16 de noviembre de 2025
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 21, 5-19
Lc 21, 5-19
El pasaje del Evangelio de hoy (Lc 21, 5-19) relata el llamado discurso "escatológico" de Jesús.
Todo comienza con una mirada, la de "algunos" que hablan admirados de la belleza del templo y de sus ornamentos (Lc 21,5).
Pues bien, de todo esto, que ellos miran con admiración, no quedará nada (Lc 21,6).
Jesús lo anuncia, sabiendo bien la importancia simbólica de ese edificio: era el corazón de la fe del pueblo, era el símbolo de una nación y de una religión.
El templo se derrumbará, y con él se derrumbará un mundo, una religiosidad, una época.
Pero Jesús continúa su reflexión y anuncia que hay algo que, a diferencia del templo, a pesar de las grandes pruebas que tendrá que atravesar, no decaerá.
Las pruebas son verdaderamente innumerables, y de todo tipo.
Jesús ofrece una lista impresionante de ellas, tal, que hace pensar que será muy difícil resistir: guerras y revoluciones, insurrecciones, terremotos, hambrunas y plagas, hechos aterradores y grandes señales en el cielo; sin contar las persecuciones, odio y traiciones, incluso de amigos y familiares (Lc 21,9-17). Todo lo peor que puede suceder.
Da la impresión de que será imposible mantenerse firme en medio de tanta convulsión. Sin embargo, no.
El templo, con su grandiosidad, está destinado a desaparecer.
Pero ni un solo cabello de la cabeza de los discípulos se perderá (Lc 21,18)
¿Qué significa esto?
Ciertamente no significa que los discípulos siempre tendrán salvada la vida, que el mal no tendrá poder sobre ellos: en el versículo 16, de hecho, Jesús dice claramente que algunos, traicionados incluso por sus seres queridos, serán asesinados.
Significa más bien que todo esto no será el final.
No será el fin de la vida, de la fe, de la esperanza; significa que hay un más allá, que de allí puede nacer algo nuevo.
¿Y cómo será posible todo esto? El pasaje del Evangelio ofrece tres respuestas.
La primera es que aquellos que confían en el Señor conocerán un nuevo comienzo, es decir, quienes creen que el Señor no ha abandonado esta historia, que no ha faltado a su promesa.
Quienes creen que el Señor está cerca de los que sufren y son perseguidos, y que está ahí para sugerir nuevas palabras y sabiduría, diferentes de la pura sabiduría humana (Lc 21,15).
Entonces, quienes tienen una perspectiva diferente de la vida, perseverarán.
Si al principio encontramos a algunos que se detenían a mirar las hermosas piedras del templo, al continuar en el pasaje de hoy, encontramos otras miradas.
Está la mirada de quien no se deja engañar, y no sigue a quien diga ser el Señor (Lc 21,8); es decir, quien ha aprendido a conocerlo en sus rasgos pascuales, y no lo confunde con ningún otro.
Y está la mirada de quien ve, dentro de todas las convulsiones descritas, una nueva e impensable posibilidad, la de dar testimonio (Lc 21,13).
Es interesante que Jesús no diga de qué o de quién se deba dar testimonio.
Porque se trata de dar testimonio precisamente de esto, de la posibilidad de no sucumbir al miedo, y de comenzar siempre de nuevo.
Finalmente, resistirán, quienes perseveren (Lc 21,19), es decir, quienes no huyen de la vida con su complejidad, con sus pruebas y sus dramas, sino que en todo ven la posibilidad de que, perseverando, su propia vida sea salvada.
Pues bien, la vida se salva cuando es donada por amor.
Una vida donada por amor puede encontrar incluso la muerte, como le sucedió al Señor Jesús.
Pero es una vida salvada, una vida que no termina, que no se desfallece y que no sufre el mismo destino que el templo, del cual no queda piedra sobre piedra.
Al contrario, una vida, completamente perdida por amor, es el testimonio más alto.
Esta vida merece ser contemplada con admiración, como en algo que perdura, como algo de lo que ni siquiera la muerte puede quitarle nada
+Pierbattista

