11 febrero 2024
VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Mc 1, 40-45
Vimos, el domingo pasado, que la suegra de Simón, una vez curada de la fiebre, comienza a servir a sus huéspedes y completa así la obra de curación y salvación que Jesús había comenzado en ella (Mc 1,31): el fruto maduro del encuentro con el Señor, en efecto, no es un retorno a la vida de antes, sino un nuevo comienzo, una conversión (cf. Mc 1,15), una introducción en la propia carne de la vida nueva que la salvación ha obrado.
Podríamos intentar establecer un paralelismo con el Evangelio de hoy (Mc 1,40-45): Jesús cura a un hombre enfermo de lepra, y luego le pide un nuevo comienzo, que pasa, para él, por la orden de ir al sacerdote y ofrecer lo que prescribía la Ley para atestiguar la curación.
Esto puede parecer algo muy distinto de lo que le ocurrió a la suegra de Pedro.
En realidad, no lo es.
Aquel hombre, enfermo de lepra, era un hombre excluido del culto, de las relaciones, de la vida del pueblo de Israel. De hecho, de la Ley sólo tenía que observar las normas que decretaban su exclusión.
Por eso, Jesús lo devuelve a la vida del pueblo, que pasa por la Ley. Porque el hombre libre, el hombre salvado, es el hombre que observa la Ley, que es responsable, como sus hermanos y hermanas y junto con ellos, del bien de todos. La Ley, para Israel, es el modo de vida, es la aceptación de la alianza como fundamento de la propia existencia.
Y el leproso curado es invitado a asumir la responsabilidad de su propia respuesta a la alianza con Dios.
El propósito de la curación, para este hombre, es volver a entrar en una vida adulta y responsable.
Hemos dicho que los leprosos eran fundamentalmente excluidos, marginados en guetos: querían, por tanto, vivir la plenitud de su vida de fe, pero no podían.
Al fin y al cabo, es lo que le dice el leproso a Jesús: "Si quieres, puedes" (Mc 1,40), reconociéndole una libertad que él mismo sabe que no tiene.
Quiere, pero no puede.
Lo interesante, sin embargo, es que Jesús, al curarle, no se detiene ahí. No se limita a devolverle una posibilidad que le había sido negada, una libertad que había perdido.
Al devolverlo a la Ley, añade un pasaje, que representa la culminación de una vida salvada.
Y es el paso del deber, de la responsabilidad, de la obediencia, como forma más elevada del amor.
Por tanto, no sólo: "Si quieres, puedes". Sino también: "Si quieres, si puedes ahora, entonces debes".
Si la suegra de Simón quiere poner su vida al servicio de sus huéspedes; si, una vez curada, puede hacerlo, entonces debe hacerlo.
Así es en primer lugar para Jesús, que obedece primero a la voluntad del Padre, la voluntad que quiere que todo hombre se salve.
Y así es para toda persona curada, para toda persona salvada, porque la salvación es ante todo una responsabilidad exigente, que compromete vuestra vida a hacer de cada posibilidad un deber.
No es una vida cómoda para los que han sido curados.
Este es quizá el pasaje más difícil, como lo demuestra también el hecho de que el leproso, una vez curado, no obedece el mandato perentorio del Señor.
Y esto quizá pueda decirnos que la curación del corazón, el nacimiento de una conciencia "purificada" (cf. Mc 1,40), capaz de obedecer a la Ley del amor, es un proceso largo y a veces doloroso, no exento de caídas y errores.
Y si tenemos prisa por sentirnos curados, corremos el riesgo de olvidar que la verdadera curación requiere el silencio de una larga maduración, como el de una semilla que crece lentamente.
Sólo de ese silencio nacen las palabras sanadas.
El pasaje de hoy termina con una especie de reversión: el leproso entra en la ciudad, y Jesús se queda fuera (Mc 1,45). Porque Jesús, a diferencia del leproso curado, llega hasta la compasión que siente por el género humano herido, hasta ese "deber" de solidaridad con sus hermanos que le lleva a compartir en todo, sin descuento, nuestro dolor y nuestra soledad.
Y es ahí, en ese compartir profundo de todo lo que somos, donde Jesús se hace verdaderamente accesible a todos: "Y acudían a Él de todas partes" (Mc 1,45).
+Pierbattista