8 de diciembre de 2024
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María - II Domingo de Adviento, año C
Lc 1, 26-38
El evangelista Lucas enmarca el episodio de la Anunciación con algunos elementos que ofrecen preciosas interpretaciones capaces de arrojar luz sobre toda la escena.
El primer elemento en el que nos centramos es la referencia al embarazo de su prima Isabel, y a todo lo que le habían contado inmediatamente antes del anuncio a María.
Nuestro pasaje, en efecto, comienza con una aclaración temporal: estamos en el sexto mes (Lc 1,26), y es el sexto mes precisamente desde la concepción de Juan Bautista. El discurso del ángel Gabriel a María concluye con una referencia explícita a Isabel y a su embarazo (Lc 1,36-37); y es a raíz de estas palabras cuando María consiente en la propuesta del Señor, para que el ángel se aleje de ella (Lc 1,38).
El acontecimiento milagroso del embarazo de Isabel, por tanto, abre y cierra el episodio de la Anunciación y se revela importante para la respuesta de María.
¿Por qué? ¿Qué significa?
Lo que le sucedió a Isabel revela algo fundamental sobre Dios y nuestra relación con Él. Dice que «nada hay imposible para Dios» (Lc 1,37).
La experiencia que el pueblo de la salvación se ha encontrado a menudo es la de enfrentarse a algo imposible: es imposible que Dios salve, es imposible que abra el mar, es imposible que Dios perdone, es imposible que Dios vuelva. Es imposible que Dios se alimente en el desierto, es imposible que Dios siga amándonos.
La historia de la relación entre Dios y el hombre está hecha de muchos imposibles, una letanía de situaciones desesperadas que, sin embargo, en un momento dado, vuelven a ser posibles.
Y esto hasta el punto de descubrir cada vez que lo que hace «imposible» el camino del hombre hacia Dios no es tanto su lejanía como nuestro miedo, como vimos el domingo pasado: un miedo que bloquea la vida, el miedo a que ya no sea posible acoger el don de Dios, a que ya no sea posible comenzar algo nuevo.
Este es el gran miedo que habita en nosotros, que nuestra vida sea estéril, como la de Isabel.
También el ángel Gabriel lo dice claramente: «Todos decían que Isabel era estéril»: el hombre, solo, no puede dejar de constatar su propia esterilidad, pero el embarazo de Isabel dice lo contrario, dice que nada es imposible para Dios.
Éste es el mensaje que vuelve desde el principio hasta el final del pasaje, ésta es la razón por la que María ya no puede tener miedo (Lc 1,30).
El segundo elemento se refiere al mensajero que Dios envió para traer el anuncio, a saber, el ángel Gabriel. En el Libro de Daniel y en la tradición bíblica, la presencia de este ángel siempre tiene relación con el final de los tiempos, con los tiempos del fin.
También en este caso es así: un tiempo llega a su fin y comienza otro. El tiempo de la preparación y de la espera llega a su fin, y se abre el tiempo del cumplimiento, se abre el tiempo de la plenitud.
Por último, nos detenemos en el lugar donde se desarrolla la escena: Nazaret (Lc 1,26).
Nazaret es un lugar pequeño, desconocido, marginal, del que es difícil esperar algo bueno (cf. Jn 1,46). Pues bien, es precisamente desde allí donde comienzan los tiempos finales, aquellos en los que se cumple lo que es imposible para los hombres.
Dios elige un lugar insignificante, porque ése es su estilo, el estilo de su Reino, que no llega con poder, no llama la atención, sino que desciende a la vida cotidiana ordinaria de una joven de un pueblo desconocido.
María, en todo esto, entra en escena con una pregunta: ¿cómo (Lc 1,34)?
¿Cómo puede suceder que lo imposible se haga posible y comience una nueva etapa en la historia de la relación entre Dios y el hombre?
Todo esto es posible sencillamente porque el Señor está con ella (Lc 1,29), porque Él siempre encuentra nuevos caminos para cumplir esa alianza que siempre ha querido establecer con sus criaturas.
E incluso cuando intentaron hacer imposible esta relación, Él volvió a empezar, siempre de un modo nuevo, siempre desde el principio.
Una cosa ha buscado siempre: la colaboración con el hombre, la sinergia con las criaturas.
Porque la salvación es imposible para el hombre solo, pero ni siquiera Dios puede realizarla sin nuestra colaboración, sin nuestra fe, sin que alguien abra el espacio del cuerpo y del corazón para acoger la presencia de Dios que se instala en la historia humana.
+Pierbattista
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en italiano e inglés – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino