evangelio de hoy (Lc 1,1-4; 4,14-21) está tomado de dos capítulos diferentes del Evangelio de Lucas: los primeros versículos están tomados del primer capítulo e informan del comienzo mismo del Evangelio. La siguiente parte está tomada del capítulo cuarto, y relata la primera salida pública de Jesús, inmediatamente después de las tentaciones en el desierto.
Estos dos pasajes son un comienzo: el comienzo del Evangelio y el comienzo de la misión de Jesús.
Y en ambos pasajes vuelve a aparecer la palabra cumplimiento.
Es la palabra que enmarca ambos pasajes: el evangelista dice que muchos han explicado los acontecimientos que se han cumplido entre ellos (Lc 1,1), y Jesús dice que la Escritura que acaba de proclamar se cumplió (Lc 4,21) en la sinagoga de Nazaret.
El evangelista no se limita a hablar de hechos que han sucedido, sino que subraya y precisa que se han cumplido: quiere decir así que no simplemente ha sucedido algo, quizá algo nuevo o bello, sino que todo lo que ha sucedido es un cumplimiento. Es decir, algo que ha alcanzado su plenitud, su finalidad, su objetivo.
Jesús entra en la sinagoga y no se limita simplemente a proclamar que el reino de Dios está cerca, como habría hecho en otros lugares de Galilea. Más bien lee una Palabra y proclama que esa Palabra se ha cumplido. Por eso el Reino de Dios está cerca.
Así que, de todo esto podemos extraer un primer elemento, a saber, que en el principio hay un cumplimiento.
Que nuestro punto de partida, el comienzo de la vida es algo que se ha cumplido, hay una promesa cumplida, un pacto respetado, una
fidelidad honrada. En el comienzo de nuestra fe, en el inicio de nuestra vida, de nuestra relación con el Señor, hay un don, largamente preparado, y finalmente entregado, irrevocablemente. Cumplido.
En qué consiste este don, lo revela Jesús en los versículos del profeta Isaías que le dan a leer en la sinagoga de su pueblo natal: un anuncio de paz, de libertad, de salvación, de vida («El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, para proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos» - Lc 4,18). Es el anuncio de Dios el que construye esta novedad, este mundo nuevo.
Pues bien, este mundo nuevo ya está presente, comienza, y empieza precisamente en una sencilla sinagoga de un pueblo marginal y desconocido.
Centrémonos ahora en los gestos y las palabras que utiliza Jesús, porque esos gestos y esas palabras nos iluminan aún más sobre el significado del cumplimiento.
El evangelista Lucas los relata con gran precisión (Lc 4,16-20): Jesús se levanta, recibe el rollo del profeta Isaías, lo abre, encuentra el pasaje con los versículos que hablan de la venida del Reino, lo lee y luego vuelve a enrollar el rollo, se lo entrega al asistente y, finalmente, se sienta de nuevo.
Son gestos evocadores.
Jesús recibe esta historia, en obediencia al Padre; luego la abre, para entrar en ella, para formar parte de ella. Entra en una historia que camina hacia Él, la historia de la espera del Mesías, de la espera de una salvación que es gratuita, que es para todos. Jesús la lee, es decir, la hace suya, revela su significado. Y finalmente enrolla el rollo, porque el tiempo de espera de esa Palabra ha terminado, y ahora todo lo que está escrito en ese rollo se ha cumplido, uno puede verlo y tocarlo en su propia persona.
Él es la liberación, Él es la vista, Él es la buena nueva.
Y luego las palabras: una vez sentado, Jesús no comenta el pasaje, como hacían los rabinos y los maestros. No se limita a explicarlo, para que quede claro para todos. Más bien dice que la Palabra se ha cumplido: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de escuchar» (Lc 4,21).
Y, si se ha cumplido, ya no estamos en el tiempo de la espera, de la incertidumbre, sino que estamos en el hoy de la salvación.
Hoy el Señor quiere liberarnos, hoy quiere devolvernos la vista, hoy quiere anunciarnos su presencia da vida.
No es simplemente la confirmación de que el Señor ciertamente nos ayudará. Ha llegado la hora del vino bueno que renueva el banquete de bodas (cf. Jn 2,1-11).
+Pierbattista
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en italiano e inglés – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino