El pasaje evangélico de este segundo domingo del Tiempo Ordinario (Jn 1,35-42) nos aporta palabras importantes, palabras que son claves para entender el Evangelio de Juan, pero también para nuestra vida como discípulos del Señor Jesús.
En los versículos que preceden a este pasaje (Jn 1,31), Juan el Bautista revela la razón de su misión:
La única razón de su misión es permitir la revelación del Mesías, asegurarse de que la identidad de Jesús sea revelada, para que todos puedan conocerlo y creer en Él.
Y hoy vemos precisamente cómo sucede esto, cómo cambia la vida de aquellos que se abren a esta revelación y acogen al Señor.
El Evangelio comienza diciendo que Juan todavía estaba allí con dos de sus discípulos (Jn 1,35).
¿Dónde está ese lugar donde Jesús se revela? ¿Dónde podemos buscarlo?
El lugar es donde Juan está bautizando, y donde dirá que vio al Espíritu reposar sobre Jesús y permanecer en Él (Jn 1,33). Es, por tanto, el lugar del bautismo de Jesús, el que vimos el domingo pasado en el Evangelio de Marcos, como el lugar donde el Padre mismo se compromete a revelar la identidad de Jesús como la del Hijo amado, en el que el Padre se complace. Pero también es el lugar donde Jesús elige ser totalmente solidario con el hombre y con su destino, el lugar donde Jesús elige ser hermano hasta el final.
Allí, en ese lugar, pasa Jesús (Jn 1,36).
De ahí, pues, la primera indicación de nuestro camino como discípulos.
El lugar donde encontramos a Jesús es la relación, es el espacio de encuentro, de compartir nuestras vidas.
La identidad de Jesús, la que Juan el Bautista vino a revelar, es una identidad "abierta", como los cielos están abiertos en el momento del bautismo. La identidad de Jesús se realiza al entrar en relación con el hombre, permaneciendo en relación con nosotros, así como Él lo está con el Padre.
Allí, a orillas del Jordán, comienza la relación.
Comienza a través de una mediación: es Juan quien indica a sus discípulos la presencia del Mesías, el Cordero de Dios (Jn 1,36). El encuentro con el Señor se realiza siempre a través de alguien que nos precede, porque la fe es un don, y porque nadie puede creer solo. La fe es la entrada en un mundo habitado por otros, en el que aprendemos a confiar, a conocer juntos al Señor, a compartir el espacio de una nueva familiaridad.
Aquí, entonces, tiene lugar un pasaje. El pasaje de hoy, en realidad, es rico en pasajes: está Jesús que pasa, como hemos visto (Jn 1,36); y hay, ahora, el paso de estos discípulos, que dejan a Juan para seguir a Jesús.
La identidad del discípulo, por lo tanto, es también una identidad abierta, en formación, como la de su Señor.
Abierta significa capaz de dejarse interpelar: la relación comienza precisamente con una pregunta de Jesús, que les pregunta qué buscan (Jn 1,38). Ser discípulos significa dejarse llevar a la cuestión esencial de la propia vida, es volver continuamente a ella, de un modo siempre nuevo.
Abierta significa ser capaz de hacer preguntas: a su vez, los discípulos preguntan, escuchan, para llegar a la pregunta esencial de la vida: ¿dónde vives? (Jn 1,38). No se trata simplemente de preguntar dónde vive, sino de expresar el deseo de conocerlo en profundidad, de ser admitido a entrar en el misterio de su vida, de entrar en confianza con Él.
Abierta significa también poder permanecer con Él (Jn 1,39): es decir, hacer que, poco a poco, el Señor se convierta en nuestra casa, en el lugar donde nos quedamos.
Por último, abierta significa capaz de dejarse transformar profundamente: porque finalmente hay un último pasaje en este pasaje del Evangelio, y es el de Simón. Su nombre es Simón, hijo de Juan, pero el Señor le da un nombre nuevo (Jn 1,42), es decir, lo abre a la posibilidad de ser otra cosa, de tener una existencia más amplia, de ser una casa más grande.
A quien se encuentra con el Señor le sucede esta expansión de la vida, esta entrada en el dinamismo de nuevos pasajes de crecimiento, cada uno marcado por una hora precisa, como las cuatro de la tarde (Jn 1, 39) de los dos primeros discípulos de Jesús, cuando estuvieron con Él por primera vez.
+Pierbattista