MEDITACIÓN DE S.B. CARDENAL PIERBATTISTA PIZZABALLA
11 de agosto de 2024
XIX Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Jn 6, 41-51
En el versículo 46 del pasaje evangélico de hoy encontramos una frase, una Palabra, que podríamos tomar como clave para comprender esta parte del Capítulo VI de Juan, que hoy nos presenta la Liturgia.
En este versículo leemos: "No porque alguno haya visto al Padre; sólo el que viene de Dios ha visto al Padre".
"Ver a Dios" es un tema recurrente en los escritos de Juan.
Lo encontramos al final del Prólogo del cuarto Evangelio, donde leemos que nadie ha visto jamás a Dios, sino al Hijo unigénito del Padre, que se hizo carne, Él lo reveló (cf. Jn 1, 18). Lo encontramos también en la Primera Carta de Juan, cuando se dice que nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos unos a los otros, Dios se hace presente en nosotros y podemos conocerlo (cf. 1 Jn 1, 12).
Estas palabras nos revelan ante todo el deseo más profundo que habita en el corazón humano: el de ver a Dios, el de conocerlo, el de estar en relación con Él.
Nos revela nuestro deseo de que el Amor de Dios sea visto, tocado y sentido (cf. 1 Jn 1, 1-3).
No solo eso. Esta Palabra también nos dice cuál es el camino que conduce a este conocimiento, qué -o, mejor dicho, quién- puede llevarnos a ver a Dios, a tocar los signos de ese amor.
El Prólogo nos dice que es el Hijo que se hizo carne quien nos conduce a este conocimiento: el comienzo del Evangelio de Juan está lleno de este asombro, por el hecho de que el Hijo de Dios, por quien fue hecho el mundo, tomó nuestra carne normal.
Pero esto no es suficiente. El evangelista nos cuenta también cómo el Hijo de Dios nos hace conocer al Padre.
Me parece que hay dos pasos fundamentales.
El primero nos llega precisamente del capítulo sexto del Evangelio: la humanidad que Jesús asume tiene la forma de pan. El Hijo desciende del cielo como el pan, y es un signo de que Dios alimenta, un signo de que Dios es pan, de que el cielo mismo es pan.
Este pan, además, es un pan que desciende, es decir, que se rebaja, que se humilla, que se parte, que se comparte. Dios se revela y se da a conocer en la humanidad de Jesús, que toma la forma de pan
Un segundo paso fundamental, nos viene de la primera carta de Juan, de la que ya hemos hablado más arriba.
Y nos dice que, si la humanidad hecha pan de Jesús nos revela a Dios y lo hace presente entre nosotros, lo mismo sucede cuando nos amamos unos a otros, cuando también nosotros nos convertimos en pan, nos convertimos en ofrenda.
Cuando nuestra vida se convierte en pan que desciende, que se parte y se comparte, también entonces Dios se hace presente y se hace ver.
Quien se deja atraer por esta dinámica de amor («Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado nole atrae» - Jn 6, 44), que el Padre, por medio del Espíritu, suscita en el corazón de todos, hace presente a Dios, se convierte en signo de Él para todos. Y esta es la vida eterna, la vida verdadera ("En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna" - Jn 6,47).
En el Evangelio de hoy encontramos también la experiencia de la murmuración, que había acompañado el camino del pueblo por el desierto.
De hecho, vemos que la multitud murmura porque Jesús dijo que Él era el pan que bajó del cielo, mientras que ellos saben bien de dónde viene Jesús: es el hijo de José, y conocen a su padre y a su madre, es decir, todo (Jn 6,41-42).
¿De dónde viene esta murmuración?
Dios, que es eterno e infinito, se revela en el tiempo a través de los signos. Es decir, nosotros no lo vemos cara a cara. Aprendemos a reconocer los signos de su presencia lentamente en la vida.
No vemos el amor, pero vemos sus signos, en los gestos y palabras de las personas que aman.
Jesús es el gran signo del amor de Dios, es Aquel que lo hace presente entre nosotros. Pero lo hace bajo el humilde velo de nuestra humanidad, en la que desciende.
La murmuración surge cuando la mirada es incapaz de reconocer los signos, cuando sólo ve la realidad tal como es, sin intuir que esta realidad lleva dentro de sí la presencia de algo más, sin comprender su significado. Nace cuando no sabemos reconocer que todo es signo de Dios, que nos lleva a Él.
Por eso, la vida eterna es una cuestión de fe (Jn 6,47), es una cuestión de saber captar la presencia de Dios en la vida, en todo lo que nos habla de Él.
+Pierbattista