4 de febrero de 2024
V Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Marcos 1, 29-39
«Todos os buscan» (Mc 1,37). Son las palabras que los primeros discípulos dicen a Jesús cuando lo encuentran, después de seguir sus pasos (Mc 1,36); se habían dado cuenta de que Jesús, por la mañana temprano, había salido de Cafarnaúm y se había retirado a un lugar desierto para orar (Mc 1,35), y habían ido a buscarlo para que las expectativas de muchos no se vieran defraudadas.
Buscarlo, seguir sus pasos, es obra del hombre.
Pero el Evangelio de hoy (Mc 1,29-39) nos habla de otra búsqueda, que es la del mismo Jesús, que parece ponerse en camino e ir en busca de todos los que le necesitan.
Ya lo vimos, el domingo pasado, en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28): Jesús entra en ella e inmediatamente se encuentra con un hombre que necesita ser liberado. Nadie más que Jesús podía hacerlo, porque el espíritu impuro poseía a aquel hombre y ninguna palabra tenía autoridad suficiente para ocupar su lugar. Nadie más que Jesús podía reclamar una relación exclusiva con el hombre poseído por el espíritu impuro hasta el punto de poder expulsar a los que le habitaban abusivamente.
Hoy, Jesús entra en una casa, la de Simón (Mc 1,29), y encuentra allí a su suegra postrada en cama con fiebre.
Ya no se trata de una alienación profunda, como la que se veía en la sinagoga, sino de una simple enfermedad: para decir que hace falta poco para que el hombre se vea impedido en su deseo de vida, para decir lo frágil que es la naturaleza humana.
Después de curar a la mujer, es toda la ciudad la que lleva a Jesús toda enfermedad y debilidad. Y Jesús se ocupa de todos (Mc 1,32-34).
Jesús, pues, entra en una sinagoga, en una casa, en una ciudad, y va en busca de todos los débiles, los excluidos, los pobres: los atrae hacia sí, es Él quien va a buscarlos. Y cuando los ha encontrado, no puede dejar de ir a otra parte (Mc 1,38) a buscar a otros, porque sabe cuánta fragilidad y cuánta maldad habitan en las casas y en las ciudades de los hombres.
Si queremos encontrar a Dios, entonces, debemos aprender a buscarlo en ese "en otra parte" que es nuestra fragilidad, porque es allí donde Él viene a buscarnos.
No en nuestras grandes profesiones de fe, no en nuestra supuesta coherencia, sino en la pobre realidad de nuestras vidas.
Pero hay un segundo lugar donde está claro que Jesús se hace presente, donde podemos buscarlo, y es en la solidaridad que surge entre las personas cuando todas entran en contacto con la pobreza que las habita.
En el Evangelio de hoy encontramos dos momentos en los que hay alguien que toma conciencia del dolor de los demás: Jesús entra en casa de Simón, e inmediatamente le hablan de su suegra en cama con fiebre (Mc 1,30). Y, por la tarde, hay alguien que le lleva a todos los enfermos y endemoniados (Mc 1,32).
Nuestra relación con Dios tiene esta enorme posibilidad, la de ser una relación familiar, en la que podemos hablar con Él y podemos llevarle todo lo que apreciamos. Y si es verdad que Él escucha siempre, con mayor razón escucha cuando no sólo le llevamos nuestro dolor, sino también el de aquellos a quienes queremos. Allí el Señor se hace ciertamente presente, allí podemos buscarle sin temor a que esté en otra parte.
Cualquier otra expectativa, cualquier búsqueda del Señor en lugares que no sean los de nuestra fragilidad y solidaridad, corre el riesgo de no llevarnos al Señor, como vemos al final del Evangelio de hoy (Mc 1,36-37): en el Evangelio de Marcos, esta búsqueda de Jesús se asocia con frecuencia a un deseo de detener a Jesús, de poseerlo, de tenerlo cerca de nosotros.
En cambio, Jesús no posee ni quiere ser poseído: nadie puede pretender tener derechos exclusivos sobre Él.
La búsqueda de Él no tiene como objetivo tenerlo todo para uno, sino que se realiza en la actitud que vemos en la suegra de Simón, que, curada de la fiebre, se levanta y se pone a servir (Mc 1,31).
La curación que Jesús obra en nosotros no es simplemente la de aquellos que quieren curarnos.
La verdadera curación es la que nos hace semejantes a Él, es decir, capaces de levantarnos e ir a otra parte, buscando a quien necesite nuestra presencia y nuestro servicio.
Esta es la forma de gratitud que Jesús ama y espera de nosotros.
+Pierbattista