Vigilia Pascual 2021
Jerusalén, 3 de abril de 2021
Marcos 16, 1-7
Queridos hermanos y hermanas,
¡El Señor ha resucitado, aleluya!
Con las lecturas que acabamos de proclamar, hemos recorrido toda la historia de la salvación, desde la creación hasta la redención. Hemos escuchado las maravillas que ha hecho el Señor. El hilo rojo que ha atravesado todas las lecturas es la fidelidad de Dios a su promesa, a su deseo de relación y encuentro. Fidelidad que requirió la continua intervención de Dios para retomar, a través del perdón, las relaciones continuamente interrumpidas por nuestro pecado.
El Evangelio proclamado es la culminación de esta revelación. Este breve pasaje contiene tres verbos importantes en los que hago una breve pausa: Comprar, Ver, Ir
COMPRAR
Las tres mujeres del Evangelio están destrozadas por el dolor, pero no paralizadas por él. Con la captura y muerte de Jesús, los discípulos se dispersan, todo parece perdido, los sueños se hacen pedazos, las esperanzas caen. No así para estas mujeres. Tienen la capacidad de resistir el dolor, de ir más allá del aparente fracaso y no dudan en gastar dinero para comprar lo necesario para honrar no a quien fracasó, sino a un ser querido. Su amor por Jesús no se extinguió con su muerte, su vínculo con el Maestro va más allá de los sueños humanos de un reino nuevo. El verdadero amor es gratis, no depende de las circunstancias y no conoce la muerte. Por eso quieren ir al Sepulcro, para un último acto de piedad. Y compran los artículos necesarios desde el sábado por la noche, no esperan el día siguiente. Inmediatamente compran los aceites para un entierro adecuado. Gastaron su dinero en ungir el cuerpo del amado maestro de Galilea. Han pasado los últimos años siguiendo a Jesús, cuidándolo, e incluso después de la muerte continúan gastando y cuidándolo.
Si tuviéramos que observar nuestra experiencia hoy, ¿a quiénes nos parecemos? ¿Somos como los discípulos dispersos y desorientados, o somos como las tres mujeres, golpeadas por el dolor pero no paralizadas? Los signos de la muerte siempre estarán con nosotros. Aquí entre nosotros y en todo el mundo, la muerte no se borra, y con ella el dolor, las injusticias, los celos, las divisiones y en definitiva lo que le pertenece. Pero la muerte ya no tiene poder sobre nosotros, porque "el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos". 2 Corintios 5, 14-15). Hoy estamos invitados a aprender de estas mujeres en su manera de vivir donándose, gastando verdaderamente su vida por el amor a Cristo, a mirar a la cruz como la medida de ese amor que nos redimió y a esta tumba vacía como el anuncio de una vida eterna para todos nosotros. Y la vida eterna ya comienza aquí, ahora. Ya somos parte de ella, porque estamos unidos a Él, al Resucitado.
La Iglesia, por tanto, sigue anunciando la locura de este amor que realmente puede cambiar la vida del mundo y que no teme a la muerte y sus ataduras.
VER
Todos los Evangelios de la resurrección usan el verbo ver, aunque en realidad no hubiera nada que ver, porque el cuerpo de Jesús ya no está en la tumba. En los Evangelios no hay descripciones del acontecimiento de la resurrección, sino que sólo se muestran los signos de la resurrección, los encuentros con los testigos y finalmente el encuentro con el mismo Resucitado. En el Evangelio de Marcos la señal es la piedra de la puerta del sepulcro ya retirada (Mc 16, 4), y el testigo es el joven vestido de blanco, sentado a la derecha (Mc 16, 5).
Necesitamos una señal para ver y una palabra para escuchar. De hecho, nunca seremos capaces de explicar la resurrección, ninguna teoría podría convencer jamás. La resurrección solo se puede encontrar, solo podemos experimentarla. Todavía hoy, necesitamos testigos que nos muestren los signos del Resucitado entre nosotros, que nos anuncien con credibilidad que el mundo ya no está en poder de la muerte. Parece imposible, pero no es así, y todavía los podemos encontrar hoy y son muchos.
Los testigos de hoy son aquellos que, a pesar de toda adversidad, dolor, soledad, enfermedad e injusticia, se pasan la vida creando oportunidades para la justicia, el amor y la aceptación. Son los que saben perdonar, porque ya se sienten perdonados; son aquellos que en el silencio de cada día dan la vida por sus hijos y los hijos de los demás; que consideran a cada persona parte de su propio destino, y lo cuidan con amor y pasión, independientemente de sí mismos.
El primer testigo es la Iglesia, el lugar donde nos habla el Resucitado, a través de los sacramentos y el anuncio de la Palabra.
El Evangelio hoy nos invita a ser una Iglesia valiente, que no teme a la soledad y a la incomprensión, que se encuentra cada día con el Resucitado y lo manifiesta serenamente al mundo con una palabra clara y segura, con un testimonio libre, decidido y apasionado.
IR
Para ver y presenciar al resucitado, primero hay que moverse. Las mujeres fueron primero al Sepulcro, lo vieron vacío, se encontraron con el testigo y desde allí fueron invitadas a ir a ver a Pedro y los discípulos y luego a Galilea. El gesto de ver está ligado al ir. No se encuentra al Resucitado si no se va primero al Sepulcro, no lo encontramos si nos quedamos encerrados en los cenáculos propios. Y no nos podemos quedar inmóviles si vemos y encontramos al Resucitado.
Nosotros, ¿a dónde vamos? Hemos venido aquí varias veces a la tumba vacía de Cristo. Lo veneramos a diario, como las mujeres del Evangelio. Sin embargo, a veces me parece que estamos tan quietos, en todos los sentidos. ¿Qué y a quién anunciamos, cómo lo hacemos?
Si hay un testimonio hoy más necesario que nunca, es precisamente el testimonio de la esperanza. Los signos del miedo se manifiestan, pero no deben detener nuestra caridad. "¡No tengan miedo! ¿buscan a Jesús de Nazaret el crucificado? No está aquí, ha resucitado” (Mc 16,6). Cristo resucitado es nuestra esperanza y esto es lo que estamos llamados a testificar, yendo a todas partes, sin parar.
Así que no retrocedamos ni nos encerremos en nuestros miedos. No permitamos que la muerte y sus súbditos nos asusten. Y no nos limitemos tampoco a venerar este sepulcro vacío. La resurrección es el anuncio de una nueva alegría que irrumpe en el mundo y que no puede permanecer encerrada en este Lugar, sino que aún hoy, debe llegar a todos desde aquí. "Vayan y dígan a los discípulos y a Pedro que él va delante de ustedes ..." (Mc 16, 7).
¿Dónde está? En todas partes. En Galilea y en la montaña; en el Cenáculo y en el camino de Emaús; en el mar y en los desiertos, donde el hombre levanta su tienda, parte el pan, edifica sus ciudades llorando y cantando, suspirando y maldiciendo. "Él te precede, va adelante de ti". (Don Primo Mazzolari).
¡Pueda nuestra Iglesia de Tierra Santa también experimentar hoy al Resucitado, vivir en su luz, gozar en su presencia, alimentarnos de su amor y continuar gastándonos por la vida del mundo!
¡Felices Pascuas!
† Pierbattista Pizzaballa
Patriarca Latino de Jerusalén