Corpus Christi, año A
Juan 6, 51-58
El domingo pasado vimos que "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único" (Jn 3,16), y que el Hijo, Jesús, vino al mundo para que nada se perdiera, para que el mundo se salvara por Él.
La solemnidad de hoy nos habla de nuevo de este amor.
Y se nos dice, sobre todo, que el amor es algo muy concreto, por no decir tangible.
El evangelista Juan tiene este tema muy en su corazón.
Lo repite en su Primera carta, donde dice que no se puede amar de palabra, con la lengua, sino sólo con obras y la verdad (1Jn 3,18). Pero podríamos decir que todo el Evangelio de Juan gira en torno al asombro de este Dios que, para amarnos, tomó un cuerpo, asumió nuestra carne. Así que nosotros, dice Juan, pudimos ver, oír, tocar... (1Jn 1,1-3). Dios no amó de palabra, sino que se hizo carne, "necesitó" un cuerpo para entregarse a la humanidad, para salvarla.
En el pasaje evangélico de hoy (Jn 6,51-58), nos lleva al corazón de este misterio de salvación.
Estamos en el capítulo 6 de Juan, en el gran discurso sobre el pan de vida. El capítulo comienza con Jesús mirando hacia arriba y viendo una enorme multitud y preguntando a Felipe dónde podía ir a comprar pan para toda esa gente. Y Felipe simplemente constata lo que es un hecho de la realidad: no pueden permitirse comprar pan para que todos tengan un trozo (Jn 6,5-7). Así que Jesús toma lo que un muchacho pone a su disposición, da gracias, reparte los panes y alimenta a toda la multitud.
Después de esta señal, Jesús se retira a orar y luego se reúne con sus discípulos que intentan en vano, a causa del fuerte viento en contra, llegar a la otra orilla del lago. Cuando llega a Cafarnaúm, habla largamente en la sinagoga sobre el verdadero pan, el que sacia el hambre más profunda del hombre.
En los versículos que escuchamos hoy, los términos que aparecen con más frecuencia son los ligados a la semántica de vivir, de la vida: Jesús dice que él es el pan vivo, para que quienes lo coman tengan vida.
El evangelista nos dice así que Jesús posee una calidad de vida distinta de la simple vida biológica, natural. Esta última lleva los signos de la muerte y está destinada a terminar. El alimento es necesario, pero no basta para evitar la muerte. El alimento dado por Jesús, por el contrario, no conoce la muerte.
Jesús también necesita ser alimentado por algo, por alguien, porque toda vida necesita ser alimentada, recibir alimento. La vida lleva los signos de su verdad constitutiva: se nos da y vive continuamente de un don.
Pues bien, Jesús se alimenta de su relación con el Padre, y vive de Él (Jn 6,57). Y nosotros necesitamos la relación con Cristo, para alimentarnos de Él.
El amor de Dios por nosotros llega hasta aquí. No sólo se acerca a nosotros, sino que se convirtió en un hermano que camina con nosotros.
Mucho más que eso. Se ha ofrecido a nosotros como Alimento de vida, y a través del simbolismo del alimento, nos invita a hacernos uno con Él, a hacer nuestra Su propia vida, a vivir de Él, como Él vive del Padre.
¿Por qué y con qué fin?
En los textos del Antiguo Testamento encontramos a menudo expresiones como "Yo soy el Señor, tu Dios", o "Amarás al Señor, tu Dios"
De hecho, toda la historia de la salvación es portadora de una gran promesa: la promesa de que Dios se convertirá en nuestro Dios, en el Dios de nuestra vida.
No se trata de una realidad externa a la que debemos adherirnos, sino de Alguien que vive dentro de nosotros, Fuente de nuestra propia vida, que, desde dentro, nos anima y transforma: es la promesa de tener en nosotros la vida misma de Dios.
Jesús cumple esta promesa, esta gran expectativa humana, este deseo más profundo.
Lo hace de la única manera posible, dándose a sí mismo como Alimento, pidiéndonos que reconozcamos nuestra verdadera hambre y que creamos que, para esta hambre, se nos da un Pan vivo, cotidiano y gratuito.
+Pierbattista