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Meditación de S. B. Card. Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén: Solemnidad de Cristo Rey

Meditación de S. B. Card. Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén: Solemnidad de Cristo Rey

Solemnidad de Cristo Rey

Mt 25, 31-46

 

Podríamos pensar en el camino del discípulo como un camino para aprender a ver.

Hoy, en efecto, es un día que habla de plenitud, de un final: termina un año litúrgico, pero también termina la lectura del Evangelio de Mateo. Dentro de este Evangelio, hoy leemos la conclusión del discurso escatológico, pero también es la conclusión de la parte del Evangelio de Mateo que precede al relato de la Pasión.

Y la parábola que hoy nos propone la Liturgia nos ayuda a vivir este momento de cambio, porque es como un punto de llegada, una síntesis; y también es un nuevo comienzo.

Decíamos que todo el camino del discípulo puede entenderse como un camino para aprender a ver.

En realidad, el corazón de la historia de hoy está marcado por el asombro, para todos, porque todos reconocen que no han visto: ¿cuándo os hemos visto... (Mt 25,37.38.39.44)?

Ninguno de los dos grupos, el de los salvados y el de los llamados "condenados", vieron a Jesús. Los que servían a los pobres, los que tuvieron misericordia, no lo hicieron porque reconocieron en ellos el rostro del Señor.

Ninguno de los dos grupos vio a Jesús.

Pero un grupo vio a su hermano, y el hecho de que lo vieran se transformó en un llamamiento ético, la urgencia de dar alivio, de ayudar al hermano a soportar el peso de la vida. Esta es una imagen que nos encontramos hace unos domingos (Mt 23,1-12), cuando dijimos que una vida dedicada al servicio es aquella que busca quitar la carga del hermano, a diferencia de lo que hacen los escribas y fariseos, que, en lugar de quitarlas, añaden cargas a la vida de las personas.

También en ese pasaje del Evangelio ha vuelto el aspecto de la visión: los escribas y los fariseos, en efecto, atan pesadas cargas, pero ni siquiera las tocan con un dedo. Y todo lo que hacen, lo hacen por etapas.

Se hacen ver, y no ven, porque si la mirada se fija enteramente en uno mismo, es difícil ver al otro, uno no se da cuenta del peso que lleva.

Entonces el camino del discípulo puede ser este: el paso de mirarse a sí mismo, de ser visto, a ver, a tomar conciencia del dolor de aquellos con los que nos encontramos.

Un pasaje que viene de la escucha: toda la primera parte del Evangelio de Mateo gira en torno a aprender a escuchar, porque solo quien escucha, ve.

El Evangelio de hoy, sin embargo, abre nuestra mirada a un vínculo que no es fácil de entender, es decir, el vínculo entre ver a nuestros hermanos y ver a Cristo.

En las palabras con las que el Hijo del Hombre abre o cierra las puertas del Reino en el momento del juicio final, hablan de una identificación: quien ha visto a su hermano y lo ha alimentado, lo ha vestido, lo ha visitado ..., en realidad, sin saberlo, ha alimentado, vestido, cuidado ... al Señor Jesús: tú me lo hiciste a mí (Mt 25,45)

¿Qué significa esto? ¿Qué significa que Dios está en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados...?

Así podríamos decirlo. 

Que quien esté abierto a gestos de servicio gratuitos y desinteresados; quien ama al otro no para obedecer un deber religioso, sino para obedecer a la llamada interior que le pide cuidar de su hermano en la humanidad, él, sin saberlo, se encuentra con el Señor. Porque cuando acogemos y amamos a los que no tienen nada que corresponder, entonces el Señor se encarga de recompensarnos en su lugar, considera este gesto como hecho para Él. Ese pequeño gesto, no hecho para ser visto, no pasó desapercibido a los ojos del Padre. Lo vio y lo cargó sobre sus hombros.

Y como un gesto gratuito de amor es un gesto inmenso, la recompensa es inmensa, es eterna: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).

Entonces, dijimos que cada final es también un nuevo comienzo.

Así que empecemos de nuevo desde aquí, desde este deseo de ver lo que está particularmente presente en este tiempo, es decir, tantos hermanos que sufren. Son la puerta abierta a través de la cual vemos venir al Señor Jesús.

+Pierbattista