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Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa para la Solemnidad de la Transfiguración

Meditación de S.B. Mons. Pizzaballa para la Solemnidad de la Transfiguración

Solemnidad de la Transfiguración

Mt 17, 1-9

El Evangelio de Mateo subraya en varios pasajes el aspecto de la escucha, como algo esencial y central en la experiencia de la fe.

Lo hace cada vez que difunde algunas citas del Antiguo Testamento a lo largo del texto, lo que sucede muy a menudo, para decir que el Evangelio es una Palabra que ante todo escuchada: una Palabra tan profundamente escuchada que puede cumplirse de manera definitiva.

Pero también lo hace cada vez que propone la escucha como actitud que define el camino del creyente.

Pensemos, por ejemplo, en la conclusión del Sermón de la Montaña, cuando Jesús dice que quien escucha y pone en práctica la Palabra es como una casa construida sobre roca (Mt 7,24).

O en el discurso de la parábola (Mt 13), que la Liturgia nos propuso íntegramente el domingo pasado: toda parábola, en el fondo, se construye en torno al tema de la escucha, es más bien, de la apertura del corazón para acoger y custodiar la semilla de la Palabra; éste es el verdadero tesoro, la perla preciosa.

Escuchar, por tanto, es la actitud propia del discípulo, pero no sólo eso: en el capítulo 8, Mateo nos muestra a Jesús hablando al mar de forma amenazadora, y el mar se calma; inmediatamente después, ordena al demonio que abandone a los dos endemoniados y se dirija a los cerdos, y éstos obedecen. Nada se resiste a la Palabra, salvo la libertad del hombre: más adelante (Mt 12,41-42), Jesús reprende a los escribas y fariseos que piden una señal, recordándoles que los habitantes de Nínive se convirtieron no porque hubieran visto señales, sino porque habían escuchado la palabra de Jonás; y lo mismo la Reina del Sur, con la palabra de Salomón.

Quien tenga oídos, que oiga (Mt 11,15; 13,43): es un estribillo que vuelve varias veces.

¿Por qué esta larga introducción?

Porque también en el pasaje de hoy (Mt 17,1-9) el tema de la escucha ocupa un lugar central.

Jesús sube a una montaña, el lugar por excelencia donde Dios se revela, donde Dios habla.

Porque también Jesús es, ante todo, el que escucha, el que acoge, el que obedece.

Y esto lo confirma también la presencia en la montaña de Moisés y Elías, junto a Jesús: Jesús está constantemente en relación con las Escrituras, con todo lo que Dios ha dicho, porque todo en él se cumpla.

En el monte, pues, donde Jesús subió para escuchar, habla el Padre.

Dice lo que ya había dicho en el momento del bautismo (Mt 3,17), es decir, habla del Hijo, de este Hijo amado en el que el Padre se complace, en quien se regocija. Y añade: "Escuchadlo" (Mt 17,5).

Entonces podríamos decir que la transfiguración no es otra cosa que lo que le sucede a quien escucha: el encuentro con el Padre, la relación filial con Él, no puede dejar de transformar la vida y hacer que se convierta, poco a poco, en lo que la vida de todos está llamada a ser: un lugar de la presencia de Dios, un templo de su Espíritu y de su Gloria.

Pero, ¿qué estamos llamados a escuchar?

El relato de la transfiguración se construye sobre la huella de la gran teofanía descrita en el capítulo 19 del Libro del Éxodo. Son muchos los elementos que nos lo recuerdan: la montaña, la nube, las vestiduras, el miedo....

También allí, en el Sinaí, Dios habla, y habla con una voz poderosa, como la voz de un cuerno fuerte, que hace temblar la tierra, que hace arder la montaña...

En el Tabor, sin embargo, las cosas cambian: Dios habla para decirnos que escuchemos al Hijo. La palabra poderosa de Dios, su palabra creadora, se nos da ahora en la voz de un hombre, en la debilidad de una experiencia humana.

Un hombre, entre otras cosas, camino de Jerusalén, donde no alzará la voz, no se impondrá, no juzgará a nadie, sino que entrará en el gran silencio de la muerte para decir lo que la vida no alcanza a decir, y es que el amor del Padre por el Hijo amado quiere ser un amor para todos.

Como Elías, el otro testigo del Tabor, que en el capítulo 19 del Primer Libro de los Reyes experimenta también su teofanía: él también sube al monte, en la presencia del Señor, y también Dios le habla, no con voz de trueno, no con voz potente, sino con el susurro de una brisa suave (1 Re 19,12).

Así es la voz del Hijo amado: una Palabra ligera como una semilla, preciosa como un tesoro, fuerte como el amor.

+Pierbattista