Mensaje para la Navidad de 2024
Se acerca la Navidad del Señor y, como cada año, queremos que la Navidad sea, a pesar de todo, un tiempo de paz, alegría y esperanza. Este año, además, la Navidad marca el inicio del Jubileo, que es un año dedicado precisamente a la esperanza. Y necesitamos desesperadamente esperanza en esta tierra nuestra, marcada por tanta violencia, odio, herida por el desprecio y el miedo.
Los pastores de Belén, de los que habla el Evangelio, nos muestran cómo volver a encontrar la esperanza.
El ángel que anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús utiliza una expresión significativa: dice que ha nacido un Salvador en Belén y que este Salvador ha nacido «para vosotros» (Lc 2,11).
La vida de Jesús comienza como una vida vivida para los demás. No vino a imponer obligaciones, como los grandes hombres de la tierra, como César Augusto que obligaba a todos a censarse (Lc 2,1-3). Jesús vino para ser una señal: «Esta es una señal para vosotros: encontraréis a un niño envuelto en pañales» (Lc 2,12). Un signo de cercanía, de paz, de una relación renovada entre Dios y el hombre. Un signo colocado en un pesebre, donde se dispensa la comida, en la ciudad de Belén, que significa casa del pan. Un signo que alimenta el hambre de vida.
Toda la existencia de Jesús, hasta el final, será una vida entregada a los demás, hasta que Él mismo se convierta en pan, ofrecido, de nuevo, «para vosotros» (Lc 22,19).
A los pastores se les dice que el Salvador ha nacido para ellos, precisamente para ellos. Ha venido un Salvador, y ha venido para vosotros. Y para vosotros es la señal de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
La suya no es una venida genérica, en la que no encuentra a nadie. Viene al encuentro personal de cada uno, porque esto es la salvación, un encuentro personal, una relación real y viva.
Además, el Evangelio nos dice que, para este acontecimiento importante de la historia, el nacimiento del Salvador, no hay lugar: «Lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (Lc 2,7). Jesús entra así en la historia, como alguien que no encuentra un lugar, que no se impone, que no exige, que no lucha por encontrar un lugar. Acepta que no tiene lugar, y va a buscar a todos los que, como Él, no tienen lugar en la historia, como los pastores. Jesús viene por ellos, la señal es para ellos, es la señal de que el Salvador quiere salvarnos de la desgracia de no tener lugar. Él mismo, su vida, se convierte en el hogar, en el espacio de todos los que no tienen lugar.
¿Cómo no pensar en los muchos últimos, para los que parece no haber lugar en el mundo, así como en muchos de nuestros hermanos y hermanas en esta atormentada Tierra Santa nuestra, para los que parece no haber lugar, ni dignidad, ni esperanza?
El anuncio del ángel debe ir seguido de una respuesta. Una decisión: aceptar o no la invitación del ángel a ir a ver al Salvador.
La respuesta, de hecho, no es obvia. Herodes no se mueve, los ancianos de Jerusalén no se mueven (Mt 2,1-12)
Jesús viene, pero no obliga a nadie a ponerse en camino hacia Él. No hace como César Augusto, que obliga a todos a censarse (Lc 2,1-3).
Jesús nos deja libres. Nos muestra una señal, pero luego lo deja a nuestra libertad.
La Navidad es el tiempo de la elección, de ponerse o no en camino hacia Aquel que viene.
En esta Navidad, también, se nos da la oportunidad de hacer sitio a Aquel que no encuentra lugar, para descubrir, entonces, que Él mismo es nuestro camino, nuestro hogar, nuestro pan bueno, nuestra esperanza.
Y, a lo largo del camino, descubriremos a muchos hermanos y hermanas, necesitados de casa y de pan, como nosotros, a los que podemos hacer espacio y dar esperanza.
+Pierbattista